jueves, 15 de diciembre de 2011

CP - CAP 6 Para eso están los amigos


Autora: Lady Cornamenta / Mrs Valensi


Disclaimer: La historia original de Twilight, lamentablemente, pertenece a la señora Meyer. Ella es la creativa y, obviamente, la que tiene todos los millones. LadyC solamente es una chica con un poco de imaginación que usa todo esto sin ganar ni siquiera para una latita de gaseosa. La trama, los personajes que puedan no conocer y las dosis de locura son completamente de su Autoría. Y nosotras, Sky&Claire, nos encargamos tan solo de publicarla. =)


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PARA ESO ESTAN LOS AMIGOS

(Bella's POV)

Me sentía ajena a aquella realidad que se desarrollaba a mi alrededor. El centro comercial me parecía un lugar cien veces más grande de lo que realmente era. Las voces de la gente se oían lejanas, difusas y casi inexistentes. Sentía que mis pies flotaban en alguna superficie extraña, más arriba de por donde todos caminaban.

Estaba en mi propio mundo, sumida en mis pensamientos; y todo lo demás no importaba.

—¿Hola?, ¿sí?, busco a mi amiga Bella, que hace cinco minutos que se ha dedicado a ignorarme por completo —comentó la vocecita de Alice, justo en mis narices.

Sacudí la cabeza con cuidado.

—Lo siento —balbuceé—. Estaba distraída.

—¡Has estado distraída todo el día! —exclamó mi amiga, mientras salíamos de un local. Pasó un brazo por mi cintura—. Debes dejar de pensar un poco en ello, Bella —pidió comprensivamente.

Suspiré. Ella tenía razón, ¡pero era tan difícil!

Finalmente, intenté despejar un poco mi mente y seguir a mi amiga por el centro comercial, mientras ella hablaba por teléfono con su novio. Estaba aún como perdida en mi mundo, pero por lo menos podía entablar una conversación normal con Alice. Le agradecía que intentara quitarme de aquel estado; pero ella, más que nadie, entendía que para mí lo sucedido la noche anterior había sido… fuera de este mundo. Nunca, en todo lo que llevaba de amistad con Edward, pensé que algo así pudiera suceder, al menos fuera de mis sueños. Agradecía que Mike, sorpresivamente, no hubiera llamado en todo el fin de semana. A pesar de que era algo extraño, estaba feliz con aquello. La realidad era que no estaba de humor para lidiar con él.

—¡Bella! —escuché el grito de Alice y me volví para mirarla. Ella sólo suspiró, con una mezcla de lo que me pareció frustración y preocupación—. Otra vez te vuelve a suceder —hizo una pausa—. ¿Por qué no hablas con él y ya?

Suspiré, por enésima vez en ese día, mientras nos acomodábamos en una de las mesas del patio de comidas, al que ni siquiera recordaba haber llegado.

—Ya hablé con él, Alice —respondí, de forma cansada.

—Sí, pero le dijiste que todo estaba bien —respondió rápidamente, dirigiéndome una mirada escéptica—. Y déjame decirte, querida Bella, que este no es, casualmente, tu comportamiento normal.

Bufé, mientras dejaba caer mis brazos a los costados de mi cuerpo, con frustración.

—¿Qué quieres que haga, Alice? —pregunté, no sin cierta exasperación—. Hola, Edward, discúlpame; la verdad es que no dejo de pensar en el beso que nos dimos y me siento mal, porque tú eres gay y yo estoy enamorada de ti —tomé aire, después de hablar tan rápidamente. Una sonrisa falsa surcó mi rostro—. ¿Te parece bien?

Alice rodó los ojos.

—Quizás sea útil que le digas eso a Edward.

Las dos giramos con violencia la cabeza, para encontrarnos con el conciliador gesto de Jasper, quien estaba apoyado en una columna cercana a nuestra mesa. Solté abruptamente todo el aire que había estado conteniendo.

—¡Casi me matas de un susto! —me quejé, para luego soltar otro pesado suspiro. Me hundí en la silla, como sumergiéndome en mi propia miseria.

Alice, después de algunas palabras, se ofreció a ir a buscarnos algo para comer. Yo simplemente gruñí que no quería nada, mientras ella se iba alejando. De cualquier modo, estaba segura de que iba a traerme una buena ración de comida.

—No te ves lo que se dice bien —apuntó Jasper, sentándose a la mesa.

—Te lo agradezco —mascullé, mirando hacia otro lado.

Escuché su risa melodiosa.

—Dios, tú y Edward sois tan escalofriantemente parecidos —comentó.

Lo fulminé con la mirada.

—¿Qué? —apuntó, con voz inocente, mientras apoyaba un codo sobre la mesa y me miraba más de cerca.

—Nada —murmuré.

Me negaba a que alguien más me diera consejos amorosos. ¡Con Alice bastaba y sobraba!
Después de compartir una comida, los tres nos subimos al llamativo vehículo de Alice, con el propósito de dirigirnos nuevamente al apartamento. Una fina capa de llovizna nos acompañó en el trayecto y, cuando llegamos a nuestro destino, tuvimos que correr para evitar mojar nuestras ropas y las recientes comprar realizadas por Alice. Fue bastante agradable llegar a la calidez del hogar; sin embargo, al ver que mi pequeña amiga ni siquiera se quitaba su abrigo, fruncí el ceño.

—¿Planeas algo? —pregunté cuidadosamente.

—Debo ir a buscar a Jessica para que me entregue unos bosquejos que realizó el año anterior —comentó Alice, encogiéndose suavemente de hombros—; quizás sus diseños puedan servirme de base, para tener, más o menos, una idea de lo que debo hacer para mi proyecto de mañana —agregó, con un suspiro.

Asentí en silencio.

Entonces algo hizo contacto en mi cabeza.

¡Los libros de historia del Arte! ¡Demonios!

—¿Crees que podrás llevarme hasta la biblioteca? —pedí atolondradamente.

Alice parpadeó.

—Sí, supongo que no es ningún problema —aceptó.

Tomé mi bolso, un paraguas y mi abrigo, mientras los tres volvíamos a salir del apartamento.

Acordamos pasar primero por la casa de Jessica. Mientras íbamos en el Porsche, la pequeña Alice me explicó que haríamos las cosas más rápido de esa manera y que luego podría esperarme en la puerta del la biblioteca. Con mi amiga al volante, que tenía aquella extraña manía de conducir igual de rápido que su hermano, pronto llegamos a nuestro destino. Aún con el doloroso recuerdo de Edward en mi mente, me bajé del auto detrás de mis amigos.

La portera del apartamento de Jessica, una señora muy amable, sonrió al vernos en la puerta. En realidad, le sonrió a Alice. Ambas se conocían, ya que la mujer solía realizar esporádicas visitas al centro comercial; y, vamos, ¿cómo no congeniar con Alice, quien prácticamente vivía dentro?

—¡Alice! ¿Cómo estas? —exclamó amistosamente la mujer, para luego inclinar su cabeza hacia nosotros, a forma de saludo.

—Muy bien, Charlotte, gracias —respondió la pequeña Cullen, sonriente.

—¿Venís a ver a Jessica?

Alice asintió. Después de un corto cruce de palabras, los tres nos metimos en el ascensor. Subimos dentro de él y descendimos en el pasillo que le correspondía al piso de Jessica. Jasper tocó el timbre, mientras se hacía a un lado; Alice se quedó con una sonrisa frente a la puerta. Esperamos un rato y ya pesábamos que Jessica no estaba cuando su figura se apareció desde dentro; su rostro denotaba confusión, casi podría decir que miedo. Ató mejor la bata de seda que traía puesta y nos miró, alterada.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó súbitamente, depositando su ojos en mí por una milésima de segundo.

—Venía a pedirte los diseños que me prometiste —replicó Alice, con el ceño fruncido—, ¿recuerdas?

Jessica asintió, sin decir nada.

—¡Mi amor! ¿Qué sucede? —se escuchó desde adentro.

Los tres nos quedamos helados y el rostro de Jessica se transformó con violencia.

Yo conocía esa voz… esa voz era…

No, aquello no podía ser.

Antes de que pudiera hacer nada, sin embargo, Alice empujó a Jessica a un lado y se adentró en el apartamento. Ella la siguió y Jasper fue detrás de ambas, muy posiblemente temiendo que su novia cometiera un homicidio. Pero no, yo no iba a quedarme allí. Con la poca determinación que tenía en aquellos momentos, seguí a mis amigos; fue una gran sorpresa encontrarme a Alice intentando abofetear a un semidesnudo Mike. Cuando entré en escena, todas las miradas se posaron en mí. Mike, que se encontraba luchando contra una enfurecida Alice, me miró casi con horror. Al bajar sus defensas, claro, se ganó un buen puñetazo de mi amiga, justo en el medio de su nariz. Vi que Mike hacía el amague de levantarse y seguirme; también sentí la mano de Jasper en mi brazo; pero lo ignoré todo y sólo corrí fuera del apartamento. Cuando estaba bajando las escaleras, sin siquiera esperar el ascensor, con miedo a que me alcanzaran, me di cuenta de que mis mejillas se encontraban húmedas. No por amor, ya que yo tenía muy claro que no estaba enamorada de Mike, pero la traición…

Eso sí que dolía.

Cuando conseguí salir del apartamento, ante la confusa mirada de la tal Charlotte, comencé a correr sin rumbo alguno por las calles de Washington. Chocando con las pocas personas que había por la calle, debido a que ahora llovía con más fuerza, logré abrirme paso hacia una parte menos céntrica de la ciudad. Con las gotas mezclándose con mis lágrimas, me dejé caer en un banco, completamente abatida. Evidentemente, ni siquiera podía ser suficiente para alguien como Mike Newton. ¿Cómo podía imaginar, entonces, que alguien como Edward se fijaría en mí?

Suspiré. ¿Alguna otra cosa mala iba a pasar?

Escuché un fuerte trueno en el cielo.

Por supuesto, ¡la vida no dejaba de sonreírme!

(Edward's POV)

Yo, usualmente, era una persona muy activa. No me gustaba mucho quedarme quieto, sin hacer nada; sobretodo cuando había tanto por hacer. Sin embargo, allí estaba, ocupando toda la extensión del sofá con mi cuerpo y mirando el techo como si fuera la cosa más interesante de todo el mundo. Creí que ya me conocía las grietas de memoria, mientras pensaba, nuevamente, en la complicada situación en la que me encontraba. Estaba tan atrapado en mis cavilaciones, que me costó identificar el sonido de mi teléfono móvil; estiré mi brazo y atrapé el pequeño aparato.

—¿Sí?

Edward, por Dios, tienes que ayudarnos —la voz agitada de mi hermana se escuchó des del otro lado de la línea.

—Alice, cálmate. ¿Qué ha sucedido? —inquirí, con el ceño fruncido.

Bella, Edward, Bella —mi corazón dejó de latir dentro de mi pecho—. Mike lo ha arruinado todo, ella se ha ido corriendo y no sabemos dónde está… y con esta lluvia… ¡Dios!

La voz de mi hermana sonaba agitada.

Intenté que se tranquilizara y me explicara mejor las cosas. Luego, tan pronto como cortamos la comunicación, salté del sofá. Ni siquiera me molesté en tomar un abrigo, a pesar de que sabía que afuera estaba lloviendo con intensidad; simplemente, corrí por el pasillo y bajé las escaleras tan rápido como mis piernas me lo permitían. Con poco cuidado, me subí a mi auto, aparcado cerca del edificio en el que vivía, y comencé a conducir a gran velocidad por la ciudad. Tenía que encontrarla.

Necesitaba encontrarla.

Me pasé la mano por el rostro, con frustración. No sabía cuánto tiempo llevaba dando vueltas por la ciudad, pero no había ni rastro de Bella. Había visto demasiadas muchachas castañas, pero ninguna como ella. Muchas jóvenes habían decidido salir a la calle con chaquetas negras —Alice me había comentado que Bella llevaba una—, pero ninguna era ella.

Sin embargo, unas cuantas vueltas más fueron suficientes. Allí, en una plaza apartada de la zona más céntrica de la ciudad, se encontraba ella, sentada sobre un banco, agarrándose fuertemente las piernas contra el pecho. El corazón se me partió en dos ante la imagen y, súbitamente, sentí la imperiosa necesidad de pisotear a Mike Newton. Con velocidad, bajé del Volvo, después de aparcarlo de una manera que, en medio de la ciudad, me hubiese costado unos cuantos insultos y alguna que otra multa. Comencé a correr por la húmeda hierba, hasta que me encontré frente al banco. Bella alzó su perdida mirada hacia mí, y la sorpresa se pintó en su triste rostro.

Aquello fue demasiado para mí.

Con cuidado, tomé a Bella por los brazos y la alcé, hasta que quedó de pie frente a mí. Entonces, la estreché en un fuerte abrazo, escondiendo mi cabeza en su cuello. La lluvia se mezclaba con su perfume, creando una fragancia perfecta. Sentí que su cuerpo comenzaba a agitarse bajo el mío, supuse que por el llanto, y la estreché más fuerte contra mí. Comencé a pasear una mano por su cabeza, de forma conciliadora, mientras le pedía suavemente que se tranquilizara, que todo estaba bien. Entonces, cuando sus ojos se alzaron para mirarme, lo comprendí todo. Todas mis dudas quedaron despejadas, aunque me negara a aceptarlo.

No te interesaban las chicas con las que salías, te interesaba ella. Sólo ella.

Dios, estaba perdido.

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