jueves, 15 de diciembre de 2011

CUC - CAP 25. Una Casa de Locos



Autora: Sarah Crish Cullen

Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Meyer.
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CURANDO UN CORAZON

Capítulo 25. Una Casa de Locos

Eché una mirada al salón de mi casa, el suelo estaba cubierto de juguetes. Aprovechando que los pequeños estaban en su siesta, recogí poco a poco, y pude sentarme media hora en el sofá, cerrando los ojos. 

Edward no había podido venir a comer, se le había hecho tarde y además tenía algo de trabajo atrasado. 

El tiempo pasó muy deprisa desde aquel 22 de noviembre, día del nacimiento de Ethan. La semana pasada había cumplido cuatro meses, y era un niño sano y guapísimo. Tenía el pelo rizado, y de color bronce, con unos ojos verdes increíbles; en resumen, era Edward en miniatura. También tenía su mal humor Swan, eso lo había heredado de mi y de Megan. La pequeña estaba encantada con su bebé de verdad, como decía ella, pero también con unos pocos de celos en contadas ocasiones. 

Las navidades las pasamos todos juntos, en familia. Mi hermano se fue en Nochebuena con la familia de Leah a Seattle, y también pasó por Forks unos días, para visitar a mi madre. Nosotros las pasamos con Emmet, Esme y Carlisle aquí, en San Francisco, puesto que Ethan todavía era muy pequeño para viajar. Fueron unas navidades tranquilas y familiares. Megan se volvió loca el día de Navidad, abriendo regalos, tanto los de ella como los de Ethan, ya que según ella, el era muy chiquitín y no podía. Sus abuelos y tíos la colmaron de regalos... no sabíamos ya dónde meter tanta muñeca. 

La pequeña era cada día mas adorable y mimosa, sobre todo con su padre. Además, estábamos en lo cierto que tendríamos una niñera estupenda, ya que en cuánto su hermano hacía el más mínimo movimiento, allí estaba ella, atenta. 

El llanto de mi niño me despertó. Miré el reloj, las cinco menos cuarto de la tarde, hora de su merienda, no fallaba. Subí deprisa, no quería que Megan se despertara con el llanto de su hermano. Me acerqué a la cuna, cogiéndole en brazos. 

-No llores cariño, ¿tienes hambre?- le preguntaba mientras me acomodaba en la mecedora que había en la habitación. 

Una vez mi pecho estuvo libre de ropa, se agarró automáticamente a él, comiendo pausadamente. Miraba con una sonrisa a mi pequeño. 

-Pues si que tenías hambre campeón... espero que de mayor comas igual de bien- le decía divertida, mientras le quitaba la manita de la nariz y se la acariciaba. 
-¿Continuarás la tradición Cullen y serás médico, igual que papá, el abuelo 

Carlisle, el bisabuelo, el tío Em...?- le preguntaba divertida. Más de una vez, había oído decir a mi suegro que la tradición médica de los Cullen ya tenía sucesor. 
De vez en cuándo me miraba fijamente, incluso aun enganchado a mi pecho intentaba esbozar una pequeña sonrisa. 

-Espero que si no quieres ser médico, al menos no salgas futbolista; me dabas muchas pataditas cuándo estabas dentro de mí... en todo caso jugador de baloncesto; sino a tu padre y a tus tíos les matas del disgusto- decía con una risa... pero otra risa aterciopelada hizo que levantara la vista. 

Edward estaba apoyado en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados a la altura de su pecho y mirándonos divertido. 

-Hola, ¿hace cuánto estás ahí?- pregunté, poniendo la cabecita de mi niño en mi hombro, para que expulsara los gases. 

-Desde lo de tradición médica de los Cullen- dijo acercándose. 

-Le estaba aconsejando sobre su futuro- repliqué divertida. Mi marido negó con la cabeza, sonriendo divertido mientras se agachaba para besarme. 

-¿Cómo ha ido el día?- pregunté una vez liberó mis labios. 

-Ajetreado, pero al menos me he conseguido ponerme al día con los informes... por fin viernes y un fin de semana sin guardias- murmuró divertido Le pasé al niño mientras me sacaba el otro pecho. 

-¿Cómo está mi campeón?, ¿no le has dado mucha guerra a mamá, verdad?- le decía, acomodándolo en sus brazos y acariciando su espalda en círculos. 

-No da guerra... excepto cuándo quiere comer, ya sabes...- me interrumpió divertido. 

-Mal humor Swan- le decía a nuestro hijo. 

-Algo tenía que sacar de mi- me encogí de hombros divertida y resuelta a la vez. Me pasó de nuevo a Ethan después de darle un besito en la mejilla, que volvió a su tarea de merendar. 

Edward se agachó a nuestro lado, cogiéndole la manita y haciéndole monerías. 
-Se te cae la baba- le murmuré con una risa. 

-Y bien orgulloso que estoy de ello- me devolvió con un deje de broma en su voz. Negué divertida, bajando la cabeza de nuevo a Ethan. 
-¿Megan?- preguntó. 

-Todavía en la siesta... no ha parado quieta; quería meter a Ethan en su carrito de juguete y pasearle por toda la casa- le expliqué. 

-Me lo creo- dijo con una sonrisa. 

-Tu madre ha venido esta mañana, para traer lo de la fiesta de cumpleaños- le recordé. En una semana, nuestra pequeña cumplía dos añitos; suspiré con melancolía. 
-¿Qué pasa mi amor?- me interrogó Edward. 

-Ha pasado todo muy deprisa; parce que fue ayer cuándo la tuve por primera vez en mis brazos- le expliqué. 

-Sí... todavía recuerdo la primera vez que la vi, cuándo nos encontramos en el parque- añadió. 

Asentí, recordando aquel encuentro fortuito... la manera en que la tenía en brazos, sonriéndola con cariño... todo lo que me contó de Sophie, cómo me abrió su corazón... y yo le abrí el mío... 

A veces hablábamos de ella, pero ya no era doloroso cómo antes... al contrario de lo que pudiera pensar la gente, no me molestaba en absoluto. Desde nuestro reencuentro, la noche en que me pidió matrimonio y le di la noticia del embarazo de Ethan, me había demostrado con creces el amor que me profesaba, tanto a mi, como a Megan cómo a nuestro pequeño... 

-¿Qué?- interrogó curioso; me había quedado tan absorta mirándole que no me había dado cuenta. Negué con la cabeza, con una sonrisa, sintiendo el sonrojo que aparecía en mis mejillas. 

-Te quiero- susurré suavemente. 

-Y yo a ti cariño- alzó un poco la cabeza, inclinándose y dándome un suave beso, que correspondí gustosa... hasta que una cabecita castaña se coló por el marco de la puerta. 

-¡Papá!- Megan se tiró a los brazos de Edward, que la atrapó riendo. 

-Hola princesita- le dijo después de darle un beso. 

-Oa Ean- se puso delante de su hermano, acariciándole una manita -¿ta comendo?- preguntó curiosa. 

-Sí, está merendando, ¿tú quieres merendar?- le interrogué. 

Afirmó con la cabeza, de modo que Edward se la llevó a la cocina, entre risas. 
Después de que Ethan terminara su merienda, y de cambiarle el pañal, bajamos también.
Dejé al niño en su sillita, acercándome a ellos dos. 

-Tienes que terminarte el yogur- le decía su padre -sino la semana que viene no vendrá nadie a tu cumpleaños- fueron las palabras mágicas, en un minuto ya había terminado y estaba al lado de su hermano, enseñándole un juguete. 

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EDWARD PVO 

La casa nunca había estado tan concurrida. Era siete de abril, y mi pequeña princesa cumplía dos añitos. Los primeros en aparecer por casa fueron mis padres, cargados de regalos, que Megan abrió en dos segundos, chillando de alegría a cada descubrimiento. 
-¡Las alitas de Campailla!- dijo emocionada, mientras mi madre le ponía las alas en la espalda, y le daba la varita. 

Poco a poco fueron apareciendo mi hermano, Rose, Jake, Leah, Mailin, Alice, Jasper, Tyler y su familia, Mark y la suya... en total éramos seis niños y nueve adultos. 

Megan abrió ansiosa los regalos, entre los que había, además de muñecas, por supuesto, una cocinita de juguete, regalo de mi hermano y Rosalie; un disfraz de la Bella durmiente, regalo de Alice y Jasper, y una cuna de juguete con varios vestidos para muñecas, de parte de Jake y Leah. 

Una vez merendaron los peques, y Megan apagó las velas bajo la sonrisa y alegría de todos, los niños salieron a jugar al jardín, aprovechando los mayores para tomar algo. Mi madre y Bella iban de un lado para otro, atendiendo a todo el mundo. Agradecíamos muchísimo su ayuda, siempre estaba cuándo la necesitábamos; mis padres se desvivían por y para sus nietos. 

Tyler y Mark y sus familias se retiraron pronto, y el resto se quedó a cenar, además, esa noche había partido de baloncesto. Vi que mi hermano sacaba una caja de una bolsa, y se dirigió hacia mi padre, que tenía a Ethan en brazos. 

-Mira lo que te ha comprado el tío oso- canturreaba mientras desenvolvía el paquete, que resultó ser una camiseta de baloncesto en miniatura,. Mi padre soltó las carcajadas... hasta que Jake habló. 

-¡¿Cómo demonios le compras una camiseta de los Boston Celtics?- preguntó asombrado. Mi hijo seguía las voces, meneando la cabeza de un lado para otro. 

-Es su primer partido de baloncesto en familia- dijo mi hermano muy solemne. Jake rodó los ojos, al igual que yo. 

-Yo también le he traído una- exclamó Jasper, sacando de no sé dónde otra mini camiseta... de los San Antonio Spurs. La cara de Jake no tenía precio. 

-Pero bueno, ¿se puede saber qué es ésto?; Ethan será de los Lakers, al igual que su papá y el tío lobo, ¿verdad campeón?- le preguntaba a mi hijo, que se reía de las caras que le ponía su tío. 

-Ah no...- decía Jasper. 

-De eso nada, hay que educarle con cabeza...- protestó mi hermano. 

-¿Crees que va a entender algo de lo que le expliques?- pregunté burlón. Rose y Alice miraban a sus respectivas parejas con una ceja alzada. 

-Además, Ethan ya tiene su camiseta de los Lakers, ¿verdad campeón?- objetó Jake. 
Bella, mi madre reían a carcajada limpia, mientras que el resto de las chicas rodaba los ojos y mascullaban juramentos no muy agradables, dirigidos a nosotros. 
Después de lograr imponerme, nos sentamos a ver el partido, sin ponerle ninguna de las camisetas al pequeño. Después pensaría una manera de hacerlas desaparecer, no lo decía en voz alta... ¿mi hijo con una camiseta de los Boston Celtics, nuestro rival directo en los play-offs?, ¿y la de los San Antonio Spurs?; ni hablar. 
Emmet se sentó en medio del sofá, cogiendo a Ethan en brazos, señalándole el televisor y explicándole las jugadas. 

-¿Ves Ethan?; si defendemos con dos jugadores más adelantados habrá un setenta y cinco por ciento de posibilidades de que Bryant no haga un mate- le indicaba. 

-¿Desde cuándo te has erigido como seleccionador nacional?- le preguntó Jasper, con la cerveza en la mano. 

-Tonterías; a Bryant no se le puede parar de ninguna de las maneras; está comprobado- añadió Jake, mirando a mi hermano con una sonrisa burlona. 

-Ni te lo crees, amigo- resopló mi hermano, rodando los ojos. 

-Tiene razón Em, Bryant es imparable- objeté con una sonrisa. Mi hermano de dirigió a mi hijo, mirándole cual maestro de escuela. 

-Ethan, deja que te diga una cosa... cuándo seas mayor y quieras consejo, dirígete al tío oso-. Cogí a mi hijo en brazos, mirando a mi hermano alucinado. 

-Ethan; fiate de los mayores todo lo que quieras... pero el tío oso no cuenta-. 
Las carcajadas de mi padre, Jasper y Jake no se hicieron esperar, al igual que las de las chicas, sentadas en torno a la mesa del salón. 

-Me estás llamando inmaduro?; mamá, ¿podrías dejar de reírte y defenderme un poco, dado que ni mi preciosa novia sale en mi defensa?- taladraba a Rose con la mirada, que no dejaba de reírse. 
Mi madre le miró arqueando una ceja. Mi padre disimulaba la carcajada. 

-Emmet- mi madre se puso una mano en el corazón -te quiero enormemente... pero tienes treinta y cinco años y...- mi hermano la miró sin entender. 

-Va siendo hora de que te vayas de casa- terminó la frase mi padre. La carcajada general no se hizo esperar, mientras mi hermano se cruzaba de brazos, muy ofendido. 
-¿Estás echando de casa a tu hijo predilecto, al que siempre te hace reír, al que...- mi madre lo cortó. 

-Bueno... ¿no crees que es hora de volar del nido?- le preguntó con una sonrisa inocente. 

-Rosalie, osita... ¿serías tan amable de darme asilo en tu casa, dado que mi familia me repudia públicamente?- las carcajadas no se hicieron esperar, debido a la divertida conversación. Mi hermano puso cara de cordero degollado. 

Megan y Mailin se acercaron al sofá. Jake cogió a su pequeña, y mi hija se subió a las rodillas de Emmet. 

-¿Tas tiste, tio oso?- le preguntó inocentemente. 

-Nadie me quiere- protestó cual niño mimado y pequeño, con los brazos cruzados y un puchero mimoso. 

-Yo te quero mucho- le dijo mi hija seria. 

-¿Veis?; por fin alguien dice algo coherente en esta casa- la alzó en sus brazos, mientras Megan reía divertida. 

-Una niña de dos años- indicó Jasper, con tono obvio y sarcástico. 

-¿Etoces venes jugar mío y Malin?; los bebés tenen que comer- le dijo ilusionada, señalando a sus muñecas, esparcidas por todo el salón. 

-Ahora estoy viendo el partido, cuándo termine jugamos- le dijo mi hermano de vuelta. 
Mi hija arrugó el ceño, dándole con su varita mágica e la cabeza. 

-Pos ya no te quero- se bajó se sus rodillas muy ofendida, mientras que el resto de los presentes no podíamos parar de reír. 

-Chaquetera- murmuraba mi hermano entre dientes, sin quitar la vista del televisor. 

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Tres horas después, todo el mundo se había ido a su casa. Decidimos recoger todo al día siguiente, y nos dedicamos a bañar y acostar a los niños. 

Megan cayó agotada, después de tantas emociones y regalos... Bella la acostó en su cama, y ni aun dormida soltó la varita que le había regalado mi madre. 

Mientras mi mujer le contaba el cuento de antes de dormir a la pequeña, yo me dediqué a pasear con Ethan por toda su habitación; había dormido un rato por la tarde, de modo que tenía ganas de juerga. 

Casi una hora después, sus ojos se fueron cerrando despacito, y por fin pude dejarlo en la cuna. Estaba tapándolo cuándo Bella llegó a mi lado. 

-¿Se ha dormido?- preguntó en voz baja. 

-Si, le ha costado un poco- respondí. 

Mi mujer le metió la manita bajo las mantas, mirándole con una sonrisa. 

-Buenas noches campeón- susurró en voz, baja, pasando un dedo por su carita. Nos dirigimos a nuestro cuarto, estábamos rendidos. 

Me metí en ropa interior a la cama, ni me molesté en ponerme en pijama. Observé a Bella desnudarse para ponerse el suyo. Su cuerpo ya había vuelto a la normalidad después del parto de Ethan; solamente sus caderas, un poco más redondeadas, dejaban entrever que había pasado por dos embarazos. 

Bella se metió en la cama, acurrucándose en mis brazos mientras suspiraba cansada. 

-Tus hijos me funden las energías- dijo divertida. 

-Me lo creo... pero yo tenía pensado otro método para bajar calorías- murmuré en voz baja. Mi mujer alzó la cabeza, y pillándola desprevenida, capturé sus labios en un beso demandante y ansioso. Sus manos fueron a mi cuello y a mi nuca, acercándome más hacia ella. Lentamente me posicioné encima de ella, sin dejar de besar sus labios en ningún momento. 

-Ed... Edward- susurró mi esposa. Levanté mis ojos, para observarla detenidamente. Se mordía el labio inferior, en un gesto nervioso, pero a la vez sensual y provocativo. Sin decirnos nada, fui despojándola de su pijama, mientras ella hacía desaparecer mi ropa interior. 

-No sé para qué te lo has puesto- susurré divertido; ella me miro pícara, conteniendo la risa. 

-Me gusta que me lo quites tú- sus mejillas y su cuello se pusieron rojos, por la vergüenza. 

-¿Ah, si?- interogué, mientras iba bajando por su pecho y su estómago, haciendo círculos con mi lengua y besando ese camino que dejaba mi saliva. 
No contestó, pero sus gemidos dejaron entrever que le gustaba lo que le estaba haciendo. 

Ella relajó su espalda, quedando completamente tumbada en el colchón. Mis manos y mis labios besaban cada parte de su cuerpo, desde sus labios hasta sus pies, deteniéndose varias veces en ese pequeño botón de placer que guardaba su intimidad. Agarró fuertemente mis hombros, clavándome las uñas y arañándome los brazos. 

-Edward, te necesito ya- demandó con los ojos cerrados, mordiéndose de nuevo el labio inferior, acallando así las ganas de gritar. 

Posiciónandome sobre ella, entré de una sola vez, besándola sin tregua, cosa que no dejé de hacer en ningún momento. Sus piernas aprisionaron mis caderas, que se movían al compás de las suyas, haciendo que el acto fuese mucho más placentero. 

-Edward... ahhh...- gemía cuándo dejaba de besar unos instantes su pequeña boca. Por la fuerza con la que me agarraba, supe que estaba a punto de terminar. 

-Vente comnigo, cariño- le dije al oído 

Sus jadeos y los míos fueron de la mano, hasta que ambos llegamos al culmen. 
Caí rendido encima de ella, besando la pálida piel de su pecho. Sus manos fueron a mi pelo, retirándolo de la frente con una suave caricia. Besé de nuevo el pecho de mi esposa, justo dónde estaba su corazón; aquél que ella me había entregado para siempre, junto con su amor incondicional. 

Levanté la cabeza, poniéndola a la altura de la suya, mirando fijamente esos ojos café, tan expresivos y tiernos a la vez. 

-¿Sabes una cosa?- ella negó con la cabeza. 

-Te equivocaste de especialidad- me miraba extrañada, esperando una explicación. 

-Si- afirmé con una pequeña sonrisa -deberías haber sido cardióloga-. 

-¿Y eso por qué?- interrogó de nuevo, dejando su mano en mi mejilla. Miré a la mujer que tenía delante; a mi amiga, mi compañera, mi mujer, la madre de mis hjios... mi amor. 

-Porque conseguiste recomponer un corazón hecho añicos... y eso no lo hace todo el mundo- ella desvió su mirada de la mía, ruborizándose. Le di un pequeño beso en la mejilla, sintiendo el calor que emanaba su sonrojo. 

-Porque curaste mi corazón- terminé de decirle, para después besarla de nuevo, esta vez en los labios; beso que ella correspondió, despacio y suavemente. 

-Te amo- sus ojos brillaban, intentando contener las lágrimas. 

-Y yo a ti Bella... para siempre-. 


¡FIN!

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