I just want you know how I am
…siento que si murieras, moriría contigo…
— ¿Bella pero que sorpresa verte por aquí? –me dijo el Doctor Volturis y no era usual que yo lo visitara de manera espontánea. Pero había estado dándole vuelta a esa frase que me había dicho Edward mientras veíamos el amanecer convirtiéndose en una espina clavada en mi corazón.
Siempre había pensando que mi muerte sería algo sin mayor trascendencia. Tal vez mi madre sufriría y mi hermana pero que otro ser, distinto a ti, sin mayor vinculo que una atracción llegara a decirte que literalmente moriría contigo hizo eco en mi mucho más que las eternas discusiones con Jessica o los llantos de mi madre.
— Sí bueno… no se entusiasme se me salió esto —le dije apuntando el catéter a medio salir y hoy luego que llamarán a Edward para un casting relámpago había decidido tirarlo a propósito para tener una escusa para visitarlo. De hecho aún no estaba segura de querer realizar algo más o incluso luchar por una causa perdida.
— Ya veo —me respondió acercándose hasta la camilla. Tomó entre sus dedos el catéter fuera del dolor que sentía tenía claro que tan mortal no era tenerlo un poco corrido de su lugar.
— ¿Cómo paso esto? —me preguntó sacando de un cajón un par de guantes estériles para examinarme.
— Mientras me duchaba —respondí tratando de parecer sincera —me pase a llevar con la estúpida esponja y aquí me tiene ¿Podría sacarlo? —le pedí y le dí mi mejor carita de perro arrepentido.
— Veremos —exclamó mientras lo sacaba por completo, un par de gotas de sangre emergieron desde la abertura pero puso de inmediato una mota de algodón —ten sostén con fuerza —me indicó y puse mi mano allí para detener la "mini hemorragia"
Lo miré buscar en los cajones por uno nuevo e iba a hablarle pero algo en mi interior me mantenía callada. Justo cuando me había armado de valor y había decidido que decir él me interrumpió acallando mi intento.
— ¿Estás haciendo reposo? —me preguntó aún de espalda mientras dejaba sobre la mesa un par de objetos.
— Sí —le contesté dudativa y él se sonrió
— ¿Hace cuanto tienes novio? —me preguntó otra vez al tiempo que se giraba, nuestras miradas se encontraron y lo miré extrañada.
Conocía al doctor Volturis hacía exactamente cuatro años. Cuando había sido derivada desde el oncólogo infantil. Siempre había sido amable y considerado conmigo a pesar que en un principio yo había sido muy grosera con él cuando el tratamiento había fallado y terca hasta decir basta cuando me revele en contra de la voluntad de mi madre y de la suya propia al detener mis terapias rehusándome a seguir haciendo las quimioterapias. En todos esos cuatro años nunca había preguntado acerca de mi vida personal, salvo lo normal como si había tenido relaciones sexuales, o si creía estar embarazada, o si había sufrido una enfermedad reciente, todas preguntas relacionadas con posibles infecciones en mis periodos críticos de debilidad pero nunca me había preguntado derechamente sobre mi vida amorosa, menos como tratando de hacer platica conmigo.
— Hace poco —confirmé y él se acercó —¿Por qué? —le pregunté curiosa por su reacción. Me ignoró por completo quitando el algodón que sostenía entre mis dedos y mientras evaluaba la posibilidad de reinstalarlo me contestó.
— ¿Tú novio es Edward Cullen no? ¿El chico de la película de vampiros? —inquirió restando importancia a mi curiosidad.
Sus ojos se distrajeron hasta los míos que lo miraron impactada. ¿El doctor Volturis conocía a Edward? me pregunté incrédula y sí bien no era un anciano tampoco era un chiquillo. Yo siempre le había calculado unos cincuenta y tantos años de edad, lo que lo alejaba por completo del público objetivo de esté tipo de películas. Notó mi sorpresa y apresuró a aclarar un tanto avergonzado.
— Mi hija Jane, está obsesionada con la película y debo decir que con él también, de hecho no lo había asociado hasta que en su dormitorio encontré una fotografía en una revista donde apareces tú junto a él —me explicó incomodo y suspiré.
— Ya veo —le contesté quitando mi vista de él.
— No podré ponerte nuevamente el catéter en ese mismo lugar, has inutilizado la vena —declaró y en su voz había un tejo de reproche.
Como mi farsa estaba a punto de acabar y me tendría que ir sin resolver la inquietud que me había motivado a venir, decidí hablar. Lo miré y se quedo quieto esperando mi pregunta.
— ¿Qué tan avanzada esta ahora mi enfermedad? —le pregunté derechamente y hacía mucho tiempo que había dejado de hacerme exámenes ni siquiera leía los resultados de los que, luego de discusiones familiares eternas, lograba mi desesperada madre hacerme.
— ¿A qué te refieres con qué tan avanzada? —me preguntó con la mirada exhaustiva.
— ¿Estoy agonizando? —le pregunté derechamente.
— No —me contestó y luego se acercó hasta mi otro hombro tocando con la yema de sus dedos la vena que estaba bajo la clavícula.
— ¿Quiere decir que estoy bien entonces? —le pregunté de reojo
— Estable —corrigió para agregar lo que ya sabía yo, agregaría —siempre y cuando recibas todas las quimioterapias que te faltan —me aclaró tajante.
— ¿Quiere decir que podría entonces, luego de las terapias, sentirme "más estable"? —le pregunté. Me observo por unos momentos, acerco un banquillo que estaba a un costado y lo puso frente a mí, se sentó y me miró fijamente.
— ¿No sería más fácil si me preguntaras abiertamente lo que quieres preguntarme en vez de estar haciendo preguntas de las cuales ya conoces la respuesta? —inquirió.
Baje la vista y en realidad no sabía que quería preguntar o si de verdad quería luchar, de pronto todo se había vuelto confuso principalmente debido a él, su confesión de amor e incluso sus actitudes para conmigo me habían girado el horizonte en trescientos ochenta grados.
— ¿Podría vivir lo suficiente para ver a mis nietos? —le pregunté sin mirarlo
— No y lo sabes —exclamó serio
— Dos años tal vez —pregunté nerviosa
— Honestamente —tomó aire e hizo una pausa —no lo sé, cuando llegaste con la hemorragia pensé que morirías —me confesó y sus ojos se concentraron en los míos nuevamente —pero no fue así y hoy estas aquí, hablando conmigo —concluyó y nos quedamos en silencio. Corrí la vista hacia el vacío y lo sentí hablar —Allá arriba deben de quererte mucho —agregó con emoción en la voz.
— O por el contrario no me quiere allá arriba —corregí — ¿Me lo volverá a poner? —pregunté al cabo de unos minutos cambiando el tema.
— ¿Volverás a tirarlo? —me preguntó y me sonreí.
Todo el trayecto de regreso a mi departamento me fui analizando lo que había dicho mi médico, entré casi como sonámbula al ascensor y mantuve mi vista en el piso todo el corto trayecto. Aún me sonaba extrañas sus palabras y aunque sonaban muy románticas me era difícil creer en una muerte literal, tal vez sentiría pena pero de allí a morirse había una notable diferencia. Cuando el ascensor llego a mi piso y las puertas se abrieron sus zapatos hicieron que alzara la vista sorprendida. En cuanto me vio su expresión cambio y se relajaron sus facciones de preocupación regalándome una hermosa sonrisa. Me sonreí y no pude evitar besarlo sin siquiera dejar que hablará. Cruce mis brazos por su cuello apretándolo y él me levantó para que quedáramos a la misma altura, enrolle mis piernas en su cintura y sentí sus manos rodearme bajo la cadera para sostener el peso.
— ¿A dónde fuiste? —me preguntó entrecortado.
— A caminar —le contesté juntando mi frente con la de él —¿Cómo te fue en la audición? —le pregunté cambiando de tema.
— Supongo que bien —respondió —ahora tengo que esperar a que me llamen, así son estas cosas —me explicó enterrando su cabeza contra mi cuello.
— ¿Qué día debes estar en el hospital para la quimioterapia? —me preguntó. Me separé un poco de su cuerpo para mirar sus ojos y dude en contestarle, en realidad aún no decidía si volver o no después de lo que me había dicho el doctor Volturis.
— Jueves —exclamé finalmente. Sus ojos se encendieron y sentí que entramos de vuelta al ascensor.
— ¿Dónde quieres ir a almorzar? —me preguntó
Al tiempo que me bajaba de su regazo y apretaba el botón para ir al estacionamiento. Esta vez, a diferencia de la vez pasada, designé el lugar y lo que menos quería era volver a ir a un lugar donde todo mundo supiera quién soy. Baraje las posibilidades hasta que finalmente decidí por un restaurante de comida orgánica que habían inaugurado hace poco. Edward me miró raro cuando notó que todos los platos eran ensaladas y nada más que ensaladas.
— ¿No crees que deberías alimentarte con algo más que pasto? —me preguntó mientras miraba el menú y me reí
— Podemos ir al McDonnalds si prefieres —le contesté burlonamente y suspiró
— ¿No creerás que estas gorda verdad? —me preguntó poniendo a un lado el menú. Tomo un sorbo a la bebida que había pedido.
— El hecho que esté enferma no quiere decir que no me cuide —le contesté.
— La próxima vez yo elegiré el lugar —concluyó.
El mesero tomo las ordenes, estuvimos conversando mientras esperábamos que nos trajeran lo que habíamos pedido, estaba concentrada en su voz cuando de pronto noté un grupo de personas en la vereda contraria a donde estábamos fuera del restaurante. No era mucha gente pero todos tenían algo en común. Sus manos sostenían cámaras fotográficas y apostaba a que estaban disparando incesantemente.
— ¿Qué? —preguntó de repente girando su rostro hasta el ventanal y su expresión cambio.
— Genial —exclamó molesto, tomé entre mis manos su rostro y lo hice que me mirará.
— No son mis fotos las que quieren, a tu lado solo soy un mal accesorio —le respondí
Iba a protestar mi comentario cuando nos interrumpió el mesero que llego con nuestro almuerzo.
— ¿Desde cuándo estas enferma? —me preguntó cambiando el tema.
— Desde los dieciséis —contesté.
— ¿Cuántas novias has tenido realmente? —le pregunté de vuelta curiosa y aún me parecía un poco increíble su declaración de amor.
— Varias —me contestó abriendo sus ojos misterioso, puse en blanco los míos.
— ¿Cuántas son varias? —insistí.
— ¿Cuántos novios has tenido tú? —me respondió evadiendo mi pregunta.
— Oficiales ninguno —le respondí —extraoficiales varios —agregué riéndome.
— ¿Yo soy oficial o extraoficial? —me pregunto con una sonrisa torcida.
— No sabía que éramos novios —le contesté, se quedo pensando unos momentos mirándome a los ojos, tenía entre sus manos el tenedor y masticaba un bocado lentamente.
— Tienes razón no te lo he pedido formalmente —me contestó parándose y casi caí en pánico cuando noté su intención de arrodillarse, lo detuve por el brazo.
— ¿Qué haces? —le pregunté muerta de vergüenza por los presentes y por lo que estaban, de seguro sin perder detalle, afuera — ¿Quieres aparecer en otro titular? —le pregunté en un susurró apenas audible mirando de reojo al resto de clientes del lugar que se habían percatado de sus intenciones.
— Me encanta cuanto te avergüenzas —me contestó volviendo a sentarse.
Al salir del restaurante otra vez fuimos acechados por los periodistas y las preguntas, el sonido del disparador de las cámaras era abrumador y no nos abandonaron hasta que nos fuimos –Debiste maquillarte Bella –me dije cuando uno de los fotógrafos me apunto directo a la cara. Caminamos rápido hasta el automóvil y nos subimos al mismo tiempo. Nos fuimos del lugar sin emitir ni una palabra, encendí la radio mientras buscaba una estación finalmente habló.
— ¿Tienes algo que hacer el resto de la tarde? —me preguntó.
— No que yo sepa —le conteste — ¿Por qué?, ¿Estarás ocupado? —agregue y albergaba la ilusión que la pasáramos juntos la tarde pero tal vez tendría que hacer algo con su familia, o con sus amigos reflexioné temerosa ante su cuestionamiento.
— ¿Qué es lo más loco que has hecho alguna vez? —me preguntó de repente evadiendo mi pregunta, en su cara se dibujo una amplia sonrisa que me confundió por un momento.
— Entrar al auto de un desconocido a la mitad de la noche —le respondí, levantando las cejas mientras me mordía el labio avergonzada, sentí mis mejillas teñirse de un rojo furioso y aún no comprendía como él podía causar un efecto así en mí con solo mirarme.
Movió su cabeza divertido por mi expresión mientras detenía el automóvil frente a la fachada de una casa, me sorprendió lo simple y antigua que era. Miré a mí alrededor y pude ver que era un barrio de clase media alta, que correspondía a un barrio recatado de la ciudad. Lo miré extrañada.
— ¿Dónde estamos? —le pregunté confundida.
— Es la casa de mis padres —me contestó señalando la puerta que daba justo frente a mí, se me apretó el estomago ante la situación.
— No creo que sea buena idea —confesé con el corazón latiendo furioso en mi pecho, sentí que me iba a desmayar de la impresión.
— ¿Por qué no? —me preguntó divertidísimo con mi nerviosismo
— ¿Qué tal si no les gusto? —le contesté quitando la vista de la casa para encararlo, estaba con una mano apoyada en mi asiento y con la otra en el manubrio, sus labios estaban torcidos en una sonrisa suspicaz y cuando me oyó hablar puso sus ojos en blancos
— Al que tienes que gustarle es a mí no a ellos —me aclaró volviendo a sentarse correctamente —y creo que ese tema está superado —agregó abriendo su puerta. Quise detenerlo pero fue demasiado tarde, resignada me baje cuando abrió mi puerta caballerosamente.
— Debiste avisarme que me traerías —increpé tratando de arreglarme la ropa y el pelo para verme al menos decente y causar una buena impresión.
— ¿Qué habría de divertido en aquello? —me contestó besándome en los labios.
Instantáneamente al sentir sus labios sobre los míos puse mis manos entre sus cabellos y me aferré a ellos ladeando mi rostro mientras seguía absorta en sentir la tibieza de estos masajear los míos. De pronto perdí la perspectiva de lugar, la hora y la posibilidad que alguno de sus padres abriera la puerta y nos viera besándonos bastantes apasionados en el umbral de su casa. Cuando sentí un carraspeo me separé de él abruptamente asustada.
— Siempre quise hacer esto —me confesó en una carcajada y lo miré sorprendida. Se giró para encarar a quién estaba espiándonos a unos cuantos pasos.
— ¡Rose! No sabía que estarías aquí —exclamó rodeándome con su brazo que apoyo en mi cintura atrayéndome hacía él un poco más de lo correcto para ser la primera vez que me traía a su casa.
— Yo tampoco sabía que tú vendrías —le respondió ella bajando la pequeña escalinata que había desde su casa hasta la vereda de la calle, se acercó a saludarlo y por el nombre me acordé de quién era.
Me miró y le sonreí nerviosa, no pude evitar sonrojarme más de lo que ya estaba al recordar mi pequeño arrebato de celos por el mensaje de texto.
— Tú debes ser —exclamó en una pregunta inconclusa con una sonrisa en los labios, era increíble lo mucho que se parecían.
— Bella —le contesté tímidamente
— Rosalie mucho gusto —saludó abrazándome tan efusiva que incluso sospeche por un minuto que ella ya me conocía, al menos, le habían hablado de mí.
— El gusto es mío —respondí abrazándola también.
— Pasen están en el patio — indicó —voy a comprar hielo pero vuelvo enseguida —agregó y se notaba que era muy dulce y simpática — aún no llegan todos —advirtió al tiempo que caminaba cruzando la calle. Me quede observando cómo se iba no muy segura de poder caminar, no sentía mis piernas.
— ¿Todos? —pregunté en un susurró sin quitar la vista de ella.
— Es una reunión familiar —explicó Edward y le di una mirada de espanto —Tranquilízate, sólo estará la hermana de mi mamá que está de visita y sus hijos, marido y un par de familiares, nada del otro mundo —tranquilizó pero solo logró que palideciera ante la idea de que iba a conocer a su familia en pleno.
Me tomo de la mano y literalmente me arrastro hasta la puerta de la casa de sus padres, y apenas la abrió quise desfallecer, tres niños de aproximadamente doce años emergieron por un pasillo, venían corriendo y jugando unos con otros pero al percatarse de nuestra presencia se quedaron mirándonos. Uno de ellos sonrió travieso y ahí estaba la sonrisa torcida en versión infantil.
— Te dije que era su novia, ahora págame —exclamó este al otro que hizo un leve puchero a quién supuse era su hermano o primo. Todos tenían los ojos en gamas de verdes pasando por un azul bastante oscuro semejante al negro a ciertos minutos, sus cabelleras eran oscuras lo que me sorprendió y eran bastante altos para su edad. No eran tan parecidos a Edward.
— Anthony otra vez con las apuestas, le diré a la tía Carmen —advirtió Edward tratando de contener la risa por la situación.
— Al menos gane esta vez —contestó el chico travieso saludándonos.
Yo no pude decir respecto a ese comentario, sorprendida los observe y cuando estuvieron cerca de nosotros, sus rasgos me confirmaron que eran sus primos. En eso sentimos unos pasos por el mismo pasillo y de la oscuridad salio una señora de unos cuarenta y tantos años: ni muy alta ni muy baja, delgada, de oliváceos cabellos largos y nos quedo mirando sorprendida. Los tres chicos corrieron escaleras arriba.
— Edward, tu madre dijo que no vendrías.
Exclamó sonriéndose al tiempo que se adelantaba a abrazarlo. Me separé de él.
—Tía Carmen —saludó y la señora me miró gentilmente pero con una cuota de curiosidad. Sentía arder mis mejillas y a juzgar por como latía mi corazón juré que se saldría en cualquier minuto. Y creí que estaba viviendo un sueño hasta que su voz ronca y seria me comprobó lo contrario.
— Tía, ella es Bella —exclamó mirándome —mi novia —agregó y trague saliva ante la presentación.
— Carmen, soy la hermana de su madre —se presentó la mujer, enarque mis cejas sorprendida y ya podía adivinar de que lado de la familia venían los rasgos bien parecidos. La salude tímidamente y volví a mi posición junto a él completamente tiesa.
El ruido de un vidrio roto nos distrajo y el grito agudo de un niño se sintió desde el segundo piso.
— ¡Eleazar Junior! ¡baja en este mismo instante! —gritó la mujer y luego nos miró —lo siento pasen están todos atrás, voy enseguida solo bajaré a este par de huracanes antes que rompan algo más —agregó al tiempo que subía las escaleras apresuradamente, cuando llego hasta el segundo piso se sintieron unas risas cómplices seguida por unos portazos.
— ¿Terrible? —me preguntó Edward tomando mi mano y empujándome para caminar hasta el interior. Pues cuando vea a tu madre te respondo pensé y definitivamente era mala idea hacer esto ahora.
Llegamos hasta la parte posterior de la casa y salimos hasta el patio trasero. Como en mis peores pesadillas, frente a mí su familia en pleno. Todos dejaron de hablar para mirarnos y otra vez sentía que me faltaba el aire, sin querer apreté la mano de Edward cuando noté que su madre se levantó para abrazarlo. Lo saludo muy gentil y amorosa, luego me miró a mi buscando en su hijo la presentación oficial, quise mirar al suelo pero sentí que eso hubiera sido descortés así que cuando escuche la palabra mágica salir de sus labios acompañada de mi nombre sentí un pito en mi oído que me ensordeció —respira, respira, respira —eran las palabras que me repetía en mi fuero interno al tiempo que saludaba a todos, madre, padre y resto de parientes, incluida su otra hermana que cuando me abrazó me confesó algo que me puso más nerviosa aún — lo traes loco y eso es realmente insólito —murmuro contra mi oído y me dio una sonrisa sugerente.
Estaba comprobado, él había hablado con su familia antes de traerme y me sentí traicionada porque todos los presentes sabían que iría menos yo. Me senté en una de las sillas que estaban libres y permanecí absolutamente en silencio observando la interacción de su familia. Me reí con los chistes de su tío Eleazar respecto a "la fascinación de Norteamérica con el cabello de su sobrino famoso" y por primera vez me di cuenta que aunque hubiera tratado de imaginarme como era Edward con su familia no me lo hubiera imaginado nunca.
De vez en cuando él me miraba pensativo mientras fue mi turno de ser interrogada por su familia, en especial por su madre. Para mi buena suerte solo fueron preguntas curiosas de "que haces", "tienes hermanos", "vives con tu familia" hasta que llego la más difícil de responder y que hizo su tío.
— ¿Hace cuanto se conocen? —preguntó esté.
Fije mis ojos en él que estaba al otro extremo y no supe que contestarle. Me quede helada esperando por su rescaté.
— Bella me conoce de mucho antes que yo a ella —confesó Edward y quise morirme o mejor estrangularlo. Todos giraron a mirarme y otra vez sentía un pito en mis oídos que no me dejaba concentrarme lo suficiente para hablar.
— Tenemos un amigo en común —finalmente dije zaceando la curiosidad familiar.
Para mi buena suerte la parte histriónica era también un talento de familia y uno de sus tíos presentes por parte de padre siguió entreteniendo por el resto de la tarde. La que se me paso súper rápido escuchando típicas anécdotas de cuando él y sus hermanas eran niños, y en parte de cuando no era tan famoso como se había convertido claro que las más chistosas eran justamente las que contaba su hermana de cuando recién había comenzado la locura de los "muérdeme"
— Te juro, tenía a toda mis compañeras rogándome porque les llevará un autógrafo de Edward y él siquiera estaba en el país —exclamó haciendo cara de espanto
— Te acuerdas mamá cuando una niña te dijo que se casaría con él a las cuatro de la tarde y tú la quedaste mirando sorprendida y me preguntas ¿Y sí es verdad y tu hermano se casa a esa hora?
— Y yo estaba en la mitad de un bosque brillando —interrumpió él. Haciendo que todos se largaran a reír, incluida yo que jamás me hubiera imaginado que su familia también se había visto afectada por su fama.
Aproveche un descuido de todos para volver al interior en busca del baño, estaba en eso cuando su otra hermana, a la que no conocía se percató de que estaba perdida.
— ¿Buscas a Edward?, salió con papá a comprar, pero no tardarán —me explicó
— La verdad busco el baño —le dije y ella se acercó
— Es en el segundo piso, cuarta puerta a la izquierda —me enseñó volviendo a la cocina cuando su madre la llamó.
Subí las escaleras y camine por el pasillo hasta que sentí el ruido de la televisión en una, estaba entreabierta, en su interior estaban sus dos primos jugando video juegos.
— Edward no está acá, salió con mi tío —exclamó una voz y salté del susto. Lo miré y este me quedo mirando.
— En realidad busco el baño —le dije
— Es la última puerta —exclamó.
Nos quedamos mirando por unos instantes hasta que finalmente abrí la puerta del baño. Cuando estuve en el interior, respiré aliviada. Era grande, demasiado para mi gusto, tenía otras dos puertas una a cada costado, bastante espacioso y ordenado. Me mojé la cara y llevada por la curiosidad inspeccione rápidamente a mi alrededor, botellas de shampoo y cremas eran lo único que había, estaba absorta mirando una de las botellas cuando sentí su mano en mi cintura. Alce la vista y allí estaba mi pequeño milagro personal.
— ¿Cómo supiste que estaba aquí? —le pregunté girándome para quedar frente a frente de su rostro y me beso en los labios
— Anthony —exclamó —fue lo primero que grito cuando me sintió llegar —agregó fundiendo sus labios contra los míos.
Le correspondí pero traté de mantener al margen mis hormonas y guardar la compostura que ameritaba la ocasión y el lugar.
— ¿Dónde fuiste? —le pregunté separándolo de mis labios
— A comprar bebidas —respondió y me miró — ¿Qué? ¿Piensas que no voy a comprar? —me preguntó apoyándose contra el lavamanos mientras yo me separaba de él.
— ¿A dónde llevan esas puertas? —le pregunté curiosa girándome a mirarlo.
— Una al que era dormitorio de mi hermana Rosalie —me contestó acercándome nuevamente a su cuerpo, puso sus manos en mi cintura y me apretó contra él, sus labios se deslizaron por mi cuello y se detuvieron en mi oreja.
— ¿Y la otra? —le pregunté entrecortado tratando de calmar el deseos libidinoso que estaba aflorando.
— A mi viejo dormitorio —me contestó, llevando una de sus manos hasta mi cuello, me tomo con fuerza y me beso en los labios otra vez, sentí su lengua introducirse en mi boca y saborear cada rincón de esta, estaba absorta en sus caricias cuando la curiosidad por conocer un poco más de él me atacó. Abrí mis ojos mientras aún nos besábamos, él en cambio estaba demasiado concentrado en besarme, sus ojos estaban cerrados. Lo seguí besando unos segundos hasta que puse mis manos en sus hombros y rompí el beso.
— ¿Qué? —me preguntó interesado.
— Quiero ver tu cuarto —le dije y él se rió tomando mi mano.
Entramos a su cuarto y para mi sorpresa era el típico cuarto de un adolescente, no había tantas cosas, una cama bastante chica por lo que me imagine hacía muchos años él ya no dormía allí. Una repisa a un costado llena de típicas cosas de chicos, es decir, revistas, video juegos, un par de autitos de colección, unas fotografías de sus hermanas junto con él. Un peluche, lo tomé entre mis manos y lo miré, se encogió de hombros riéndose nervioso. Al fondo estaba la puerta del closet, me acerque y estaba completamente vacío, a excepción de unas frazadas. En ese mismo lado estaba la ventana. Al otro costado estaba un pequeño escritorio, bastante limpio, un par de libros estaban ordenados y un viejo computador. Volví a mirar una vez más acercándome a él que permanecía apoyado con una mano en la repisa.
— ¿Hace cuanto no duermes aquí? —le pregunté.
— A veces lo he hecho, sobre todo cuando no tenía para pagar la luz y al agua de mi departamento —exclamó y lo miré incrédula —antes los trabajos eran más esporádicos —me aclaró.
— Pareciera como si aún fuera el cuarto de un adolescente —exclamé sorprendida y se rió.
Me acerque lentamente mientras corría de su rostro unos mechones de pelo desordenados, acaricie su rostro mientras volvía a besarlo lentamente. Aprisioné contra mis labios los suyos y los acaricie, sentí sus manos deslizarse por mi espalda hasta que finalmente se metieron bajo mi polera, salté ante su contacto frio y suspiré mientras sentía como me acariciaba mi piel. Me sujeto por la cintura mientras yo tenía mis manos en su cuello y apretaba con fuera esté mientras acariciaba su pelo. Un deseo furioso se apoderó de mi y tenía toda la intensión de continuar con mucho más que simples besos, incluso él por medio minuto se olvido de que estábamos en la casa de sus padres, sentí su respiración entrecortada acelerarse cuando sintió como abrí unos botones de su camisa y metía mis manos bajo la polera que traía puesta acariciando su torso bajo está. Besé su cuello enterrando mis labios contra su piel tibia, exhaló pesado cuando me apoye contra su cuerpo, haciendo que mi pelvis quedará pegada a la suya. Bajo sus manos por encima de mi pantalón y sentí como apretó mi trasero metiendo su mano en el bolsillo trasero de mi jeans, estábamos así casi al borde de perder la cordura cuando sentí unas risitas y me separé automáticamente de él.
— ¡Eleazar! —gritó Edward saliendo detrás de su primo de doce años que bajo las escaleras gritando y me reí.
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