La ansiedad me estaba traicionando de manera desproporcionada, camine por el pasillo sin detenerme y a esta altura ya no me importaban los fotógrafos. Lo único que quería era subirme al avión e irme, volver a casa — Seguro ella esta pensando lo peor de mí —pensé preocupado mientras entregaba el ticket de abordaje, la auxiliar de vuelo me miro de reojo y luego me sonrió.
Isabella… Bella
Pensé mientras me sentaba a esperar para abordar el avión pero contrario a lo que de seguro ella se imaginaba yo no la había contactado nuevamente porque no había tenido tiempo, mis días en los Ángeles habían sido caóticos y llenos de actividades así que cuando tenía tiempo libre caía, literalmente hablando, rendido en la cama.
Sabía que había pasado un mes ya y eso no era beneficioso, considerando mi lejanía sumado a mi silencio, para ninguna chica es gracioso que alguien con quien se acueste no le devuelva el llamado al día siguiente pero en que minuto, pensé tratando de justificarme. Particularmente este mes, en mi vida, había sido agitado, habían logrado que literalmente odiara todo lo que estuviera relacionado a las fotografías y pruebas de vestuario. Aunque pensándolo bien también había comenzado a odiar las entrevistas, no quería imaginarme como sería cuando empezáramos a rodar la continuación de la Saga.
Una sonrisa se me dibujo en el rostro al mirar la enorme mampara de vidrio que dejaba ver el imponente avión estacionado a unos cuantos metros de distancia – Mi libertad –exclamé entre dientes pensando en que sería lo primero que haría al volver. No me costó dejar Hollywood lejos y apenas puse un pié en el aeropuerto de mi ciudad natal mi mente se volcó a ella, la ansiedad de tener un minuto para buscarla afloró en cuestión de segundos y al menos darle una explicación era mi propósito — ¿Estará molesta conmigo? —me pregunté mientras buscaba mi maleta en la larga fila de bolsos que se presentaban por la banda automática, cuando la divisé me abalancé sin escrúpulos entre los pasajeros apostados frente a mi para alcanzarla, no podía perder un minuto más.
Literalmente hablando, corrí hasta la salida del aeropuerto y me subí en el primer taxi que encontré disponible, otra vez sin siquiera me tome la molestia de percatarme si alguien estaba antes que yo, casi con el mismo ímpetu baje en el frontis de mi edificio cuando esté estaciono.
Tiré mi mochila al suelo de mi departamento y mientras encendía el notebook busque en mi celular su número de teléfono — atrévete —y la voz de Tanya retumbó en mi memoria.
¿Por qué te cuesta tanto atreverte?, me pregunté dudando en marcar su numero de teléfono y hablar como lo hubiera hecho alguien normal. Finalmente mi computador prendió y me conecte al Messenger, una vez más evadiendo en parte lo tradicional, busque tratando de controlar mi impaciencia entre los contactos pero ella, mi Bella estaba desconectada.
Miré la hora en el reloj mural y no podía pedirle que veinte para las doce de la noche estuviera en línea — su vida no gira en torno a tí —me dije entre dientes y el teléfono entre mis manos resultaba una alternativa bastante tentadora.
Un ring, dos ring, tres ring
Y para el quinto comprobé tristemente que o estaba lejos de su teléfono, profundamente dormida o simplemente yo no le interesaba. Corté desesperanzado y deje el pequeño aparato frente a mí en la mesa, mi computador aún seguía encendido y de pronto recordé, una risa se dibujo en mi rostro ante la idea que cobraba vida en mi mente. Me acerque y abrí mi cuenta de correo electrónico.
¿Dónde estará? ¿Cuándo me lo envío? ¿Habrá sido un viernes? ¡No espera fue un sábado! No habrá manera más fácil de buscar
Era lo que pensaba y esas preguntas aparecían caóticas en mi mente mientras recorría todos mis correos electrónicos buscando desesperado el que ella me había enviado pero nada, bueno no a mi directamente sino a Antonieta me corregí mentalmente y alce mi vista al vacío — Antonieta —pensé avergonzado y como no lo había pensando antes, cerré la ventana y entré a la cuenta que había creado apropósito de esta amistad virtual. Los escasos segundos que demoró en cargarse me parecieron eternos y allí estaba el único mail que habíamos compartido.
No me demoré mucho en encontrar su dirección, estacione el auto en la calle aledaña y decidí caminar – Qué le dirás – me pregunté y no tenía una excusa muy creíble o que no estuviera cargada de cierta tendencia psicópata para estar yo allí, después de un mes, pasada media noche en el frontis de su departamento.
Mi vista se distrajo justo cuando miré el número del edificio y no quería entrar equivocadamente a otro. Fue entonces cuando el rechinar de unos fierros me distrajeron. Frente a mi posición, a unos cuantos metros había una plaza con juegos infantiles, el movimiento del columpio y el sonido de este contra el viento me hicieron mirar curioso — ¿Qué niño podría estar columpiándose a esa altura de la madrugada? —inquirí mirando hacía el juego, pero el rostro que encontré era indescifrable.
Estaba con sus ojos cerrados, sentada con su espalda bastante erguida, su rostro daba de frente contra el aire que lo golpeaba de seguro por la fuerza con la cual se estaba meciendo. Sus cabellos revoloteaban contra el viento generado por su acción y era realmente hermosa, lejos de ser una belleza despampanante era una belleza normal pero tan atrayente solo por ese simple hecho, sus labios estaban curvados en una sonrisa, me quede impávido observándola, tenía mis manos en los bolsillos incapaz de caminar un paso y jamás pensé que alguien pudiera cautivarme de esa manera.
¿Acaso eso era estar enamorado?
Me pregunté sonriendo, mi corazón estaba latiendo extrañamente despacio, tan despacio que por un minuto fue doloroso. Ella seguía distraída y ajena meciéndose contra el viento, inclino sus piernas hacía delante y luego hacía atrás para darle más fuerza al columpio, fue allí cuando decidí cruzar.
Miré de reojo a los costados de la calle que me separaba, como lo pensé no noto que me aproximaba, estaba concentrada en mantener la intensidad y el ritmo del movimiento.
— Un dólar por cada uno de tus pensamientos
Exclamé y extrañamente no me sentí cursi ni estúpido al decir aquello sino por el contrario, fue entonces cuando mi corazón se aceleró ante su respuesta. Sus ojos se abrieron desmesuradamente al tiempo que detuvo el columpio en seco, me sonreí.
— ¿Cómo? —preguntó sorprendida
— Tengo una invitación a tomar café que jamás acepté ¿aún sigue en pie?
Le pregunté y me levanté a un costado de ella, puse mis manos en los bolsillos y la miré expectante, en realidad estaba nervioso a como ella reaccionaría. Se levantó con una sonrisa en sus labios y eso me descolocó porque en realidad no sabía si esa sonrisa era buena o mala señal pero estaba apostando por la primera.
— ¿Por qué yo?
Preguntó en un susurró y sentí latir mi corazón en mi garganta. Solo una vez en mi vida había sentido esta clase de presión mezclada con la ansiedad, tenía miedo, por primera vez en mi vida, en mis veintitrés años tenía miedo de decirle a alguien lo que sentía, finalmente luche contra mi lógica y hablé.
— Porque me gustas
Así que dejemos que el amor hable por nosotros estas horas
No me quejaré
Porque esto es el poder del amor
Entramos al ascensor sin tocarnos pero cuando las puertas se abrieron nos giramos para quedar frente a frente, nuestros rostros estaban a pocos centímetros y me sentí como un completo colegial, de pronto estaba sofocado, sentía en mi garganta mi corazón punzante latir desbocadamente, mi respiración se hizo errática y pesada entonces nuestros labios se encontraron y fue como si estuviera en casa.
Me fascinaba ponerla nerviosa en la manera en que lo hacía con solo tocarla, no pudo abrir la puerta de su departamento. Sus manos temblaban así que decidí ayudarla, necesitaba con demasiada premura tenerla entre mis brazos y el pasillo no era buen lugar para incursionar en nada, apenas estuvimos dentro me recargo contra la puerta y se cerró de golpe, me fascino esa iniciativa, esa decisión, esa flama de deseo que pude ver en sus ojos mientras me observaba, nos quitamos la ropa y sin más preámbulo la hice mía en el pasillo de entrada de su departamento, definitivamente había extrañado su cuerpo tibio contra el mío, sentirla de esa manera fue la sensación más exquisita y gratificante que había tenido en todos estos días, definitivamente esto estaba avanzando a algo mucho más que sexo.
— ¿Gay?
Me preguntó y no pude evitar enarcar incrédulo ante su cuestionamiento.
— ¿Te queda alguna duda?
Agregue serio y no podía creer que ella pensará algo así, que los hechos no eran evidente pensé.
— ¿Podrías ser bisexual?
Rebatió y me sorprendió pero esa mirada de pánico evidente ante mi confesión me hizo romper en una risa inevitable.
— Completamente heterosexual
Le aseguré para que pudiera respirar tranquila, traté de contener la risa y decidí que era mi turno de haber las preguntas. Yo para ella era un libro abierto, para mi ella era un misterio que quería comenzar a resolver.
— Mi turno.
Exclamé seguro y tenía claro que estaba dándole esa mirada traviesa que desafortunadamente siempre aparecía en piloto automático.
— ¿Cuál es tu fantasía más pervertida conmigo?
Le pregunté curioso por su respuesta y después de leer tantas historias quería saber de su boca las fantasías que de seguro ella se había pasado conmigo. Guardo silencio y eso provoco mayor expectación ¿Qué sería lo que me diría? ¿Cuál sería su fantasía?, de pronto el entusiasmo aumento cuando se rió y sus mejillas se inundaron de un rubor exquisito, ella tenía vergüenza y yo quería escucharla.
— No —dijo aún riéndose pero tratando de parecer seria.
— Vamos dímelo —le insistí y quise infundar confianza, la curiosidad mataba.
— ¿Vas a cumplirla? —preguntó ante mi insistencia y la idea embargó mi mente
— Tal vez —confesé picaronamente y eso dependía de cual era la fantasía.
Miré la indecisión en sus ojos e insistí puesto que en verdad estaba considerando cumplirla, en realidad quería tenerla entre mis brazos, sentir su cuerpo contra él mío, quería sentirla mía y cualquier excusa era valiosa a esta altura para hacerlo.
— Vamos tan pervertida es que no quieres contármela
Insistí examinando sus facciones cautelosamente, ella guardaba muy bien sus expresiones para no delatarse, con esa mirada tímida y llena de vergüenza lejos de hacer que mi curiosidad terminará la magnificó desproporcionadamente, empecé a fantasear con tantas situaciones que mi imaginación de pronto se hizo bastante osada, sentí mariposas en el estomago y una ansiedad porque finalmente me contará su fantasía que cuando lo hizo al principio quede en shock.
— Sin juicio de valor
— Prometido
Insistí sin tener idea de que la mente de una mujer es, al igual, que su carácter demasiado impredecible.
— En un confesionario mientras hacen la misa
Fue su confesión y me pilló desprevenido. Al principio me costó procesar esa información la mire con una amplia sonrisa dibujada en mi rostro y aún sus palabras retumbaban en mi mente, era como si no pudiera digerir ese tipo de fantasías pero luego caí en lo que significaba un lugar como ese — prohibido —fue la palabra que se me vino a la mente y claro si pensábamos en el entorno sería demasiado excitante. Sin quitarle la vista de encima se me ocurrió la idea de retarla ¿Qué tan atrevida sería ella? Me pregunté y otra vez mi curiosidad se apoderó de mí.
— Vístete
Le pedí demasiado entusiasmado para alguien que mantenía sus creencias en un baúl del recuerdo. Me cuestionó mi osada idea y yo la reté, en realidad quería picar su orgullo. Al final se vistió y salimos a mi brillante plan.
Su cara de ratón asustado era exquisita y estaba logrando conocer más facetas de ellas —temerosa con lo desconocido —se anotó inevitablemente y cuando sentí que susurró algo con la palabra Dios olí la victoria, me gustaba que fuera asustadiza pero a la vez atrevida, estábamos yendo a la iglesia de todas formas lo que era emocionante.
Cuando estábamos por entrar su arrepentimiento apareció y allí estuve yo para picar el orgullo otra vez, quería probar hasta cuanto ella podría dejar su orgullo y reconocer que hay cosas que simplemente nos parecen emocionantes de la boca para afuera pero que no necesariamente cumpliríamos.
— ¿Arrepentida?
Le pregunté su vista estaba fija en la puerta, estaba pálida y era principalmente de susto, me sonreí pero ella no lo notó estaba tan concentrada en su pequeña batalla interna que no estaba mirándome.
— ¿Traes preservativo? —preguntó y saque el envoltorio de mi bolsillo trasero.
No era que lo hubiera puesto allí para hacerlo en la iglesia pero agradecí haber traído más esta vez. Me miró y su tenacidad y decisión eran dos cualidades más que se agregaban a la lista de su personalidad. Me gustaba esa decisión en una mujer, ella estaba interesándome a cada minuto de una manera que no podía dimensionar.
Caminamos por la iglesia, se sentía nuestras pisadas y tratar de evitar aquello era incluso peor, se sentían dos repiqueteos secos contra el suelo, llegamos al confesionario y casi podía sentir su corazón latir desbocado en su pecho. Sus manos temblaban pero ella parecía no notarlo, apreté sutilmente mi palma contra la suya como dando confianza, en realidad, no iba a hacerlo solo quería ver hasta donde llegaría y me empecé a preocupar cuando no me detuvo para que abriera la puerta pero algo me decía que sería pronto su aterrizada a la moral. Cuando iba a entrar finalmente sentí su mano detenerme. La miré y su rostro estaba completamente desfigurado, confluían tantas emociones que para cualquier persona resultaría casi imposible describir, estaba blanca como un papel, sus labios estaban morados sutilmente y ahora no solo su mano temblaba sino todo su cuerpo.
— No puedo —fue todo lo que susurró y si no hubiera sido porque leí sus labios no lo hubiera escuchado, iba a abrazarla cuando se largo a correr iglesia afuera sin darme tiempo a decirle nada, quise gritarle para que reaccionara y se detuviera pero hubiera sido contraproducente, la seguí y me asuste sobre manera al verla respirar entrecortado apoyada contra el automóvil.
— ¿Estás bien? —le pregunté asustado y ella movió su cabeza en señal de sí o tal vez era un no disfrazado.
Emprendimos el regreso y todo el trayecto la miré de reojo, estaba con sus labios abiertos, respiraba difícilmente y emitía un pequeño sonido gutural que me alarmó. Hospital o no hospitalpensé y lo decidí — Hospital —me dije mientras trataba de recordar la mejor ruta para allá. Estaba concentrado mirando las intersecciones cuando sentí su voz.
— ¡Detente! —exclamó y la miré en pánico.
Lo hice automáticamente. Para mi sorpresa lejos de desmayarse o entrar en una crisis más grave y mientras yo trataba de acordarme como dar primeros auxilios, la sentí besarme apasionadamente.
¿Aún tenía ganas?
Pensé mientras le correspondía el beso y era evidente que no podía agarrarle el ritmo de sus labios que me devoraban.
— ¿segura qué estás bien?
Le pregunté tratando de no dejarme llevar mucho por la emoción y aunque al sentir sus manos recorrer mi cuerpo y su lengua masajear la mía estaban logrando ser un buen estimulante, ella aún estaba ahogada y eso era un punto importante.
— Podrías correr el asiento hacía atrás y callarte, necesito tu ayuda —exclamó y yo como aletargado le hice caso.
Seguí besándola mientras sentía como se acomodaba en mi regazo completamente desnuda, aunque al principio fue como ¿Aquí? La verdad no me importaba, ella tenía razón cualquier lugar es bueno siempre que fuera con ella.
Para mi no era una fantasía hacerlo en un auto, ya lo había hecho antes, pero hacerlo con ella había sido toda una experiencia nueva y que había disfrutado demasiado. Incluso fue mejor que en mi primer intento y eso se debía a que se estaba conjugando el miedo a ser descubiertos y lo excitante que podía ser estar en ese lugar tan reducido, tan incomodo pero a la vez tan justo y era indudable que la estrechez del lugar daba un placer adicional a los movimientos que se podían hacer, en cuestión de segundos en ese automóvil y sin necesidad de calefacción, estaba la temperatura elevadísima. Sus gemidos se confundían con los míos y no pude cohibirme de rasguñar sus nalgas ayudando a que sus caderas se deslizaran con mayor rapidez, ella me satisfacía por completo y me sentía extrañamente lleno, la pregunta era de qué.
En el fondo de mi corazón tenía claro que me sentía lleno de amor, de deseo, de complicidad, de ella. Llegue al orgasmos casi al mismo tiempo que ella y me sentía en la gloria. Definitivamente quería a Bella para mí y lo peor era que la quería para siempre.
Ahora la pregunta era ¿Ella me querría a mí para siempre?
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