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CURANDO UN CORAZON
Capítulo 22. Recién Casados
Los destellos del sol, que se filtraban tímidamente por las persianas y cortinas, hizo que abriera lentamente los ojos. Estaba muy cansada, y eso que nos habíamos dormido muy tarde... pero ya no aguantaba mucho tiempo tumbada en la cama; mi tripa cada vez me hacía estar más incómoda, de modo que me estiré lentamente.
A mi lado, mi marido dormía profundamente... mi marido... qué raro, pero a la vez, que bien sonaba. Estaba tumbado poca abajo, y tan dormido que parecía que estaba en coma.
Decidí darme una ducha, y eso fue lo que hice. El agua caliente me relajó sobremanera. Una vez fuera, con el pelo húmedo y envuelta en un suave albornoz color beige, salí a la terraza, apoyándome en el barandilla. Bajé la cabeza, posando mi vista en los jardines internos del hotel. Ya no quedaba ni rastro de la carpa y las mesas dónde se había celebrado el baile.
Sonreí contenta y emocionada, recordando todo lo vivido el día anterior. La preciosa ceremonia... el brillo esmeralda de sus ojos cuándo me vio aparecer del brazo de mi hermano, caminando hacia él... el momento en el que mi niña nos acercó los anillos... saliendo de la iglesia, los tres juntos, cómo una familia de verdad...
bueno, cuatro, contando a nuestro bebé.
La divertida cena y posterior baile... el momento mariachi de los chicos en nuestra suite... los "Te amo" que me dedicó una y otra vez Edward, a lo largo de toda la noche. Definitivamente, volvería a revivir ese día sin pensármelo dos veces... había sido un día emotivo, pero a la vez, divertidísimo.
Puede parecer que soy masoquista... pero en el fondo de mi corazón, y en el de Jake, ambos echamos de menos a nuestros padres. Pese a todo lo ocurrido y a la mala relación que tenemos, ellos son ante todo nuestros padres... y eso no cambiará nunca. Cierto que las cosas no se arreglarán del todo entre nosotros cuatro... pero era un sentimiento que no podía evitar.
Oí ruidos en el interior de la habitación, y la puerta del baño cerrándose. Entré para vestirme, y pude comprobar que Edward se había levantado. Decidí vestirme de mientras, ya que habíamos quedado con Esme y Carlisle para desayunar y recoger a la niña. Tal y cómo nos dijo Emmet, estábamos locos de atar... pero nos llevábamos a Megan a la playa con nosotros... la niña nunca había estado en una, y preferíamos estar con nuestra pequeña en unas más que merecidas vacaciones.
Edward salió ya vestido, con el cabello húmedo y todavía con cara de dormido. Se acercó a mi sonriendo, rodeándome con sus brazos.
-Buenos días señora Cullen- murmuró en voz baja, para después besarme tiernamente.
-Hola, ¿has descansado?- indagué mientras le pasaba una mano por el pelo. Afirmó con la cabeza, mientras su cara se perdía en mi cuello.
-He dormido demasiado bien... aunque todavía me dura el cansancio del día anterior- aclaró con voz divertida.
-Dímelo a mi...además hoy está revoltoso- le expliqué, aludiendo a mi tripa. Posó su mano en ella, sonriendo mientras sentía el movimiento del bebé.
Si... se mueve mucho... creo que todavía le dura la fiesta de ayer- dijo divertido.
-O qué va a ser futbolista y está entrenando- contraataqué divertida.
-O también que nuestra princesita está practicando ballet- me devolvió con una sonrisa malévola.
Sonreí, negando divertida con la cabeza.
-Espero que al volver de vacaciones se deje ver de una vez por todas... me muero por saber quién gana las apuestas- musité.
-Esperemos... sino no nos quedará otra que robar un ecógrafo y verlo en casa. Parece que sabe cuándo vamos a la revisión y nos toma el pelo a propósito- refunfuñó Edward.
Reímos juntos, mientras escondía mi cara en su pecho.
-¿Qué pasa?- preguntó algo preocupado.
-Ayer fue el día más feliz de mi vida... gracias por hacerlo realidad- musité, mirando con una sonrisa el fino anillo de oro amarillo, que ya descansaba para siempre en el dedo corazón de mi mano derecha.
-Gracias a ti cariño... por aparecer tú y Megan en mi vida... y enseñarme que se puede volver a amar sin miedo a lo que pueda suceder- susurró en voz baja, levantándome la cara, para que pudiera mirarlo a los ojos.
Le di las gracias besándole lentamente, sin prisa. Permanecimos abrazados un buen rato, en uno de nuestros habituales y cómodos silencios... hasta que mi estómago reclamó comida.
-Vamos a desayunar... me muero por contarle a tus padres que tienen un hijo cantante- dije entre risas.
Bajamos a la terraza de la planta baja, allí divisamos a Esme y Carlisle, que tenía a Megan en brazos, dándole los cereales. Nada más vernos, se bajó y corrió hasta nosotros.
-Oa mami- me dijo abrazándose a mis piernas. Me agaché como pude, para quedar a su altura.
-Hola cielo, ¿te has portado bien con los abuelos?- ella asintió muy seria, después de darme un beso. Se volvió a Edward, levantándole los brazos para que la cogiera.
-Hola mi niña- le saludó mientras la cogía.
-¿Vamos a ir paya?- le preguntó con una sonrisa.
-En cuánto terminemos de desayunar, ¿tienes ganas de bañarte y de hacer castillos?- le interrogaba Edward mientras nos acercábamos a la mesa.
-Siiii- chilló emocionada.
-Buenos días- saludamos a Esme y Carlisle.
-Buenos días hijos- nos saludó Esme.
-¿No ha bajado nadie a desayunar?- interrogó Edward, pasándole a Carlisle la niña de vuelta.
-Sólo Leah, que ha bajado a recoger a la pequeña- me explicaba mi suegra.
-Espero que no os hayan dado mala noche- murmuré; ella negó con una sonrisa, explicándome después que ambas habían dormido toda la noche del tirón.
-¿Y vosotros... habéis descansado algo?- indagó Carlisle con una inocente sonrisa.
-Bueno... después de la serenata que nos ofrecieron... sí- expliqué. Pusieron cara de no entender nada, obviamente. Edward y yo les relatamos esa parte de nuestra noche de bodas. Esme miraba fijamente a Carlisle, que se partía de risa.
-No tiene gracia... ¿hemos criado a un payaso?- le preguntó Esme, arqueando una ceja.
-No sé a quién habrá salido, querida... pero tienes que reconocer que la última ocurrencia de tu hijo ha sido memorable- se giró a nosotros -¿por qué no me despertasteis?; no sabéis lo que hubiera dado por presenciarlo- nos dijo con falso reproche.
Seguimos comentado anécdotas divertidas de la boda... hasta que Rosalie y Emmet aparecieron. La cara de este último era de resaca total.
-Vaya... pero si está aquí Pancho Villa... ¿dónde has dejado a tus mariachis?- interrogó Carlisle, ahogando la carcajada.
Los bufidos de Esme y Rosalie, junto con la mirada vacilona de Edward y mía, hicieron encogerse al grandullón de mi cuñado.
-Buenos días- saludó Rose, ya más tranquila. Emmet simplemente nos hizo un gesto con la cabeza. Megan se bajó de las piernas de Carlisle y se dirigió a su tío.
-¿Tas malito, tío oso?- le preguntó con un tierno puchero.
-Si... me duele la cabeza- le respondió Emmet, mientras la sentaba en sus rodillas.
-Dile a papi que te cure, y al abelo... y a mami- le aconsejaba inocentemente.
-Se lo diré... de momento creo que necesito tres litros de café y una tortilla de aspirinas- musitó cerrando los ojos.
Después del desayuno nos despedimos de nuestra familia, rumbo a Los Ángeles. Edward había alquilado un pequeño bungalow, de modo que estaríamos tranquilos y a nuestro aire. Esa semana pasó muy muy rápido. Megan disfrutó de lo lindo en la playa, embadurnándose de arena de la cabeza a los pies y haciendo castillos con su cubo y su pala.
El primer día que la metimos en el agua se aferró al cuello de su padre, chillando y pataleando un poco... pero la convencimos, y una vez comprobó que flotaba con los manguitos que le habíamos comprado, parecía un pececito, no quería salir ni para comer.
Aparte de sol y playa, dimos varios paseos por la zona; incluso un día que estuvo nublado nos acercamos a recorrer los lugares turísticos de Los Ángeles, como el Paseo de las estrellas de Hollywood y otras zonas de interés.
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Nuestra particular luna de miel familiar y el verano pasaron en un suspiro. Eran mediados de septiembre, y faltaban menos de tres meses para verle la carita a nuestro hijo... o hija... porque estaba en una postura en la que, por más que el doctor Simmons movía el ecógrafo, no daba con sus partes.
Debido a lo avanzado de mi embarazo, mi tripa estaba inmensa, y a que tenía la tensión por los suelos, la doctora Sanders decidió no mandarme a operaciones largas; en parte lo agradecía, porque el más mínimo esfuerzo me agotaba. Había pasado días muy malos, debido a que con el calor me agobiaba y me hinchaba entera... como hoy.
Edward estaba en medio de una colostomía seccional con Tyler, y todavía le quedaba un buen rato. Estaba vigilando las constantes de uno de los pacientes que habían subido hace unas horas, cuándo la doctora Sanders me llamó a su despacho. Una vez tomé asiento, procedió a explicarme.
-Isabella, en diez días la comisión de investigación te llamará para que des tu versión de lo que ocurrió ese día en quirófano con el residente de cirugía James Cam- me tensé y me asusté, y mi jefa percibió mi nerviosismo.
-Tranquila Isabella, ya sabes que tú y Emmet vais en calidad de testigos; no estabais presentes en este momento, de modo que no pueden haceros nada- intentó tranquilizarme. Me revolví incómoda en el asiento, mientras ella seguía hablando.
-¿Quién forma esa comisión?- pregunté curiosa.
-En ella estamos, yo y el jefe de cirugía, varios adjuntos y los abogados del hospital y el de James -explicó amablemente.
-¿La familia puso una demanda?; como todo sucedió justo antes de la boda y de las vacaciones no nos hemos enterado de mucho- le aclaré.
-Por supuesto que la pusieron; es una falta muy grave. Ya veremos si después de ésto James consigue terminar la residencia... pero te aseguro que no será aquí- afirmó seria y segura en su tono de voz.
Después de charlar unos minutos más con ella, preguntándome por Megan y mi estado, salí y me senté en la salita. Sabía que no tenía nada que tener... pero estaba muy nerviosa. Al momento entraron Rose y Emmet por la puerta, y éste me tendió las solicitudes de los preoperatorios para firmarlas.
-Para la semana que viene tengo programadas una sutura de pared torácica por laceración y tres biopsias pulmonares, una de ellas pleural; quiero que me des tu opinión sobre una de ellas- me dijo indicando el historial. Lo leí por encima, arrugando el entrecejo.
-Bueno... está claro que anestesia venosa... veo que el paciente es diabético, tiene las transaminasas altas... está completito- le dije a mi cuñado.
-Si... por la diabetes tendremos que tener cuidado con las suturas, y después antibióticos por vena para evitar la infección- añadió mientras tomaba la taza de café que le había preparado Rosalie.
¿Quieres algo, Bella?- me ofreció amablemente.
-Un té, por favor- le supliqué con un puchero. Ella asintió con una carcajada.
-¿Has sabido algo de Alice?- le pregunté. Hoy estaban el la planta de obstetricia... después de más de dos años buscando un bebé, no les había quedado otro remedio que iniciar un tratamiento.
-No, pero deben estar por terminar. Jasper dijo que bajarían aquí después- me explicó.
-Por cierto... la doctora Sanders me ha dicho que en diez días nos llamarán para testificar- le expliqué a mi cuñado. Éste asintió con la cabeza.
-Me lo ha comentado Mark esta mañana... ese no termina la carrera de medicina... estaba jugando con fuego, y finalmente pasó lo que tenía que pasar- dijo cruzándose de brazos. Seguimos charlando sobre el asunto, hasta que Jasper y Alice aparecieron por la puerta.
-¿Cómo ha ido?- pregunté ansiosa. Quería mucho a Alice, y estaba muy preocupada.
-Todo bien... me han mandado unas inyecciones de estrógenos para favorecer la ovulación... y a deberear- dijo guiñando un ojo.
-Si en tres meses no se queda en estado, pensaríamos en otras vías- añadió su marido.
Alice y Jasper se despidieron, ya que tenían el día libre. Emmet se fue a cirugía y Rose y yo fuimos a las rondas que hacíamos cada 45 minutos.
-En principio las constantes están estables- murmuré revisando a un paciente- seguiremos con metamizol magnésico por vía intravenosa, diez miligramos- le indiqué a mi cuñada. Rose le inyectó el medicamento mientras yo lo apuntaba en el historial.
Un rato después, apareció Tyler con el paciente que había operado Edward.
-¿Cómo os ha ido?- indagué.
-Ninguna complicación, lo previsto; ¿puedes hacer la primera valoración?; Mark me espera con una urgencia en quirófano- me explicó.
Asentí mientras volvía a salir por la puerta. Menuda mañana de locos... empezaba a estar agotada... y eso que había dormido trece horas, parecía una marmota. Al de un rato el teléfono sonó. Oí a Rosalie hablar muy deprisa; al colgar, se giró hacia mí.
-Llaman de cirugía... necesitan un anestesista... a Mandy le queda media hora en neurocirugía- me explicó mientras buscaba el nombre de la paciente el la base de datos.
-Aquí está... Laura Mancini, 78 años... apendicectomía de urgencia en el quirófano tres- me explicó imprimiendo el historial.
Ojeé la analítica preperatoria.
-¿Quieres que llame a Mandy?- preguntó Rosalie. Negué con la cabeza.
-Yo voy, no te preocupes, no es muy larga la operación- la tranquilicé -cualquier cosa me llamas al busca-.
Al llegar a quirófano, saludé a las enfermeras mientras me dispuse a lavarme. Unas manos que conocía a la perfección me taparon los ojos, a la vez que una suave voz me susurraba al oído.
-Hola- saludé con una sonrisa. Me giré para quedar cara a cara con mi marido, que me recibió con un pequeño beso. Pude oír el suspiro melancólico de las enfermeras que estaban por allí.
-Creo que me he casado con el rompecorazones del hospital- murmuré divertida. Edward rodó los ojos mientras posaba su mano en mi vientre.
-No creo que sea para tanto... soy un hombre normal y corriente; creo que Emmet desata más pasiones que yo- me respondió burlón -¿cómo se está portando nuestro pequeñín?- preguntó, cambiando de tema.
-Hoy está muy tranquilo... como no he parado quieta un minuto, se habrá dormido con balanceo de mi tripa- le expliqué. Rió por mi explicación mientras se acercaba al lavamanos.
-¿No estás muy cansada para entrar?; puedo esperar a Mandy- sugirió un poco preocupado. Negué con la cabeza.
-No, tranquilo; es una operación simple, no deberíamos tardar mucho- le tranquilicé.
-Esperemos- dijo mientras se ponía los guantes, yo ya estaba preparada -¿lista?-.
-Vamos a ello-. Entramos a la sala; la paciente ya estaba allí, con las vías puestas y los sensores para las constantes colocados.
Buenos días señora Mancini. Soy la anestesista, ¿cómo se encuentra?- le pregunté. Tenía el pelo cano, y unos ojos oscuros alegres y vivaces.
-Tranquila... pero este dolor es horrible; sufro desde hace muchos años problemas coronarios... y resulta que el apéndice duele más- susurró enojada.
-Es normal, una apendicitis es un dolor agudo que enseguida sube de intensidad, pero verá que cuándo despierte se sentirá mucho mejor- le contaba mientras inyectaba en su vía la anestesia.
-Por lo menos no puedo quejarme del servicio... el doctor Cullen es guapísimo- me susurró en plan confidente. Sonreí para mis adentros.
-No está mal- me encogí de hombros; detrás mío oí la risa de Missy, una de las enfermeras.
-Porque mis tres nietas ya tienen novio... sino haría de celestina- seguía relatando pícara. No pude menos que reírme.
-Bien señora Mancini... quiero que cuente del uno a diez, pero de mayor a menor; empezará a sentir una ligera somnolencia-.
No llegó al ocho y ya estaba completamente dormida. Una vez la intubé, di la señal a Edward para empezar.
-Preparados- le sonreía a través de la mascarilla, queriendo desearle buena suerte. Me guiñó un ojo, diciéndome que lo había entendido.
-Bien... bisturí-. Bajó la cabeza, concentrándose en su trabajo.
La operación pasó sin complicaciones; una vez acabamos, y preparaban a la paciente para subirla a reanimación, le conté a Edward lo que me había dicho la doctora Sanders. Me escuchaba atentamente.
-Cariño, no te va a pasar nada malo- me dijo tomándome de las manos.
-Ya lo sé... pero no puedo evitar estar preocupada- me cogió la cara entre sus suaves manos.
-Tranquila mi vida, no quiero que te pongas nerviosa... sabes que no te conviene- me regañó con dulzura.
Asentí suspirando, y cambié de tema.
-¿Sabes qué le las gustado a la señora Mancini?; me contó que sus nietas ya tienen novio, pero sino te querría de nieto político- le expliqué, conteniendo la risa.
-¿Y no le has dicho que estás felizmente casada con ese médico estupendo?- me devolvió divertido.
-No me ha dado tiempo- repuse cínica y divertida a la vez -vamos para reanimación, enseguida la subirán-.
Una vez evalué a la señora Mancini en reanimación, junto a Edward, le presenté a mi marido. Su cara era de una total sorpresa, pidiéndome disculpas por si me podía haber ofendido. Le sonreí restándole importancia al asunto, además, no todos los días te encuentras a un paciente tan simpático.
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Esa semana pasó rápido, y llegó el día que Emmet y yo debíamos prestar declaración. Estábamos citados a las once y media de la mañana. Vimos salir a Missy y a Lauren, que habían declarado antes que nosotros.
-¿Cómo ha ido?- le pregunté a Lauren.
-Bien... los abogados de la familia han sido los más... inapelables, por decirlo de alguna manera- explicó ésta.
-Menos mal que por fin hoy termina todo- añadió Lauren con un suspiro de alivio.
-Eso depende; si Cam admite su parte de culpa sería todo mucho más sencillo, sino...- Edward dejó la frase inconclusa.
-¿Si no es así, qué podría pasar?- interrogué.
-La comisión tendría que estudiar todos los testimonios, se alargaría más el proceso- terminó de explicarme.
Iba a añadir algo, cuándo un señor algo mayor, salió de la sala. Nos volvimos para mirarle.
-Doctor Cullen, doctora Cullen, deben pasar- Edward me dio un pequeño beso, murmurándome al oído que estuviese tranquila. Mi cuñado me abrió la puerta, cediéndome el paso.
Cual sala de juzgado, al fondo había una mesa alargada, donde reconocí a mi jefa, al jefe de Edward y otros muchos señores y señoras sentados a su lado, a los cuales no conocía en absoluto.
-Bien, doctor y doctora Cullen...- empezó a decir uno de los abogados del hospital, pero un hombre bajo, calvo, con unas gafas negras de pasta, le interrumpió.
-¿Acaso los testigos son familia?- preguntó como si le molestara.
-¿Quién es?- le pregunté a Emmet por lo bajini.
-Debe ser el abogado de Cam, por el tono en el que se dirige a nosotros no veo otra explicación-.
-Dudo que eso sea algo revelante, señor Field- habló el doctor Gills -de todos modos, si ellos quieren pueden responder- nos dijo señalándonos a ambos. Emmet asintió y tomó la palabra.
-Ella es la mujer de mi hermano- contestó simplemente. El abogado de James asintió, y empezó la testificación.
Nos hicieron relatar tanto a mi como a Emmet los hechos de ese día, recordando minuciosamente cada detalle. Una vez terminamos de hablar los dos, fue el turno de las preguntas.
-¿Es cierto que ustedes dos se fueron a desayunar mientras preparaban al paciente para ser intervenido?- interrogó Field.
-Teníamos veinte minutos antes de empezar la operación- contesté lo más tranquila que pude.
-Veinte minutos en los que dejaron a un residente sin supervisión- contraatacó.
-El doctor Cam tenía orden expresa de no hacer absolutamente nada hasta que no llegara su adjunto correspondiente, que es ese caso era yo- respondió Emmet muy serio.
-Tenía orden de intubar al paciente sin la supervisión de un anestesista, en este caso de la doctora Cullen?- interrogó una mujer de mediana edad, que me lanzó una mirada tranquilizadora.
-No, tampoco tenía esa autorización- respondí.
-¿Y si no se les permite intubar a los residentes... por qué debía hacerlo usted?- volvió a la carga el señor Field -tengo entendido que es residente de segundo año-.
-Porque yo soy residente de anestesiología, no de cirugía; estoy plenamente capacitada para intubar y reanimar sin supervisión a los pacientes; mi trabajo no es operar- respondí, enfrentando la molesta mirada del señor.
-¿Y quién le otorgó esos poderes?- preguntó; puede que fueran imaginaciones mías, pero noté cierto tono de burla en su voz.
-Mi supervisora, la doctora Sanders-. El abogado de giró para encararla.
-Es cierto- tomó aire para continuar -los residentes de anestesiología no siguen el mismo programa de residencia que un cirujano; ellos desde el primer momento están capacitados para intubar y reanimar a un paciente sin la supervisión de un adjunto- aclaró muy seria.
Eso pareció dejar al abogado de Cam sin muchos argumentos. Después de una media hora de extenso interrogatorio, nos dejaron escapar. Al salir nos cruzamos con Cam, que entraba por la puerta. Su testimonio era el último antes de que la comisión tomara una determinación.
Decidimos ir a mi servicio, dónde nos esperaban mis compañeros y Amy, la otra residente, que hoy me había sustituido.
Alice y Rose ya me tenían preparada una tila, me conocían demasiado. Al final de la mañana, la doctora Sanders entró en el servicio. Una vez de ponerse una taza de café, procedió a contarnos los hechos.
-Bien, al final James ha admitido su responsabilidad; de modo que la parte de la investigación queda archivada- nos dijo. Me abracé a Edward, soltando un suspiro de alivio; por fin terminaba este incómodo asunto.
-¿Qué medidas se van a tomar?- preguntó Jasper.
-En lo que respecta a Cam, la dirección ha decidido expulsarle del programa de residencia- Emmet asintió con la cabeza en señal de victoria. - además, no podrá retomarla hasta dentro de dos años, ya que ésto, obviamente, se reflejará en su expediente académico, y es una falta muy grave- terminó de explicar.
-¿La familia seguirá delante con la demanda?- preguntó Edward.
-Si, pero sólo llevarán a James a juicio; al confesar que desobedeció el hospital queda exento de responsabilidad- aclaró.
Una vez respondió al extenso interrogatorio, cada uno volvió a sus quehaceres, pero la doctora Sanders me llamó a un aparte, junto a Edward.
-Bella, se que esta semana has estado nerviosa y preocupada... ¿tenías guardia este fin de semana, verdad?- me preguntó. Asentí, no sabía a dónde quería llegar.
-Bien – giró la vista hacia mi marido -Edward, quiero que te la lleves a casa y que descanse todo el fin de semana- le ordenó.
Iba a replicar, pero ni ella ni Edward me dejaron hablar, de modo que me encontré con un fin de semana libre. Edward bajó a su servicio y cambió el turno con Mark.
-Hacía mucho que no teníamos un fin de semana completo libre- me explicó ya en el coche.
-Eso es cierto- asentí dándole la razón. En el fondo me apetecía descansar y desconectar unos días. Mi móvil interrumpió nuestra planeación del fin de semana. Me tensé al ver el número... era el de mi casa... en Forks.
-¿Sí?- contesté con cautela. Tenía miedo de que fuera mi padre, ya que desde el sonado encontronazo no había vuelto a hablar con él. Con mi madre si que había hablado un par de veces después de la boda, de manera cordial y educada; la última hace dos semanas, por mi veintiséis cumpleaños.
-Bella- respiré, era ella... pero su voz dejaba entrever que había estado llorando, y que estaba muy nerviosa.
-Mamá, ¿qué ocurre?- interrogué extrañada.
-Jake y tú debéis venir a Forks- dijo de forma apresurada.
-Per...- no me dio tiempo a preguntar nada, ya que siguió hablando, esta vez ya sin poder disimular su llorosa voz.
-Tu padre ha sufrido un infarto cerebral, está muy grave-.
A mi lado, mi marido dormía profundamente... mi marido... qué raro, pero a la vez, que bien sonaba. Estaba tumbado poca abajo, y tan dormido que parecía que estaba en coma.
Decidí darme una ducha, y eso fue lo que hice. El agua caliente me relajó sobremanera. Una vez fuera, con el pelo húmedo y envuelta en un suave albornoz color beige, salí a la terraza, apoyándome en el barandilla. Bajé la cabeza, posando mi vista en los jardines internos del hotel. Ya no quedaba ni rastro de la carpa y las mesas dónde se había celebrado el baile.
Sonreí contenta y emocionada, recordando todo lo vivido el día anterior. La preciosa ceremonia... el brillo esmeralda de sus ojos cuándo me vio aparecer del brazo de mi hermano, caminando hacia él... el momento en el que mi niña nos acercó los anillos... saliendo de la iglesia, los tres juntos, cómo una familia de verdad...
bueno, cuatro, contando a nuestro bebé.
La divertida cena y posterior baile... el momento mariachi de los chicos en nuestra suite... los "Te amo" que me dedicó una y otra vez Edward, a lo largo de toda la noche. Definitivamente, volvería a revivir ese día sin pensármelo dos veces... había sido un día emotivo, pero a la vez, divertidísimo.
Puede parecer que soy masoquista... pero en el fondo de mi corazón, y en el de Jake, ambos echamos de menos a nuestros padres. Pese a todo lo ocurrido y a la mala relación que tenemos, ellos son ante todo nuestros padres... y eso no cambiará nunca. Cierto que las cosas no se arreglarán del todo entre nosotros cuatro... pero era un sentimiento que no podía evitar.
Oí ruidos en el interior de la habitación, y la puerta del baño cerrándose. Entré para vestirme, y pude comprobar que Edward se había levantado. Decidí vestirme de mientras, ya que habíamos quedado con Esme y Carlisle para desayunar y recoger a la niña. Tal y cómo nos dijo Emmet, estábamos locos de atar... pero nos llevábamos a Megan a la playa con nosotros... la niña nunca había estado en una, y preferíamos estar con nuestra pequeña en unas más que merecidas vacaciones.
Edward salió ya vestido, con el cabello húmedo y todavía con cara de dormido. Se acercó a mi sonriendo, rodeándome con sus brazos.
-Buenos días señora Cullen- murmuró en voz baja, para después besarme tiernamente.
-Hola, ¿has descansado?- indagué mientras le pasaba una mano por el pelo. Afirmó con la cabeza, mientras su cara se perdía en mi cuello.
-He dormido demasiado bien... aunque todavía me dura el cansancio del día anterior- aclaró con voz divertida.
-Dímelo a mi...además hoy está revoltoso- le expliqué, aludiendo a mi tripa. Posó su mano en ella, sonriendo mientras sentía el movimiento del bebé.
Si... se mueve mucho... creo que todavía le dura la fiesta de ayer- dijo divertido.
-O qué va a ser futbolista y está entrenando- contraataqué divertida.
-O también que nuestra princesita está practicando ballet- me devolvió con una sonrisa malévola.
Sonreí, negando divertida con la cabeza.
-Espero que al volver de vacaciones se deje ver de una vez por todas... me muero por saber quién gana las apuestas- musité.
-Esperemos... sino no nos quedará otra que robar un ecógrafo y verlo en casa. Parece que sabe cuándo vamos a la revisión y nos toma el pelo a propósito- refunfuñó Edward.
Reímos juntos, mientras escondía mi cara en su pecho.
-¿Qué pasa?- preguntó algo preocupado.
-Ayer fue el día más feliz de mi vida... gracias por hacerlo realidad- musité, mirando con una sonrisa el fino anillo de oro amarillo, que ya descansaba para siempre en el dedo corazón de mi mano derecha.
-Gracias a ti cariño... por aparecer tú y Megan en mi vida... y enseñarme que se puede volver a amar sin miedo a lo que pueda suceder- susurró en voz baja, levantándome la cara, para que pudiera mirarlo a los ojos.
Le di las gracias besándole lentamente, sin prisa. Permanecimos abrazados un buen rato, en uno de nuestros habituales y cómodos silencios... hasta que mi estómago reclamó comida.
-Vamos a desayunar... me muero por contarle a tus padres que tienen un hijo cantante- dije entre risas.
Bajamos a la terraza de la planta baja, allí divisamos a Esme y Carlisle, que tenía a Megan en brazos, dándole los cereales. Nada más vernos, se bajó y corrió hasta nosotros.
-Oa mami- me dijo abrazándose a mis piernas. Me agaché como pude, para quedar a su altura.
-Hola cielo, ¿te has portado bien con los abuelos?- ella asintió muy seria, después de darme un beso. Se volvió a Edward, levantándole los brazos para que la cogiera.
-Hola mi niña- le saludó mientras la cogía.
-¿Vamos a ir paya?- le preguntó con una sonrisa.
-En cuánto terminemos de desayunar, ¿tienes ganas de bañarte y de hacer castillos?- le interrogaba Edward mientras nos acercábamos a la mesa.
-Siiii- chilló emocionada.
-Buenos días- saludamos a Esme y Carlisle.
-Buenos días hijos- nos saludó Esme.
-¿No ha bajado nadie a desayunar?- interrogó Edward, pasándole a Carlisle la niña de vuelta.
-Sólo Leah, que ha bajado a recoger a la pequeña- me explicaba mi suegra.
-Espero que no os hayan dado mala noche- murmuré; ella negó con una sonrisa, explicándome después que ambas habían dormido toda la noche del tirón.
-¿Y vosotros... habéis descansado algo?- indagó Carlisle con una inocente sonrisa.
-Bueno... después de la serenata que nos ofrecieron... sí- expliqué. Pusieron cara de no entender nada, obviamente. Edward y yo les relatamos esa parte de nuestra noche de bodas. Esme miraba fijamente a Carlisle, que se partía de risa.
-No tiene gracia... ¿hemos criado a un payaso?- le preguntó Esme, arqueando una ceja.
-No sé a quién habrá salido, querida... pero tienes que reconocer que la última ocurrencia de tu hijo ha sido memorable- se giró a nosotros -¿por qué no me despertasteis?; no sabéis lo que hubiera dado por presenciarlo- nos dijo con falso reproche.
Seguimos comentado anécdotas divertidas de la boda... hasta que Rosalie y Emmet aparecieron. La cara de este último era de resaca total.
-Vaya... pero si está aquí Pancho Villa... ¿dónde has dejado a tus mariachis?- interrogó Carlisle, ahogando la carcajada.
Los bufidos de Esme y Rosalie, junto con la mirada vacilona de Edward y mía, hicieron encogerse al grandullón de mi cuñado.
-Buenos días- saludó Rose, ya más tranquila. Emmet simplemente nos hizo un gesto con la cabeza. Megan se bajó de las piernas de Carlisle y se dirigió a su tío.
-¿Tas malito, tío oso?- le preguntó con un tierno puchero.
-Si... me duele la cabeza- le respondió Emmet, mientras la sentaba en sus rodillas.
-Dile a papi que te cure, y al abelo... y a mami- le aconsejaba inocentemente.
-Se lo diré... de momento creo que necesito tres litros de café y una tortilla de aspirinas- musitó cerrando los ojos.
Después del desayuno nos despedimos de nuestra familia, rumbo a Los Ángeles. Edward había alquilado un pequeño bungalow, de modo que estaríamos tranquilos y a nuestro aire. Esa semana pasó muy muy rápido. Megan disfrutó de lo lindo en la playa, embadurnándose de arena de la cabeza a los pies y haciendo castillos con su cubo y su pala.
El primer día que la metimos en el agua se aferró al cuello de su padre, chillando y pataleando un poco... pero la convencimos, y una vez comprobó que flotaba con los manguitos que le habíamos comprado, parecía un pececito, no quería salir ni para comer.
Aparte de sol y playa, dimos varios paseos por la zona; incluso un día que estuvo nublado nos acercamos a recorrer los lugares turísticos de Los Ángeles, como el Paseo de las estrellas de Hollywood y otras zonas de interés.
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Nuestra particular luna de miel familiar y el verano pasaron en un suspiro. Eran mediados de septiembre, y faltaban menos de tres meses para verle la carita a nuestro hijo... o hija... porque estaba en una postura en la que, por más que el doctor Simmons movía el ecógrafo, no daba con sus partes.
Debido a lo avanzado de mi embarazo, mi tripa estaba inmensa, y a que tenía la tensión por los suelos, la doctora Sanders decidió no mandarme a operaciones largas; en parte lo agradecía, porque el más mínimo esfuerzo me agotaba. Había pasado días muy malos, debido a que con el calor me agobiaba y me hinchaba entera... como hoy.
Edward estaba en medio de una colostomía seccional con Tyler, y todavía le quedaba un buen rato. Estaba vigilando las constantes de uno de los pacientes que habían subido hace unas horas, cuándo la doctora Sanders me llamó a su despacho. Una vez tomé asiento, procedió a explicarme.
-Isabella, en diez días la comisión de investigación te llamará para que des tu versión de lo que ocurrió ese día en quirófano con el residente de cirugía James Cam- me tensé y me asusté, y mi jefa percibió mi nerviosismo.
-Tranquila Isabella, ya sabes que tú y Emmet vais en calidad de testigos; no estabais presentes en este momento, de modo que no pueden haceros nada- intentó tranquilizarme. Me revolví incómoda en el asiento, mientras ella seguía hablando.
-¿Quién forma esa comisión?- pregunté curiosa.
-En ella estamos, yo y el jefe de cirugía, varios adjuntos y los abogados del hospital y el de James -explicó amablemente.
-¿La familia puso una demanda?; como todo sucedió justo antes de la boda y de las vacaciones no nos hemos enterado de mucho- le aclaré.
-Por supuesto que la pusieron; es una falta muy grave. Ya veremos si después de ésto James consigue terminar la residencia... pero te aseguro que no será aquí- afirmó seria y segura en su tono de voz.
Después de charlar unos minutos más con ella, preguntándome por Megan y mi estado, salí y me senté en la salita. Sabía que no tenía nada que tener... pero estaba muy nerviosa. Al momento entraron Rose y Emmet por la puerta, y éste me tendió las solicitudes de los preoperatorios para firmarlas.
-Para la semana que viene tengo programadas una sutura de pared torácica por laceración y tres biopsias pulmonares, una de ellas pleural; quiero que me des tu opinión sobre una de ellas- me dijo indicando el historial. Lo leí por encima, arrugando el entrecejo.
-Bueno... está claro que anestesia venosa... veo que el paciente es diabético, tiene las transaminasas altas... está completito- le dije a mi cuñado.
-Si... por la diabetes tendremos que tener cuidado con las suturas, y después antibióticos por vena para evitar la infección- añadió mientras tomaba la taza de café que le había preparado Rosalie.
¿Quieres algo, Bella?- me ofreció amablemente.
-Un té, por favor- le supliqué con un puchero. Ella asintió con una carcajada.
-¿Has sabido algo de Alice?- le pregunté. Hoy estaban el la planta de obstetricia... después de más de dos años buscando un bebé, no les había quedado otro remedio que iniciar un tratamiento.
-No, pero deben estar por terminar. Jasper dijo que bajarían aquí después- me explicó.
-Por cierto... la doctora Sanders me ha dicho que en diez días nos llamarán para testificar- le expliqué a mi cuñado. Éste asintió con la cabeza.
-Me lo ha comentado Mark esta mañana... ese no termina la carrera de medicina... estaba jugando con fuego, y finalmente pasó lo que tenía que pasar- dijo cruzándose de brazos. Seguimos charlando sobre el asunto, hasta que Jasper y Alice aparecieron por la puerta.
-¿Cómo ha ido?- pregunté ansiosa. Quería mucho a Alice, y estaba muy preocupada.
-Todo bien... me han mandado unas inyecciones de estrógenos para favorecer la ovulación... y a deberear- dijo guiñando un ojo.
-Si en tres meses no se queda en estado, pensaríamos en otras vías- añadió su marido.
Alice y Jasper se despidieron, ya que tenían el día libre. Emmet se fue a cirugía y Rose y yo fuimos a las rondas que hacíamos cada 45 minutos.
-En principio las constantes están estables- murmuré revisando a un paciente- seguiremos con metamizol magnésico por vía intravenosa, diez miligramos- le indiqué a mi cuñada. Rose le inyectó el medicamento mientras yo lo apuntaba en el historial.
Un rato después, apareció Tyler con el paciente que había operado Edward.
-¿Cómo os ha ido?- indagué.
-Ninguna complicación, lo previsto; ¿puedes hacer la primera valoración?; Mark me espera con una urgencia en quirófano- me explicó.
Asentí mientras volvía a salir por la puerta. Menuda mañana de locos... empezaba a estar agotada... y eso que había dormido trece horas, parecía una marmota. Al de un rato el teléfono sonó. Oí a Rosalie hablar muy deprisa; al colgar, se giró hacia mí.
-Llaman de cirugía... necesitan un anestesista... a Mandy le queda media hora en neurocirugía- me explicó mientras buscaba el nombre de la paciente el la base de datos.
-Aquí está... Laura Mancini, 78 años... apendicectomía de urgencia en el quirófano tres- me explicó imprimiendo el historial.
Ojeé la analítica preperatoria.
-¿Quieres que llame a Mandy?- preguntó Rosalie. Negué con la cabeza.
-Yo voy, no te preocupes, no es muy larga la operación- la tranquilicé -cualquier cosa me llamas al busca-.
Al llegar a quirófano, saludé a las enfermeras mientras me dispuse a lavarme. Unas manos que conocía a la perfección me taparon los ojos, a la vez que una suave voz me susurraba al oído.
-Hola- saludé con una sonrisa. Me giré para quedar cara a cara con mi marido, que me recibió con un pequeño beso. Pude oír el suspiro melancólico de las enfermeras que estaban por allí.
-Creo que me he casado con el rompecorazones del hospital- murmuré divertida. Edward rodó los ojos mientras posaba su mano en mi vientre.
-No creo que sea para tanto... soy un hombre normal y corriente; creo que Emmet desata más pasiones que yo- me respondió burlón -¿cómo se está portando nuestro pequeñín?- preguntó, cambiando de tema.
-Hoy está muy tranquilo... como no he parado quieta un minuto, se habrá dormido con balanceo de mi tripa- le expliqué. Rió por mi explicación mientras se acercaba al lavamanos.
-¿No estás muy cansada para entrar?; puedo esperar a Mandy- sugirió un poco preocupado. Negué con la cabeza.
-No, tranquilo; es una operación simple, no deberíamos tardar mucho- le tranquilicé.
-Esperemos- dijo mientras se ponía los guantes, yo ya estaba preparada -¿lista?-.
-Vamos a ello-. Entramos a la sala; la paciente ya estaba allí, con las vías puestas y los sensores para las constantes colocados.
Buenos días señora Mancini. Soy la anestesista, ¿cómo se encuentra?- le pregunté. Tenía el pelo cano, y unos ojos oscuros alegres y vivaces.
-Tranquila... pero este dolor es horrible; sufro desde hace muchos años problemas coronarios... y resulta que el apéndice duele más- susurró enojada.
-Es normal, una apendicitis es un dolor agudo que enseguida sube de intensidad, pero verá que cuándo despierte se sentirá mucho mejor- le contaba mientras inyectaba en su vía la anestesia.
-Por lo menos no puedo quejarme del servicio... el doctor Cullen es guapísimo- me susurró en plan confidente. Sonreí para mis adentros.
-No está mal- me encogí de hombros; detrás mío oí la risa de Missy, una de las enfermeras.
-Porque mis tres nietas ya tienen novio... sino haría de celestina- seguía relatando pícara. No pude menos que reírme.
-Bien señora Mancini... quiero que cuente del uno a diez, pero de mayor a menor; empezará a sentir una ligera somnolencia-.
No llegó al ocho y ya estaba completamente dormida. Una vez la intubé, di la señal a Edward para empezar.
-Preparados- le sonreía a través de la mascarilla, queriendo desearle buena suerte. Me guiñó un ojo, diciéndome que lo había entendido.
-Bien... bisturí-. Bajó la cabeza, concentrándose en su trabajo.
La operación pasó sin complicaciones; una vez acabamos, y preparaban a la paciente para subirla a reanimación, le conté a Edward lo que me había dicho la doctora Sanders. Me escuchaba atentamente.
-Cariño, no te va a pasar nada malo- me dijo tomándome de las manos.
-Ya lo sé... pero no puedo evitar estar preocupada- me cogió la cara entre sus suaves manos.
-Tranquila mi vida, no quiero que te pongas nerviosa... sabes que no te conviene- me regañó con dulzura.
Asentí suspirando, y cambié de tema.
-¿Sabes qué le las gustado a la señora Mancini?; me contó que sus nietas ya tienen novio, pero sino te querría de nieto político- le expliqué, conteniendo la risa.
-¿Y no le has dicho que estás felizmente casada con ese médico estupendo?- me devolvió divertido.
-No me ha dado tiempo- repuse cínica y divertida a la vez -vamos para reanimación, enseguida la subirán-.
Una vez evalué a la señora Mancini en reanimación, junto a Edward, le presenté a mi marido. Su cara era de una total sorpresa, pidiéndome disculpas por si me podía haber ofendido. Le sonreí restándole importancia al asunto, además, no todos los días te encuentras a un paciente tan simpático.
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Esa semana pasó rápido, y llegó el día que Emmet y yo debíamos prestar declaración. Estábamos citados a las once y media de la mañana. Vimos salir a Missy y a Lauren, que habían declarado antes que nosotros.
-¿Cómo ha ido?- le pregunté a Lauren.
-Bien... los abogados de la familia han sido los más... inapelables, por decirlo de alguna manera- explicó ésta.
-Menos mal que por fin hoy termina todo- añadió Lauren con un suspiro de alivio.
-Eso depende; si Cam admite su parte de culpa sería todo mucho más sencillo, sino...- Edward dejó la frase inconclusa.
-¿Si no es así, qué podría pasar?- interrogué.
-La comisión tendría que estudiar todos los testimonios, se alargaría más el proceso- terminó de explicarme.
Iba a añadir algo, cuándo un señor algo mayor, salió de la sala. Nos volvimos para mirarle.
-Doctor Cullen, doctora Cullen, deben pasar- Edward me dio un pequeño beso, murmurándome al oído que estuviese tranquila. Mi cuñado me abrió la puerta, cediéndome el paso.
Cual sala de juzgado, al fondo había una mesa alargada, donde reconocí a mi jefa, al jefe de Edward y otros muchos señores y señoras sentados a su lado, a los cuales no conocía en absoluto.
-Bien, doctor y doctora Cullen...- empezó a decir uno de los abogados del hospital, pero un hombre bajo, calvo, con unas gafas negras de pasta, le interrumpió.
-¿Acaso los testigos son familia?- preguntó como si le molestara.
-¿Quién es?- le pregunté a Emmet por lo bajini.
-Debe ser el abogado de Cam, por el tono en el que se dirige a nosotros no veo otra explicación-.
-Dudo que eso sea algo revelante, señor Field- habló el doctor Gills -de todos modos, si ellos quieren pueden responder- nos dijo señalándonos a ambos. Emmet asintió y tomó la palabra.
-Ella es la mujer de mi hermano- contestó simplemente. El abogado de James asintió, y empezó la testificación.
Nos hicieron relatar tanto a mi como a Emmet los hechos de ese día, recordando minuciosamente cada detalle. Una vez terminamos de hablar los dos, fue el turno de las preguntas.
-¿Es cierto que ustedes dos se fueron a desayunar mientras preparaban al paciente para ser intervenido?- interrogó Field.
-Teníamos veinte minutos antes de empezar la operación- contesté lo más tranquila que pude.
-Veinte minutos en los que dejaron a un residente sin supervisión- contraatacó.
-El doctor Cam tenía orden expresa de no hacer absolutamente nada hasta que no llegara su adjunto correspondiente, que es ese caso era yo- respondió Emmet muy serio.
-Tenía orden de intubar al paciente sin la supervisión de un anestesista, en este caso de la doctora Cullen?- interrogó una mujer de mediana edad, que me lanzó una mirada tranquilizadora.
-No, tampoco tenía esa autorización- respondí.
-¿Y si no se les permite intubar a los residentes... por qué debía hacerlo usted?- volvió a la carga el señor Field -tengo entendido que es residente de segundo año-.
-Porque yo soy residente de anestesiología, no de cirugía; estoy plenamente capacitada para intubar y reanimar sin supervisión a los pacientes; mi trabajo no es operar- respondí, enfrentando la molesta mirada del señor.
-¿Y quién le otorgó esos poderes?- preguntó; puede que fueran imaginaciones mías, pero noté cierto tono de burla en su voz.
-Mi supervisora, la doctora Sanders-. El abogado de giró para encararla.
-Es cierto- tomó aire para continuar -los residentes de anestesiología no siguen el mismo programa de residencia que un cirujano; ellos desde el primer momento están capacitados para intubar y reanimar a un paciente sin la supervisión de un adjunto- aclaró muy seria.
Eso pareció dejar al abogado de Cam sin muchos argumentos. Después de una media hora de extenso interrogatorio, nos dejaron escapar. Al salir nos cruzamos con Cam, que entraba por la puerta. Su testimonio era el último antes de que la comisión tomara una determinación.
Decidimos ir a mi servicio, dónde nos esperaban mis compañeros y Amy, la otra residente, que hoy me había sustituido.
Alice y Rose ya me tenían preparada una tila, me conocían demasiado. Al final de la mañana, la doctora Sanders entró en el servicio. Una vez de ponerse una taza de café, procedió a contarnos los hechos.
-Bien, al final James ha admitido su responsabilidad; de modo que la parte de la investigación queda archivada- nos dijo. Me abracé a Edward, soltando un suspiro de alivio; por fin terminaba este incómodo asunto.
-¿Qué medidas se van a tomar?- preguntó Jasper.
-En lo que respecta a Cam, la dirección ha decidido expulsarle del programa de residencia- Emmet asintió con la cabeza en señal de victoria. - además, no podrá retomarla hasta dentro de dos años, ya que ésto, obviamente, se reflejará en su expediente académico, y es una falta muy grave- terminó de explicar.
-¿La familia seguirá delante con la demanda?- preguntó Edward.
-Si, pero sólo llevarán a James a juicio; al confesar que desobedeció el hospital queda exento de responsabilidad- aclaró.
Una vez respondió al extenso interrogatorio, cada uno volvió a sus quehaceres, pero la doctora Sanders me llamó a un aparte, junto a Edward.
-Bella, se que esta semana has estado nerviosa y preocupada... ¿tenías guardia este fin de semana, verdad?- me preguntó. Asentí, no sabía a dónde quería llegar.
-Bien – giró la vista hacia mi marido -Edward, quiero que te la lleves a casa y que descanse todo el fin de semana- le ordenó.
Iba a replicar, pero ni ella ni Edward me dejaron hablar, de modo que me encontré con un fin de semana libre. Edward bajó a su servicio y cambió el turno con Mark.
-Hacía mucho que no teníamos un fin de semana completo libre- me explicó ya en el coche.
-Eso es cierto- asentí dándole la razón. En el fondo me apetecía descansar y desconectar unos días. Mi móvil interrumpió nuestra planeación del fin de semana. Me tensé al ver el número... era el de mi casa... en Forks.
-¿Sí?- contesté con cautela. Tenía miedo de que fuera mi padre, ya que desde el sonado encontronazo no había vuelto a hablar con él. Con mi madre si que había hablado un par de veces después de la boda, de manera cordial y educada; la última hace dos semanas, por mi veintiséis cumpleaños.
-Bella- respiré, era ella... pero su voz dejaba entrever que había estado llorando, y que estaba muy nerviosa.
-Mamá, ¿qué ocurre?- interrogué extrañada.
-Jake y tú debéis venir a Forks- dijo de forma apresurada.
-Per...- no me dio tiempo a preguntar nada, ya que siguió hablando, esta vez ya sin poder disimular su llorosa voz.
-Tu padre ha sufrido un infarto cerebral, está muy grave-.
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