miércoles, 11 de enero de 2012

CP-CAP 18: ¡Casi Platónico!



Disclaimer: La historia original de Twilight, lamentablemente, pertenece a la señora Meyer. Ella es la creativa y, obviamente, la que tiene todos los millones. LadyC solamente es una chica con un poco de imaginación que usa todo esto sin ganar ni siquiera para una latita de gaseosa. La trama, los personajes que puedan no conocer y las dosis de locura son completamente de su Autoría. Y nosotras, Sky&Claire, nos encargamos tan solo de publicarla. =)

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CASI PLATÓNICO

Edward's POV

Bella parecía estar congelada… bueno, de hecho todos parecían pegados al suelo. Decidiendo que debía hacer algo, me aclaré suavemente la garganta. Rápidamente, todas las miradas recayeron en mí, haciéndome sentir un poco incómodo. ¿Qué era exactamente lo que debía decir? Podía notar, en el rostro de todos, aquella mueca escéptica. No era como si parecieran enojados o algo… ¿era mi impresión o parecían… aliviados? De acuerdo, el hecho de que no lucieran aterrados no me facilitaba el darles una explicación. ¿Qué se suponía que debía decirles?

—Creo que sería mejor que les demos a Edward y Bella un respiro —apuntó Jasper casualmente. De forma sutil, comenzó a empujar a la multitud para que se alejaran del elevador.

Solté el aire que había estado conteniendo.

¡Bendito seas, Jasper!

Escuché los quejidos de Emmett, mientras todos se desplazaban por el largo corredor del hotel. Bella apoyó su cabeza contra mi hombro, mientras salíamos del elevador, y soltó un fuerte suspiro. Entonces, alzó la cabeza y nos quedamos mirándonos a los ojos. No pasaron ni diez segundos antes de que ambos comenzáramos a reírnos como locos, de pie en medio del corredor.

Después de todo, la situación había sido demasiado patética y bochornosa.

—¿Viste la cara de Alice? —comentó Bella, en medio de las risas.

—Tú por que no viste la cara de tu padre… —comenté yo. La mezcla de sorpresa y amenaza de Charlie era una combinación demasiado graciosa. Suspiré—. Ahora, viene lo peor.

—Oh, sí —secundó Bella, y sus mejillas volvieron a adquirir aquel tono rosado.

Le tomé la mano, apretándola suavemente.

—Tranquila.

La vi sonreír. Entonces supe que estaría preparado para enfrentar cualquier cosa.

Claro, después de aquéllo los dos tuvimos que someternos a un interrogatorio de la mano de Alice, quien insistía en que ya había previsto lo que pasaría entre nosotros. Toda la familia estaba curiosa, pero preferimos dejarlo para noche buena. Con un poco de ayudar de Jasper, los ánimos se tranquilizaron, y Bella y yo pudimos salir airosos del inminente interrogatorio. Cuando cerramos la puerta de nuestra habitación, los dos comenzamos a reír fuertemente… otra vez. Supuse que la mezcla de nervios y suspenso, y lo irónico de la situación creaban ese efecto en nosotros.

Bella, después de algunos besos fugaces y comentarios acerca de lo ocurrido, decidió que sería buena idea ver una película. Claro, nuestra concentración en ella no duró más de quince minutos, ya que luego comenzamos a besarnos lentamente, acostados sobre la amplia cama del cuarto. Bella se acomodó sobre mí y comenzó a jugar con mi cabello.

—Todo esto se siente tan bien —murmuré yo, con los ojos cerrados, sintiendo el tibio aliento de Bella cerca de mi rostro.

—Ya lo creo —susurró ella, acariciando suavemente mi cuello.

Nos quedamos en silencio, después de que ella apoyara mi frente sobre la mía.

—¿Edward? —llamó ella, a media voz.

—¿Hm? —respondí, adormilado.

Se creó un silencio que me hizo abrir los ojos, con pesadez. Bella tenía las mejillas sonrosadas y sus ojos castaños estaban fijos en los míos.

—Edward, tú… tú dices que yo era la única… pero, entonces, ¿cómo se te ocurrió que tú… bueno, que tú… podías ser…?

Reí ante su vacilación y besé suavemente la punta de su nariz.

—La verdad es que me gustaría saberlo a mí también —comenté, haciendo una mueca—. Créeme que es algo preocupante cuando te das cuenta que todas las chicas te dan… asco. Bueno, casi todas.

—Ya decía yo que tu mente está en una frecuencia diferente —se burló ella, con los ojos brillantes—. ¡Mira que pensar eso!

—¡Mira quién habla de mentes extrañas! —repliqué yo, sonriendo de lado—. Tú eres la que tiene una cabecita que va en contra del mundo, pequeña.

De modo extremadamente maduro, Bella me sacó la lengua.

—Cállate, viejo —masculló, juntando sus labios con los míos.

Me reí contra su boca. Aunque yo le sacara a Bella menos de tres meses de diferencia, a veces parecía tan infantil e indefensa.

Y me encantaba poder ser yo quien estuviera ahí para protegerla.

Ella era mi pequeña y siempre lo sería.

(Bella's POV)

Estaba terminando de ponerme aquel vestido que, por supuesto, había sido aprobado previamente por el ojo crítico de Alice. Era una pieza sencilla, pero lo suficientemente elegante para vestir en los festejos de noche buena al estilo Cullen. Ajusté un poco el moño en el que llevaba recogido mi cabello y, cuando escuché los golpecitos en la puerta de la habitación, corrí a abrir. Edward me miraba sonriente, enfundado en unos pantalones de vestir y una impoluta camisa blanca. Sus ojos brillaron intensamente cuando me observó.
—Preciosa —comentó, extendiéndome la mano caballerosamente, mientras hacía una exagerada reverencia.

Reí de forma tonta, mientras tomaba su mano.

Alice y Jasper se nos unieron pronto en el corredor, y los cuatro bajamos hacia el recibidor del hotel, donde mis padres y los de Edward nos esperaban a todos. Charlie aún tenía aquella mueca suspicaz en su rostro, fijándose en mi mano entrelazada a la de Edward. Mi madre, por el contrario, parecía completamente encantada con el hecho, sin preocuparse demasiado por el pasado de quien solía ser sólo mi mejor amigo. Carlisle y Esme, por otra parte, no habían tenido una reacción exagerada ni nada parecido: simplemente habían dibujado en sus rostros aquellas sonrisas afectuosas y condescendientes, que parecían ocultar miles de cosas. Algo en sus expresiones me había dicho que ellos ya esperaban algo así.

¿Cómo podían saberlo? No podía responder a eso.

Nos dividimos en los automóviles como en las ocasiones anteriores, ya que Rosalie y Emmett habían elegido un restaurante no muy lejos de su apartamento. Según Rose, había hecho la reserva el día siguiente al que habíamos llegado y había tenido muchísima suerte de haber conseguido una mesa para diez. Después de la cena, seguramente nos iríamos al apartamento de la pareja, hasta que dieran las doce de la noche y pudiéramos intercambiar nuestros regalos.

Ingresamos en «Georgia Brown's», donde una mujer muy alta nos condujo hasta nuestra mesa para diez. Después de acomodarnos todos alrededor de ella, comenzamos un pequeño debate para decidir qué íbamos a pedir. Sin muchas ganas de leer el extenso menú, dejé que Edward escogiera algo para ambos.

—¿Qué pediremos para tomar? —preguntó Carlisle, escaneando con su ojos la mesa, de forma rápida.

—Podríamos pedir un poco de champagne —apuntó Emmett casualmente.

—Oh, sí, ¡champagne! —chilló Alice con emoción.

Rodé los ojos. Alice adoraba el champagne…

¡Momento!

Alice, champagne. Champagne, Alice.

Oh-por-Dios.

—¡Alice, fuiste tú! —chillé, señalándola acusadoramente con mi brazo extendido.

Ella parpadeó varias veces, mirándome fijamente. Lucía auténticamente confundida.

—El champagne, Alice, el champagne —puntualicé, ante la atenta mirada de todos. Pude sentir los curiosos ojos de Edward sobre mí.

Alice seguía mirándome confundida.

—¿De qué hablas, Bella? —preguntó, con el ceño profundamente fruncido.

Iba a protestar, pero alguien me interrumpió.

—De hecho, la del champagne fui yo —comentó Rose, como si aquel tema la aburriese terriblemente—. Alice sugirió una idea parecida, pero sabría que no lo haría por miedo a que la mataras. Entonces, como sabía su número de habitación, decidí llamar y me encargué de ello. ¡Estaba harta de que dierais tantas vueltas! —exclamó.

Por supuesto, Rosalie no se caracterizaba por ser alguien paciente. Y, como bien debía haber deducido, sabía que a ella no le reprocharía nada. La verdad es que Rose podía llegar a ser algo… intimidante.

Ahora, un mínimo detalle. ¿Cómo sabía ella lo que sucedía con Edward?

Casi como si hubiese sabido lo que estaba pensando, Rosalie rodó los ojos.

—Siempre habéis sido tan obvios —comentó—. No podía seguir esperando a que vosotros se decidierais.

—Esa es mi chica —rió Emmett, pasando la mano por sus hombros.

—¿Alguien podría explicarnos de qué estáis hablando? —preguntó Esme, entre divertida y sorprendida por nuestra particular conversación.

—Oh, nada, mamá —respondió Edward alegremente—. Creo que mis peleas con Rose no serán tan frecuentes ahora.

Edward le dirigió a Rosalie una sonrisa irónica, que esta devolvió de igual manera.

Después de una excelente cena, los diez nos dirigimos al apartamento de Rosalie y Emmett. Alice, que parecía una pequeña de pocos años de edad, corrió escaleras arriba y, antes de que todos llegáramos al apartamento, comenzó a preparar las cosas para el brindis de medianoche… a pesar de que faltaba más de una hora para el mismo.

Todos nos sentamos a la mesa y seguimos en un ambiente cargado de conversaciones, risas y bromas. En aquel momento, podía decir que no había otra cosa que deseara más que estar allí, con mi familia y amigos, disfrutando de las fiestas.

Era un momento prácticamente perfecto. Por lo menos, perfecto para mí.

Cuando el reloj estaba por dar las doce, Alice nos alcanzó una copa a cada uno. En el momento en el que fue, oficialmente, veinticinco de diciembre, Alice —que parecía tener el monopolio de todas las compras navideñas— nos permitió acercarnos al árbol para tomar nuestros respectivos obsequios. Los regalos fueron todos muy buenos y me alegró muchísimo que a todos les hubiese gustado lo que yo había comprado. La cara de satisfacción de Edward fue algo demasiado placentero.

—Música clásica de colección. ¿Por qué siento que me conoces demasiado bien? —comentó él, tomándome por la cintura.

Reí suavemente, mientras todos seguían abriendo sus regalos.

Aprovechando la pequeña distracción de la familia, los dos salimos al pequeño balcón del apartamento, que ofrecía una hermosa vista de la avenida y los fuegos de artificio que se tiraban por los alrededores. Me apoyé en la baranda, observando todo con fascinación, hasta que sentí los dedos de Edward sobre los míos. Entonces, me volví para ver sus brillantes ojos verdes.

Iba a decirle algo, pero con un gesto me indicó que guardara silencio. Respeté su pedido y vi como revolvía el bolsillo de su chaqueta. Entonces, sacó una pequeña cajita de terciopelo y me la entregó, con una pequeña sonrisa bailoteando en sus labios. Abrí el paquete y me encontré con un precioso anillo de plata, con una pequeña piedra ambarina en el centro.
—Edward, ¿qué…?

No me dio tiempo a decir nada. Simplemente sonrió y pasó una de sus manos por mi fría mejilla.

—Quiero pedirte, oficialmente, que seas mi novia, Bella —aseguró él, observándome con una tierna sonrisa—; y que ésta sea una navidad inolvidable.

Sentí que iba a llorar en ese mismo momento, por lo que sólo atiné a tirar mis brazos alrededor de su cuello y a envolverlo en un fuerte abrazo. Quedando con el mentón apoyado en uno de los hombros de Edward, pude ver a nuestra familia agolpada contra el cristal que separaba el balcón de la sala. Todos lucían en sus rostros sonrisas radiantes, por lo que supuse que había oído nuestra conversación.

Quizás, en otro momento, hubiese muerto de vergüenza y tenido instintos asesinos hacia todos.

Pero no puede hacer más que sonreírles con confianza, en un gesto poco común en mí.

Algo casi imposible.

Como lo mío con Edward.

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