martes, 12 de marzo de 2013

Cowboy de Mi Corazón.




Capítulo 29:                             Miedo, celos y arrepentimiento

El viaje de vuelta hacia el apartamento era una sucesión de silencios encadenados, a cada cual más inquietante. La pareja mantuvo las distancias, cada uno de ellos sumidos en sus propios pensamientos.

Bella observaba las silenciosas calles de San Antonio a través de la ventanilla; retorcía una y otra vez sus dedos y se mordía el labio en un gesto inquietante. Edward había dejado más que claro que había escuchado la mayoría de la conversación... pero viéndole apretar los nudillos mientras agarraba el volante, su ceño fruncido y la mandíbula dibujando un rictus tenso y furioso, estaba más que segura de que una discusión se avecinaba.

El joven no le dirigió la palabra a su novia mientras aparcaba en el garaje, ni cuándo ambos tomaron el ascensor. Nada más cruzar el umbral la joven vio las maletas, todavía en el recibidor. Dedujo que Edward había pasado por casa antes de personarse en la fiesta. Se dio ánimos para sus adentros, y después de que un largo y pesado suspiro saliera de sus labios, se giró para encararle.

-Edward... yo...- no sabía por dónde empezar, y aunque las palabras se arremolinaban en su cabeza y en su garganta, pugnando por salir, no era capaz de articularlas. El joven la miraba con incertidumbre, y la castaña respiró un poco más aliviada al ver cómo las facciones de éste se suavizaron cuándo la miró -lo siento Edward- murmuró pesarosa y agachando la cabeza. Éste frunció el ceño, extrañado por las palabras de su pequeña; lentamente se acercó a ella, tomando sus pequeñas manos, que colgaban inertes de los costados de la joven.

-Bella- la llamó; su tono de voz no reflejaba en absoluto enfado; pero aún así, la joven era incapaz de mirar los ojos verdes que tan enamorada la tenían -Bella cariño...- la apremió de nuevo el joven, apretando con delicadeza una de sus manos -no tienes de qué disculparte; tú no has hecho nada malo- la joven por fin levantó los ojos, y su novio la sonrió cómo sólo sonreía para ella; respiró más tranquila, para poder tomar la palabra.

-Yo sólo intentaba explicárselo, Edward... me cae bien, es mi amigo... per...- el joven negó con la cabeza, interrumpiéndola.

-Ya lo sé cariño; sé que le has explicado la situación; pero ver cómo insistía, sin atender a razones- el tono del joven ranchero volvió a ser colérico y furibundo -y ver cómo te ha agarrado- terminó de mascullar, rabioso.

-No me ha hecho daño, simplemente me tomó por sorpresa-.

-Eso me es indiferente, Bella- contestó serio -no puedo permitir que nadie te haga daño o te toque sin tu consentimiento... per...- se quedó callado, y la joven lo miró extrañada.

-¿Qué pasa?; Edward...-.

-Aunque no me han gustado sus palabras... puede que tenga razón- los ojos de la joven se abrieron por la sorpresa; no podía creer lo que estaba escuchando.

-¿Se puede saber de qué estás hablando?- le reclamó, mosqueada.

-Él se acerca más a tu edad- empezó a enumerar -yo no pienso dejarte, porque tengo claro que no podría vivir sin ti- le explicó pesaroso, bajando ahora la mirada él -per...- la joven se soltó de su agarre, dándole la espalda. Se mantuvo en esa posición unos segundos, para darse la vuelta y quedando frente a él de nuevo.

-¿Esa es la percepción que te doy?- le reclamó furiosa -¿piensas que para mi ésto es un juego, un capricho inmaduro e infantil?-.

-Sé que ahora no lo es- espetó Edward; el enfado de Bella aumentó... ¿tanto miedo tenía de que ella le fuera a dejar?; ¿esa era la confianza que tenía en ella?-.

-¡¿Ahora?- gritó ésta -¿después de todo lo que hemos pasado, todavía te rondan por la cabeza esas estúpidas teorías?-.

-¡Yo sólo sé que eres joven, y te mereces disfrutar de tu juventud!- ahora el joven también gritaba -a veces pienso que te estoy cortando las alas-.

-¡Y la disfruto, y la quiero seguir disfrutando contigo!- respondió, ya hecha un mar de lágrimas.

El corazón de joven se apretujó de manera alarmante en su pecho; si había una cosa que odiara, era ver a su pequeña llorar; por una parte los celos le carcomían de ver a ese moscón molestarla una y otra vez... y por otro lado, tenía un miedo atroz a perderla. Sus debates internos fueron interrumpidos por los sollozos de su pequeña, que se había sentado en el sofá, cubriendo su rostro con las manos y ahogando las lágrimas.

-Bella...- se acercó con cautela a su novia, pero ésta alzó la cabeza, mirándole seria.

-¿Esa es la confianza que tienes en mi... en nuestra relación?- susurró con dolor -te repito por milésima vez que estoy disfrutando de mi juventud- negó dolida con la cabeza -y la estoy disfrutando de la manera que yo quiero... y esa es contigo-.

-Cariño.. yo no...- la muchacha levantó la mano, interrumpiéndole.

-Y yo decido cómo quiero vivir- le explicó, seria cómo nunca antes la había visto -y con quién quiero vivir mi vida... sabes que si me lo pidieras, estaría dispuesta a casarme contigo, independientemente de mi edad; no me importa el que dirán, hace mucho tiempo que dejó de importarme. Y nada ni nadie va a hacer cambiar un ápice mis sentimientos... excepto una persona-.

-Perdóname Bella- le suplicó -tú no tienes la culpa de nada- malditos temores y celos... pensó para sus adentros.

-Edward- llamó su atención para que le escuchara -la única persona que puede hacer que mis sentimientos cambien eres tú mismo; si no tienes la suficiente confianza en mi... en lo nuestro...- la joven dejó la frase inconclusa, negando pesarosa con la cabeza; se levantó sin decir una sola palabra, y se encaminó con paso lento hacia el dormitorio, pero se volvió una vez más, para hablarle -yo no soy Jessica, Edward... y lo último que quiero es hacerte daño-.

Edward la observaba sumido en el silencio; maldijo mentalmente para sus adentros al ver a su pequeña; estaba tan guapa esa noche... y sus malditos miedos y celos lo habían estropeado todo... pero había veces que no podía evitar que esos pensamientos le azotaran.

-Bella...- la llamó -lo siento cariño- susurró con la voz ahogada.

-No lo sientas Edward- contestó ella, en tono monocorde; soltando un lánguido suspiro, pronunció unas palabras que nunca creyó que iban a salir de sus labios -te agradecería que esta noche durmieras en el cuarto de invitados- los ojos de Edward se ensancharon, debido a lo que estaba escuchando; lo único que quería era abrazarla, besarla... y pedirle perdón por sus estúpidos miedos y celos, que hacían que su mente pensara tonterías.

Hizo un amago de seguirla, pero Bella cerró la puerta del dormitorio. Frustrado y furioso a la vez, en un acto reflexivo, dio media vuelta para salir del apartamento; necesitaba respirar aire fresco... y pensar.

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Durante más de dos horas, Edward vagó por las solitarias calles de San Antonio. Sus palabras habían hecho mucho daño a su pequeña, y se golpeaba mentalmente por ser tan estúpido. Pero de nuevo ese sentimiento de miedo había resucitado cual ave fénix; por supuesto que Bella no era cómo Jessica, gracias a dios.

Desde el principio sabía que la diferencia de edad era un escollo complicado de superar; hasta ahora lo habían llevado bien... pero había ocasiones en las que se sentía culpable. Aunque habían salido un par de veces con los amigos de su novia, otras veces en las que él no había podido o no le apetecía ir ella no había querido salir, y se quedaba en casa con él. Imaginaba los esfuerzos que Leah y el resto habrían empleado para convencerla de que fuera a la fiesta; hasta él mismo había insistido.

Y después estaba el asunto de Henry; había estudiado la forma en la que él miraba a su pequeña, y se notaba a leguas que sentía algo por ella. No le culpaba por ello; aunque su novia no se diera cuenta, era dulce y hermosa... muy hermosa; era tan dulce y buena con todos los que la rodeaban; cuándo quería sacaba un genio de fierecilla que a él le volvía loco... era amable, educada, y aunque ella no lo viera, muy valiente. Había sobrellevado con mucha entereza su niñez y adolescencia... el abandono de su madre, la separación forzosa de su padre, vivir con una abuela que no la quería en absoluto... sí, definitivamente, su pequeña era muy valiente.

Cualquier hombre con dos dedos de frente caería rendido a sus pies... pero jamás imaginó que, pese a las negativas de Bella, el otro imbécil siguiera erre que erre; puede que el Henry de los demonios fuera más apropiado para Bella por la edad... pero para desgracia del muchacho y su propia suerte, Bella era su novia. Y lo primero que debía hacer, con premura, era pedirle perdón por el dolor que le habían causado sus palabras.

Giró en redondo, para volver hacia el apartamento con paso apresurado; mientras subía en el ascensor le dio por mirar su reloj de pulsera, y descubrió con asombro que pasaban de las tres y media de la madrugada; maldijo entre dientes... su pequeña de seguro que estaba ya dormida. Con mucho cuidado abrió y cerró la puerta; decidió respetar sus deseos y de puntillas se dirigió hacia la habitación de invitados... pero al pasar por la puerta de su dormitorio, escuchó los sollozos de su novia.

Se quedó parado en mitad del pasillo, apoyando la frente en la fría madera; no soportaba oírla llorar, era superior a sus fuerzas. Con cuidado abrió la puerta, y a pesar de que la luz estaba apagada, pudo distinguir la figura de Bella, encogida cual bebé, abrazada a una de las almohadas, ahogando sus lágrimas en ella. Se le encogió todavía más el corazón al verla así, tan triste y hundida. Dándose valor a sí mismo, puesto que no estaba seguro de la reacción de su pequeña, avanzó despacio hacia ella, sentándose en el borde y acercando una de sus manos para acariciar la melena castaña.

-Bella...- el corazón de la joven pegó un brinco al escucharle; no le había oído entrar ni sentarse en la cama... pero no tenía fuerzas para volver a discutir de nuevo con su novio. No movió un músculo, pero sintió unas caricias cariñosas en su pelo.

-Cariño... lo siento- oyó que decía Edward -mírame al menos... por favor- quiso hacer oídos sordos a la petición de su novio -Bella... por favor- le volvió a pedir.

Bella se quedó inmóvil todavía unos pocos minutos; no quería hablar con él, no se lo merecía... ¿acaso no confiaba en ella?. Pero el tono de voz de Edward en verdad mostraba arrepentimiento; lentamente se incorporó, y su novio se sintió todavía más culpable al ver su carita congestionada, y sus preciosos ojos marrones rojos e hinchados.

-Cariño...- el joven no sabía que decir para amortiguar la expresión de dolor que surcaba ese rostro que tanto adoraba -no quise decir lo que dije- rodó los ojos para sus adentros... vaya explicación de pacotilla que le estaba dando a su novia.

-¿Por qué no confías en mi, Edward?- le reclamó ésta, dolida -¿acaso no te lo he demostrado esta noche?- preguntó, haciendo alusión a la explicación que le había dado a Henry hace unas pocas horas -¿no te parece suficiente todo lo que aguanté al llegar al rancho?- el joven ranchero la escuchaba, incapaz de mirarla a la cara... su pequeña tenía toda la razón del mundo, y merecía su actitud dolida y todos y cada uno de los reproches. Bella suspiró al ver el aspecto derrotado de Edward, y poniéndose de rodillas frente a él, siguió hablando.

-¿De qué tienes miedo, Edward?- le interrogó con suavidad. Éste levantó la vista, y esbozó una sonrisa tímida al ver cómo la expresión de su novia se había relajado; le miraba con cariño, animándole a explicarse.

-Supongo que tengo miedo a perderte- la joven abrió la boca, en una perfecta o, debido a la sorpresa... todavía le costaba digerir, y sabía que le pasaría siempre, qué vería Edward Cullen en ella. Él, que podía tener a cualquier mujer a sus pies con sólo un chasquido de sus dedos... asombrosamente, la había elegido a ella -muchas veces me he preguntado que pasaría si encontraras un chico de tu edad, cómo sería tu vida...- le explicó. Bella le escuchaba pacientemente, dejándole terminar su charla.

-Edward...- le interrumpió en una de las frases -no me vas a perder... no quiero estar con otro que no seas tú- alzó una de sus manos, pasándola por la mejilla del su novio; esté la tomó, besando la palma y manteniéndola de nuevo contra su cara -tienes que dejar de atormentarte con eso, tienes que confiar en mi, en mis sentimientos...- le pidió.

-Y lo hago Bella, créeme- suspiró frustrado -pero el verte allí con él... la forma en la que te ha agarrado...- masculló con rabia.

-La culpa ha sido mía Edward, no debí haber salido con él fuera del gimnasio- murmuró la joven, agachando de nuevo los ojos -debí haberme dado cuenta antes de sus intenciones- susurró, con rabia... ¿cómo había podido ser tan tonta, y no verlo antes?; el episodio del abrazo no hizo otra cosa que confirmarlo, pero no le dieron mayor importancia.

-No cariño, no tienes la culpa de nada- le volvió a repetir -pero no lo quiero cerca de ti- masculló enfadado. Bella sonrió divertida, acercándose a él y rodeando su cuello con sus manos.

-Celoso- susurró contra los labios de Edward.

-En lo que respecta a ti, sí- admitió el joven cómo si tal cosa -no quiero que nos enfademos cariño- admitió pesaroso, rodeando la cintura de su pequeña, haciendo que se sentara a horcajadas encima de él.

-Yo tampoco- admitió la joven; miró de nuevo los ojos verdes de Edward, y por fin vio algo de ese amor que siempre tenía cuándo ella estaba al alcance de su vista.

-Y aunque te lo diga un poco tarde, estabas preciosa esta noche... muy sexy con esos pantalones tan ajustados- la joven rió azorada, y su novio comprobó cómo sus mejillas se tornaban en un delicioso color cereza -adoro tus sonrojos- susurró el joven en voz baja, acercándose a la cara de su novia y acariciando su mejilla con sus labios y su nariz; el corazón de la joven se aceleró con ese simple gesto, y supo que era el momento de hacer las paces.

Retiró su cabeza para ir en busca de los labios de Edward, que no dudó un segundo en corresponder a los deseos de su pequeña. Las bocas de la pareja bailaron una danza perfectamente sincronizada, colapsada de multitud de sentimientos; las lenguas de cada uno se fundieron en la boca del otro... y cómo si fuera la primera vez que ambos se besaban y descubrían, el beso pasó a cotas más intensas. No se dieron cuenta del tiempo que pasó, estaban en una burbuja... estaban en su paraíso personal.

Edward dejó los labios de su pequeña, ávido de recorrer con los suyos propios otras partes de su nívea piel; Bella enredó los dedos en su pelo cobrizo, atrayendo la cabeza de Edward hacia ella. Lo quería tan cerca de ella cómo fuera posible.

-Perdóname cariño- atinaba a decir su novio, dejando cortos y amorosos besos en su barbilla y en su cuello, dejando una increíble sensación de hormigueo allá dónde sus labios tocaban la piel de la joven.

-No tengo nada que perdonarte mi amor- contestó ella en un jadeo -soy tuya- murmuró contra su boca.

-Mía- repitió Edward...-mía, mía... mía- recitaba una y otra vez mientras la empujaba suavemente contra el colchón. Se acomodó entre sus piernas, y su pequeña le facilitó la tarea, recibiéndole en un íntimo abrazo. Todavía con la ropa puesta, la pareja se besaba cómo si el mundo fuera a acabarse. La joven gimió de manera audible cuándo la mano de su novio colocó una de sus piernas encima de sus caderas, acariciando y amasando tiernamente su muslo en el proceso.

-Edward... hazme tuya- consiguió decir Bella, en un momento que Edward dejó de besarla -déjame demostrarte qué sólo eres tú- el joven se quedó estático unos segundos; se apoyó en sus codos, admirando obnubilado a su novia, entregándose a él sin reservas y temores; después del mal rato que la había hecho pasar, de todo lo que le había dicho, ella lo miraba con tanto amor y deseo a la vez, que le parecía increíble que ella fuera suya.

La joven se mordía nerviosa el labio inferior, esperando la reacción de Edward, que no fue otra que besarla de nuevo; la cabeza de Bella daba vueltas, y los suspiro abandonaban su garganta de manera alarmante. Lentamente sus pequeñas manos fueron a los botones de la camisa negra que llevaba; la desabrochó lo más rápido que pudo y la bajó lentamente, acariciando a la vez los fuertes brazos de Edward; la parte de arriba de su pijama tampoco tardó mucho en desaparecer, y Edward se recreó unos segundos en la visión que tenía delante de sus narices.

Los pechos de su novia, coronados por dos rosados e impacientes pezones, esperaban con verdaderas ansias sus caricias y todo lo que quisiera darles. Su boca pasó a recorrer su cuello de cisne, y sus grandes manos acunaron sus pechos a la vez; la joven sintió un escalofrío cuándo los expertos dedos del joven pellizcaron con moderada fuerza los pequeños botones rosas. Se retorcía de manera alarmante, frotaba su parte más íntima contra la del joven, y aunque todavía estaban vestidos de cintura para abajo, ese roce hizo que el bajo vientre de Edward mandara espasmos de placer directamente a su miembro, que cada vez crecía más.

-Bella... dios cariño, me enloqueces- jadeó directo en su oído, mordiendo suavemente el lóbulo de su oreja, apresándolo con sus dientes y tirando de él.

Se incorporó para quitarse el resto de ropa que le sobraba, y con los pantalones del pijama de su novia repitió la acción. Volvió a cernirse sobre ella, y ambos disfrutaron del contacto de sus pieles sin restricción alguna. Las manos de ambos dibujan patrones y dibujos en sus cuerpos, y sus labios saboreaban y transmitían la necesidad y el deseo que ambos sentían el uno del otro. Rodeándola fuertemente con sus brazos, Edward los giró a ambos en la cama, quedando él debajo de su pequeña. La boca de Bella se aventuró a recorrer su fuerte y cuadrada mandíbula, su cuello, sus maravillosos pectorales... mordió con sutileza sus pezones, ganándose un gruñido de satisfacción por parte de su novio, que acariciaba el cabello y la espalda de su pequeña con sus manos.

Pero los labios de Bella siguieron su camino, besando y lamiendo su piel; atravesó su estómago y su lengua le proporcionó unas placenteras cosquillas en la hendidura de su ombligo; se dio un festín, besando y mordiendo con cuidado, la magnífica uve que nacía de sus caderas y terminaba en esa parte excepcional de su anatomía. Siguió bajando, hasta encontrarse de bruces con toda su masculinidad, erguido y excitado hasta más no poder.

-Bella...- jadeó el joven, en un intento por llamar su atención; tenía tanta urgencia de ella que hizo un amago por darse la vuelta, aprisionar a su novia contra el colchón y enterrarse tan profundo en ella cómo fuera posible... pero ésta se adelantó, tomando su miembro con sus pequeñas manos, bombeándolo con firmeza. Las consecuencias de esas caricias no se hicieron esperar, Edward gruñía y gemía de manera audible, por lo que la joven prosiguió con su tarea, con sus manos y posteriormente, su boca.

El placer que recorría el cuerpo del joven era semejante a olas de fuego, que abrasaban todo a su paso; sintió calambres en la zona de su bajo vientre, y en un impulso, agarró los brazos de su novia por sorpresa, tumbándola y entrando en ella de una sola vez.

-Ooooohhhh...-gimió Bella, cerrando fuertemente los ojos; la masculinidad de Edward la llenaba por completo; entraba y salía de su cuerpo, para volver a clavarse una y otra vez de manera lenta y tortuosa, arrancando gemidos y espasmos del cuerpo de su pequeña. Dios... era cómo entrar en su hogar... el hogar que le ofrecía el cuerpo de Bella.

-Mía...- susurraba Edward en su oído, entrelazando las manos de ambos por encima de la cabeza de Bella.

-Tuya mi amor... tuya...ahhhhh... sí- jadeaba palabras entrecortadas, que no hacían otra cosa que excitar todavía más al joven -más fuerte Edward... más duro...- le pidió ésta, incapaz de soportar el placer que llegaba a cada rincón de su cuerpo. El lento y delicado vaivén dejó paso a uno desenfrenado; la fuerza con la que el joven se cernía sobre ella hizo que los pliegues de la joven se contrajeran con fuerza, anuncio incipiente del orgasmo. Entonces ambos se dejaron llevar, y en pocos minutos ambos gritaban el nombre del otro, convulsionándose y llegando a un clímax increíble y placentero.

Pudieron pasar minutos, quizá horas... estaban agotados y sudorosos, con los ojos cerrados e intentando regular sus respiraciones; Edward descansaba su cabeza entre los pechos de Bella, y ella acariciaba sus musculosos brazos. El joven salió de ella con cuidado, y sin decir una sola palabra, su pequeña se acurrucó entre sus brazos, escondiendo su rostro en el cuello del joven y respirando su aroma.

-Te quiero Edward, nunca más lo dudes- le susurró ella en voz baja, dejando un pequeño beso en su cuello.

-Yo también te quiero, cariño mío- la joven sonrió emocionada, cerrando los ojos y dejándose guiar hacia el camino de los sueños.

Su novio acariciaba la suave piel de su espalda, y la arrimó más a su lado.. mientras tuviera a su pequeña entre sus brazos, respiraba tranquilo... ese era su hogar, y dónde quería permanecer durante el resto de su vida.

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Los días que siguieron a esa noche fueron relativamente tranquilos; a la mañana siguiente hablaron de nuevo del tema, con calma y tranquilos, sin discutir ni elevar el tono de voz. Ambos repitieron una y otra vez su parte de culpa, y se prometieron, para el futuro, aclarar y hablar los malentendidos.

Bella afrontó, por fin, la última semana de clases antes de las vacaciones de navidad; el viernes, justo después de la última clase, le contó a Leah su repentina desaparición de la fiesta, y el encontronazo de Edward y Henry. La morena se mostró sorprendida, ya que el joven no había dicho ni una palabra al volver al interior del gimnasio, y comprendió perfectamente la actitud de Edward, más aún después de la negativa amable y firme de su amiga.

-No lo comentes al resto, por favor- le rogó la joven castaña. Por lo que le había contado Zack, Henry había regresado a casa una semana antes, adelantando las vacaciones; y en verdad lo prefería así.

-Tranquila Bells, no saldrá una sola palabra de mi boca- le aseguró Leah -es increíble- decía, incrédula -si quieres un consejo Bells- la joven asintió con la cabeza -si Henry no puede aceptar la amistad que le ofreces, corta por lo sano; sino tu relación con Edward se verá afectada-.

-Y eso es algo que no estoy dispuesta a permitir- exclamó con firmeza; todavía no habían cerrado el tema, pero vieron el volvo plateado aparcar frente a la verja de entrada.

-Es puntual- dijo Leah con una sonrisa -¿te has despedido del resto?- Bella asintió; de aquí se iban directamente a Huntsville, a pasar las vacaciones de navidad. Edward bajó del coche, acercándose a ellas con una sonrisa... y buscando con la mirada por si el tal Henry estaba revoloteando alrededor de su novia. aunque Bella le había dicho que no había asisitido a clase durante toda la semana, no se fiaba en absoluto.

-Hola mi vida- besó castamente sus labios -hola Leah- se dirigió hacia ella con una sonrisa.

-Hola Edward, ¿preparado para el viaje?- interrogó esta última.

-Todo liso; y no, no me he dejado ninguna de las bolsas que dejaste preparadas- se adelantó Edward a la pregunta de su pequeña. Se despidieron de su amiga, deseándole unas felices navidades y mandándole recuerdos a Randall.

El viaje transcurrió tranquilo; y después de una parada para tomar un café y estirar un poco las piernas, la sonrisa se dibujó en el rostro de Bella al traspasar la verja del rancho Killarney, y aumentó todavía más cuándo vio a toda la familia en la escalinata de la entrada, esperando para darles la bienvenida. Apenas le dio tiempo a Edward de quitar la llave del contacto, cuándo Jake se abalanzó hacia la puerta del copiloto, para sacar a su novia prácticamente en volandas y darle uno de sus abrazos.

-¡Por fin!- exclamó su hermano, dando vueltas con Bella -ahora comeremos cómo es debido- soltó por su boca mientras dejaba a Bella en el suelo. Edward y su novia le miraron con una ceja arqueada cada uno, ante las risas de la familia.

-Hijo, bienvenido a casa- le palmeó el hombro Carlisle a su hijo, e intentando contener la carcajada.

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Bueno mis Chiquillas, aca esta otro Capi! Muy puntual! 
Las Quiero!! <3

2 comentarios:

  1. que vivan las reconciliaciones!!!! siii señorrrr!!! jajajaja

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  2. siiiiiiiiiiiiiiiii me encantoooooooooooo esta reconciliasion...

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