Autora: Sarah Crish Cullen
Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Meyer.
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CURANDO UN CORAZON
PREFACIO
Miraba distraída por la ventanilla del avión, mientras las horas del viaje iban pasando.
Dejaba atrás mi vida entera, para poder huir de las constantes peleas y reproches con mis padres, deseando poder encontrar un poco de paz, dedicarme a mi vocación, la medicina, y...por qué no, ser un poco feliz. Tampoco le pedía tanto a la vida.
Un pequeño gorjeo a mi lado me Dejando todo atrasdistrajo de mis pensamientos; mi pequeña hija de apenas dos meses se removía en su capazo. Amorosamente acaricié su rosada y rechoncha mejilla, mientras miraba ese pequeño trocito de cielo, mi única motivación para seguir luchando...y viviendo.
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1.- DEJANDO TODO ATRÁS
Me llamo Isabella Marie Swan, y tengo veinticuatro años. Nací en Forks, un pequeño pueblo del Estado de Washintong, allí me crié, junto con mis padres y mi hermano Jacob.
Mi padre es el reputado y famoso neurocirujano Charlie Swan, jefe su especialidad en el hospital McAllens de Seatle; es un médico respetado en todo el país, aunque no muy querido, debido a su carácter orgulloso y altivo.
Su gran profesionalidad en la materia le obligaba a viajar por todo el país, dando numerosos cursos y seminarios, lo que hizo que el matrimonio de mis padres hiciera aguas. Eso hizo que mi madre buscara consuelo en brazos ajenos, y mi padre se limitara a tener aventuras en todas las ciudades a las que acudía.
Más de una vez el trató de ser inteligente, pidiéndole que se divorciaran, pero la orgullosa Renee Swan nunca quiso ni oír hablar del tema; para ella guardar las apariencias y no dar que hablar era su razón de vivir, por no hablar en que posición quedaría, económicamente hablando.
De modo que desde que yo tengo uso de razón, de puertas para fuera éramos la típica familia modelo, unida y feliz, envidiada por todos.
De puertas para dentro, las constantes disputas y peleas entre ellos eran el pan nuestro de cada día; por lo que los últimos cinco años prácticamente cada uno hacía su vida, llegando incluso a dormir en habitaciones separadas.
No se hablaban si no era estrictamente necesario.
Todavía recordaba con pena cómo, las noches en que ellos se tiraban los trastos a la cabeza, me iba corriendo a la habitación de Jake, para abrazarme a él mientras llorábamos en silencio.
Los recuerdos más bonitos de mi niñez eran los fines de semana en que nos quedábamos con la abuela Swan, a la que considerábamos nuestra verdadera madre. Para ella era muy doloroso presenciar todo aquello, pero siempre decía que no debes meterte en medio de un matrimonio, y así lo hizo.
Pero la abuela Swan ya no está , hace tres años su corazón ya no pudo más y se fue, y Jake y yo nos quedamos solos.
Debido a todo lo que viví en mi casa, me convertí en una chica tímida y poco sociable, dedicada por y para mis estudios; aunque también, cómo cualquier adolescente, tuve mis enamoramientos y citas, aunque sin pasar de unos inocentes besos, porque el chico que realmente me gustaba era un cretino y no me hizo ni el más mínimo caso.
Martha, la única amiga que tenía, y la única que sabía lo que ocurría en mi casa, fue mi apoyo incondicional en esos años, hasta que hace seis años se marchó a Los Ángeles, para estudiar derecho; aunque seguíamos en contacto y nos veíamos siempre que podíamos.
La única vez que vi a mi padre entusiasmado por algo que yo hacía, pero tampoco mucho, fue cuándo le dije que estudiaría medicina; el abuelo Swan también fue médico, de modo que mi vocación estaba clara de dónde venía.
Mientras cursé los cinco años de medicina general, en la universidad de Seatle, me esforcé al máximo; muchos pensaban que ser la hija del doctor Swan significaba aprobar exámenes por la cara; si ellos supieran que mi padre apenas se molestó en echarme una mano...tan sólo me preguntaba por los exámenes, suspendiera o aprobara siempre ponía la misma mueca de indiferencia.
Cuando me preguntó sobre la especialidad que haría en mis años de residencia, lo único que me dijo era que esa especialidad estaba infravalorada y que no tenía la relevancia de la cirugía o neurología.
Me enfrenté a él, añadiendo que hacer anestesiología y reanimación era tan importante y respetable...y era lo que yo quería.
No dijo nada más, pero sabía que no le gustaba, pero era mi vida, no la de él.
Pero la guinda del pastel estaba por llegar.
Al acabar los cinco años de medicina general, pasé el verano en Forks, antes de mi traslado a Nueva York, donde haría mi residencia. Ya lo tenía todo listo y solucionado.
Me fui con Marha y algunos ex-compañeros de instituto a Port-Ángeles, para cenar y tomar unas copas. Mis padres habían tenido una bronca monumental...y a mi no se ocurrió otra cosa que ponerme a beber y a bailar cómo una loca para distraerme y olvidarme de todo; recuerdo que movía mis caderas sin control alguno, y un chico se me acercó por detrás, pegando su cuerpo al mío y también borracho cómo una cuba.
Mi siguiente recuerdo es en la cama de un pequeño hotel, tapada por una fina sábana color crema... desnuda y sola. Me dolía horrores la cabeza, y no recordaba nada...pero era evidente que algo había hecho.
Sé que es triste, pero así perdí mi virginidad, con un tío que ni recuerdo su cara, ni sé su nombre...nada.
Pero las consecuencias llegaron enseguida, al tener que explicar a mis padres, que me había quedado embarazada...y qué no sabía quién era el padre.
Mi madre puso el grito en el cielo, y me dio una tremenda bofetada, pegando alaridos sobré que pensaría la gente.
Mi padre me llamó, entre otras lindezas, caprichosa e irresponsable, llegando incluso a sugerirme que interrumpiera el embarazo.
Pero ese pequeño ser ya se había adueñado de mi corazón; sabía que había sido una irresponsable, pero cargaría con las consecuencias y responsabilidades y criaría a mi bebé sola, si era preciso...y le daría todo el cariño y amor del mundo.
Obviamente tuve que cancelar mi residencia en Nueva York y quedarme en Forks, por lo menos hasta que la niña naciera.
Mis padres apenas me dirigieron la palabra en los ocho meses y medio que duró mi embarazo; y un 7 de abril mi pequeña Megan apareció en este mundo. Era preciosa, con unos ojitos azul grisáceos, unos mofletes rosados, y un fino pelito castaño, cómo el mío.
Tenía la vaga esperanza de que mis padres, al ver a su nieta, se ablandaran un poco, pero no fue así; mi padre no apareció por el hospital, y mi madre ni se molestó en mirar a la niña una vez.
Mi hermano estaba emocionado con su sobrina...y hablando con él, tomé la decisión, pensando en mi niña y en mi carrera.
Gracias a las gestiones que había hecho en los últimos meses de mi embarazo, conseguí una plaza de anestesista residente en el North-Union Medical Center, uno de los mayores hospitales de San Francisco.
Jake y su mujer Leah vivían allí, después de que mi hermano se marchara de casa, harto de la situación.
Gracias a mis pequeños ahorros y el dinero que la abuela Swan nos dejó en herencia a mi y a mi hermano, podría alquilar un pequeño apartamento, suficiente para Megan y para mi, y con mi sueldo, podría sacar adelante a mi pequeña.
Cierto que no sería un sueldo cómo el de un médico adjunto, y aunque fuera residente, era doctora, ganaría suficiente.
Los sollozos de mi hija me sacaron de mis recuerdos; con cuidado la cogí del capazo y llamé a una azafata, pidiéndole por favor que calentara el biberón que le entregué.
Mientras le daba el biberón, no dejaba de pensar en lo afortunada que era...mi niña me había salvado...y ahora empezaba una nueva etapa.
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