martes, 14 de mayo de 2013

Sumarios para escoger nueva historia


Niñas tal como les dije aqui les pongo los sumarios para que escojan, la votacion será por medio de los comentarios de la siguiente manera

Nombre del Fic

Nombre de ustedes.

El ganador se decidira por una diferencia aplastante y nada de 3 o 4 votos entre una historia y otra.


:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

1.- Tres Bodas


Ella es la mujer de su mejor amigo. Pero eso no evito que Edward se enamorara hasta la locura de ella. 

Jake está muriendo. Pero eso no evito que los manipulara hasta conseguir sus propósitos. 

Bella está enamorada. Pero eso no evito que se acostara con el amigo. 

Se vieron obligados a casarse. Pero eso no evito que eventualmente les gustara la idea. 

Hasta que él tomo una decisión radical. 

¿Podrá ella perdonarlo? ¿Podrán tener un futuro después de lo sucedido? 

¿Será el amor suficiente para unir a dos personas que nunca debieron estar separadas? 


_____________________________________


2.- Volvemos al amor. 


Él sabe que ella no una mujer como las demás y aún así decide conquistarla, amarla. Sin embargo no todo será tan fácil como espera. 

Ella tiene miedo de todo hombre que no sea Jasper, sin embargo Él logra llegar a su cama en menos de un mes. 

¿Será el amor suficiente para vencer sus miedos? ¿Podrá él esperar que ella le diga lo que quiere saber? ¿Podrá Él enmendar el corazón de ella? ¿Podrá él controlar sus celos cuando llegue un hombre del pasado? 

Para ellos el amor no lo es todo, es lo único…


:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

La votación será desde hoy Martes 14 de hasta el domingo 26 de Mayo, pues el lunes estará la historia ganadora.

Inviten a sus amigas a unirse a este blog....

Cowboy de mi corazon



Capítulo 36: Negación

El tono de voz que salió de la boca de Edward hizo que el corazón y las venas se le helaran de manera súbita. Dio un paso hacia atrás, pensando en la posibilidad de que su novio pensara que Henry la estaba molestando, y que en realidad el enfado no fuera con ella.

-Edward... yo te estaba esperando, y Henr...-

-Sube al coche- la cortó del tal manera, que tardó unos mínimos segundos en reaccionar; soltando un suspiro ahogado e intentando controlar las lágrimas, hizo lo que le decía con toda la dignidad que pudo.

El denso silencio que imperó en el corto trayecto a casa se podía cortar con un cuchillo. La atmósfera que se respiraba dentro del volvo era de todo menos cómoda y confortable. Bella se mantuvo durante todo el camino con la mirada fija en la ventanilla, pero apenas se recreaba en las bulliciosas calles de San Antonio. Su cuerpo estaba tenso, ya que su espalda no estaba apoyada en el asiento, debido a la tensión que campaba a lo largo de todo su cuerpo. Sus manos iban entrelazadas en su regazo, sin saber qué hacer con ellas y apretándose fuertemente la una a la otra.

Miró a Edward varias veces de reojo; su mandíbula ligeramente alzada y apretada se había convertido en su forma habitual en los últimos tiempos; su vista fija en la calzada y en el tráfico le impedían a su novia fijarse en sus ojos... pero podía hacerse una idea de cómo lucirían. Incapaz de soportarlo más, desesperada por que le dirigiera la palabra, aunque fuera para gritar, se atrevió a pronunciar su nombre.

-Edward...- musitó en un susurro apenas imperceptible para el oído humano; al no obtener reacción alguna por parte del joven , lo intentó de nuevo -Edward, dime algo por favor, lo que sea- le suplicó.

-En casa hablaremos- el tono de voz parecía que se había suavizado, y cuándo Bella levantó la vista, ya que no quería encararlo, respiró para sus adentros al observar que la mirada que le dedicó no era la que esperaba. Los ojos verdes la miraron con suavidad, incluso se atrevería a decir que con cariño y ternura. Asintió a la vez que un suspiro de alivio salió de sus labios.

El resto del camino permanecieron sumidos de nuevo en el silencio... pero ya no era un silencio tenso e incómodo, o al menos eso le parecía a Bella. Y no pudo evitar sonreír cuándo, ya en el garaje, le tomó de la mano para salir del coche, y la atrapó con ternura contra la suya mientras subían en el ascensor.

Una vez pasaron el umbral de la puerta principal, y sin soltar su mano un sólo instante, Edward la condujo al salón, sentándose en el sofá y arrastrando con ella a su pequeña. Bella dio un gritito ahogado, ya que apenas le dio tiempo a soltar el bolso y la carpeta.

-¡Edward!- exclamó, debido a la sorpresa; iba a seguir hablando, cuándo los labios de su novio acallaron los suyos con un repentino beso.

Los brazos del joven la apresaron hacia su cuerpo, sintiendo cada una de las curvas de su pequeña fundirse con él; impactada por esa reacción que no se esperaba en absoluto, le echó los brazos al cuello, y respondió al beso de manera desesperada. Las bocas de ambos reflejaron la necesidad que tenía la pareja del uno del otro...en estas últimas semanas en el rancho, debido a trabajo y a la lesión de Bella, apenas habían disfrutado de su intimidad.

Pero Bella sabía que antes de eso había una conversación pendiente, y con toda la delicadeza que pudo rompió el beso, pero sus manos no abandonaron en ningún momento el cuello de su novio. Meditó por un largo minuto cómo sacar el tema, pero una vez más Edward se adelantó.

-Perdóname- le pidió, acompañando la palabra con una mirada de arrepentimiento; la joven abrió los ojos, debido a la sorpresa que le acusaron esas palabras -no debí hablarte en ese tono-.

-No pasa nada- intentó suavizar el asunto -Edward, Henry simplemente se estaba disculpando por lo que pasó; me ha asegurado que no volverá a molestarnos-.

Su novio escuchó con atención el relato de los hechos, y aunque permanecía con el rictus serio y tenso, no interrumpió a su pequeña. Bien es cierto que no había pasado nada, pero cuándo vio a ese imbécil al lado de su pequeña, pensando que de nuevo la podía hacer daño, le hirvió tanto la sangre que no hubiera dudado un segundo en plantarse de nuevo frente a él y propinarle otro puñetazo.

-Espero que sus palabras sean verdad; no lo quiero volver a ver cera de ti- siseó, un poco enfadado -perdóname cariño- le pidió de nuevo -no quería hablarte así- murmuró con un suspiro de frustración.

-No pasa nada, Edward- sintió que la pequeña mano de su novia acariciaba su cabello lentamente.

-Sí que pasa, Bella- le corrigió éste, frunciendo el ceño -no puedo permitir que mi carácter te haga daño- hizo una pequeña pausa -me sorprende lo bien que has reaccionado a todo ésto-.

-¿Por qué dices eso?- le reclamó su novia, frunciendo ella ahora la frente.

-Cuándo esa tarde pasó aquello- empezó a explicarle- pensarías que soy un lunático violento... y no te culparía por ello- susurró enfadado consigo mismo -pero admito que el pronto que tengo a veces me puede; pero hoy no te merecías esa contestación-.

El silencio se adueñó de nuevo de la pareja; la cabeza de Bella trabajaba de manera frenética, tratando de buscar las palabras adecuadas.

-Edward... ¿por qué no puedes ver que yo te quiero así, tal cómo eres?- le dijo ella, después de un largo minuto de silencio.

-A veces me sigue sorprendiendo que lo hagas- contestó su novio, desviando su mirada de ella. Bella rodó los ojos ante tales palabras.

-¿Por qué cuestionas una y otra vez mis sentimientos?- le reclamó, herida de nuevo; no podía creer que volvieran a tener esta conversación. Se deshizo de su agarre para levantarse y ponerse frente a él, con los brazos en jarras y mirándole enfadada -nunca pensé que fueras tan inseguro-.

-A veces no puedo evitar serlo- le devolvió éste por respuesta, poniéndose él también de pie, pero dirigiéndose a la ventana y dándole la espalda.

-No te entiendo- le dijo ella, esperando que le aclarara esas palabras -¿es por lo qué pasó con Jessica?- preguntó con cautela.

-¿Recuerdas cuándo nos la encontramos en el bar de Félix, estando con mis hermanos?- ella asintió con un leve movimiento de cabeza, ya que se había acercado hasta quedar de nuevo frente a su vista -ella me dijo que era un celoso compulsivo-.

-Bueno... un poquito celoso si eres- le dio la razón a sus palabras, con una pequeña sonrisa -tanto tus hermanos cómo tú los sois con vuestras parejas- añadió, sin saber hacía dónde iba el rumbo de esa conversación.

-Puede que me lo buscara yo mismo... - murmuró pesaroso -puede que mi carácter termine espantado y alejando de mi a las personas que más quiero- Bella se quedó pegada en el sitio, incrédula por lo que acababa de escuchar.

-¿Me estás diciendo que tu carácter provocó que Jessica buscara consuelo en brazos ajenos?- susurró, atónita y cabreada a la vez -Edward, mírame por favor...- le pidió -tú la querías... y por muchas diferencias que tuvierais, no justifica lo que hizo... de ninguna manera- expresó de manera tajante.

El joven permaneció en silencio, pero no levantaba la vista del suelo; Bella nunca lo había visto así, tan vulnerable; sus ojos reflejaban un temor que la joven no entendía en absoluto. Había oído muchas veces decir a su padre que toda persona tenía un lado vulnerable, aunque tuviera una fachada o un corazón de hierro... y Edward Cullen no era una excepción. Jamás imaginó que ese duro ranchero, al que conoció hace casi dos años, tuviera tanto miedo e inseguridad.

Intentó buscar las palabras correctas, para no herirle más... pero a la vez la rabia que bullía en su interior le reclamaba que le echara en cara el por qué no confiaba en ella. Desde que habían llegado a San Antonio, su relación pendía de un hilo... y había ocasiones en que ese hilo estaba a punto de romperse.

-Edward- habló por fin, tomando una profunda respiración para poder calmarse -los problemas de una pareja no se resuelven buscando consuelo en brazos ajenos- recitó lo más tranquila que pudo -ella no te quería lo suficiente si te hizo eso; pero ella es tu pasado... ahora estás conmigo... y te quiero- bajó la voz ante esas últimas palabras -conmigo no tienes nada que temer; te quiero y te acepto cómo eres... con todas tus cualidades y defectos-.

-Eso mismo me decía ella...- musitó cabizbajo.

Ya estaba igual que en otras ocasiones; no la estaba escuchando... ¿por qué le costaba tanto confiar en sus sentimientos?.

-¿Crees que ésto?- hizo un movimiento con la mano, señalando a ambos -¿es un capricho de una niñita de veinte años?- le reclamó, ya sin preocuparse de maquillar el tono enfadado -¿crees que estoy contigo para pasar el rato?- él la miró intentando explicarse, pero no le dejó pronunciar palabra alguna -te lo dije una vez, Edward... yo no soy Jessica... y sigues dudando acerca de mis sentimientos... sigues teniendo miedo-.

-¡Tengo miedo a perderte!- bramó el joven, haciendo que la joven palideciera -¡tengo miedo de que conozcas a alguien más acorde a tu edad!, ¡tengo miedo a todo lo que se cuece aquí dentro!- se golpeó el pecho, a la altura del corazón -claro que tengo miedo... porque no puedo imaginar el vivir sin ti- dijo en voz baja.

Las lágrimas ya rodaban por la mejillas de la joven sin controlo alguno, porque no encontraba la manera de hacerle entender que no tenía que imaginarse eso... ella estaría siempre a su lado... ¿en qué momento había tornado la situación?; recordó con nostalgia los primeros meses de su relación, dónde ella estaba hecha un mar de dudas e inseguridades... pero si hay algo que ella jamás cuestionó, fueron sus sentimientos, ni los de su novio.

-Entonces no pienses en algo que no sabes si va a ocurrir- contestó ella, frustrada y dolida, muy dolida -intento demostrártelo día a día... pero toda esa confianza necesita una base... y esa base pasa por que te creas de una vez mis sentimientos-.

-Bella... perdóname- en ningún momento quiso chillarla de esa manera; en verdad que no sabía cómo acertar... menudo día llevaba, no hacía más que meter la pata, y hacer sufrir a su pequeña. Quiso coger una de sus manos, pero Bella negó con la cabeza, dando un pequeño paso hacia atrás. El corazón de Edward se contrajo de dolor ante ese gesto... pero la había vuelto a cagar, literalmente hablando.

-No tengo nada que perdonarte, Edward- habló la joven, con lentitud y ahogando un sollozo; Edward nunca la había visto así de herida y enfadada con él -sólo tienes que dejar atrás esos ridículos miedos... y es algo que sólo tú puedes hacer-.

-Bella...- susurró, pero la joven le volvió a cortar.

-Necesitas pensar, Edward; y yo también lo necesito- los ojos del joven se abrieron desorbitados, y su novia entendió lo que estaba pasando por su cabeza -no es lo que te estás imaginando; simplemente voy a irme unos días a casa de Leah-.

-Bella, no- le pidió, de manera desesperada -por favor...- la muchacha iba a replicar... pero cuándo miró en los ojos de Edward, el temor que vio reflejado en éstos; a ella misma se le partía el corazón con las palabras que había dicho -pasado mañana me voy de viaje... y...- la voz de su novio se quebró; ella tampoco quería separarse de él, y había olvidado por completo el dichoso viaje. Quedándose en silencio unos minutos, que al joven le parecieron horas, decidió finalmente que no tenía ningún sentido el irse a cada de Leah.

-Está bien...- suspiro, cansada y derrotada; los ojos de su novio se iluminaron débilmente -pero necesito tiempo para pensar... y tú también- Edward asintió derrotado a la petición de su pequeña.

En completo silencio, la joven le dirigió una sonrisa que no llegó a sus ojos, para después darse la vuelta y encerrarse en su habitación. Desde esa posición, el joven pudo oír su llanto salir de manera incontrolada, eso que ella había estado guardando durante toda la discusión.

Si había algo que Edward no soportaba, eran las lágrimas de su novia, y más si él era el causante; maldiciendo para sus adentros, pegó un puñetazo a la pared, de un acto de desesperación. Pero respetaría su petición, y le daría su espacio... no le quedaba otro remedio.

0o0o0o0o0o0

El mes de marzo de aquel año se convirtió en un mes que tanto Bella cómo Edward borrarían del calendario sin titubear. Los dos días que precedieron a la pelea fueron tensos y tristes, sobre todo muy tristes. El joven intentó por todos los medios hablar con ella, pero cada vez que se dirigía a su novia sacando el tema a colación, los ojos de Bella le hacían desistir.

Derrotado y hundido, se despidió de su pequeña de manera precavida, pero respiró esperanzado y aliviado al ver cómo ella correspondió a su abrazo, aferrándose a él con ansia.

-Cuídate mucho, y dale un beso a Jasper y a tu padre de mi parte- le dijo ella, con la cara pegada en el hueco de su cuello. Edward se reuniría con ellos en Detroit. Además se iba por más de una semana; diez días que a la joven se le harían interminables.

-Se lo daré de tu parte; y tu también debes cuidarte- le contestó su novio de vuelta, estrechándola entre sus brazos. Ella ronroneó de manera imperceptible, disfrutando de esa cercanía.

-Te quiero- le dijo ella, levantando sus ojos y mirándole de manera tímida. Edward sonrió, y con precaución se acercó a su pequeña, dejando un suave y tierno beso en sus labios; beso que Bella no dudó en corresponder.

-Te amo- susurró contra sus labios, provocando de nuevo la pequeña sonrisa de su novia -hasta la vuelta- Bella se quedó estática en su sitio, mirando en silencio cómo tomaba la maleta y salía por la puerta... en verdad iban a ser unos largos días.

La rutina de la joven durante el tiempo que Edward estuvo fuera se tradujo en clases, estudios y trabajos pendientes de entregar; y aunque se sumergió de lleno en esa estresante rutina, también le dio tiempo para meditar y reflexionar acerca de lo ocurrido. Por las noches, sintiendo un vacío en la cama, el tema la desveló de manera incontrolable.

Había hablado con Leah, o mejor dicho, su morena amiga le había sonsacado qué le pasaba, a raíz de la cara de la joven al día siguiente de la pelea. Incluso una noche, después de cenar e incapaz de controlar las lágrimas, terminó por llamar a Rosalie, contándole su penosa vida amorosa, omitiendo el incidente en el que salió lesionada, por supuesto.

Rose prometió que no comentaría nada, ni a su marido y al resto de la familia... pero no pudo evitar soltar un par de maldiciones contra el más pequeño de su cuñados. Tanto ella cómo Leah terminaron dándole el mismo consejo, y ese no era otro que el tiempo le demostraría a Edward que ella le quería de verdad... y que debían poner claras las cosas. Su cuñada incluso le preguntó si estaban pensando en darse un tiempo, cosa que Bella negó categóricamente. La mayoría, por no decir, la totalidad de las parejas pasaban por épocas mejores y peores, y se podían resolver sin llegar a la necesidad de una separación. Si Edward tenía un miedo espantoso a perderla, ella tampoco se quedaba atrás; no podía imaginarse sola de nuevo, y ese sentimiento le provocaba un estremecimiento de la cabeza a los pies.

Pero la suerte se alió en contra de la pareja, ya que al finalizar el viaje a Detroit, su suegro insistió en visitar unas granjas situadas en Chicago; de modo que el viaje se alargaba cuatro días más.

La pareja había hablado a diario por teléfono; los primeros días Edward esperaba con la respiración contenida para oír una sola palabra de Bella... pero a pesar de esos comienzos de conversaciones, la cosas iban fluyendo bien, y el joven colgaba el teléfono con una sonrisa de oreja, y con unas ganas tremendas de abrazar a su novia.

0o0o0o0o0o0

Edward saltó del taxi en cuánto le hubo pagado al conductor; mientras éste sacaba las maletas del maletero, echó una mirada expectante a la entrada del bloque de apartamentos, subiendo hasta toparse con una de las ventanas que pertenecían a su piso.

Las dos semanas que llevaba sin ver a su pequeña se habían convertido en una tortura para él; si de normal le costaba horrores separarse de ella, por las circunstancias en las que se tuvo que ir le provocaron una amarga sensación.

Su padre y su hermano le notaron un poco distante y muy callado, pero no quiso mencionarles el tema, ya que se ganaría una buena reprimenda por hacer llorar y sufrir a su pequeña... y con razón. Cuándo Bella sugirió que ella se iba a casa de Leah unos días, sintió cómo la desesperación y el pánico se apoderaban de cada uno de sus huesos... el sólo pensar que podía perderla le aterraba de manera alarmante.

Pero estos días también le habían servido para reflexionar; sabía que debía controlar sus celos. Pero era algo que le costaría mucho tener a ralla; desde que, por culpa de ese impresentable, su estrellita salió lastimada, era cómo si una fuerza sobrenatural se hubiera apoderado de él, una fuerza que le hacía cuidarla y protegerla en exceso. Pero por otro lado, y a pesar de que su novia le había dicho, en incontables ocasiones que se casaría con él sin dudarlo... se sentía culpable, por así decirlo.

Él era el primero que no quería perderla... pero tampoco quería robarle su vida y su juventud... y no le extrañaría que ella un día lo mandara a la porra, debido a su carácter. Así que después de varios días de lamentaciones, y de pensar en ello, cómo Bella le había dicho, llegó de nuevo a su casa con una determinación: no volver a hacer sufrir a su pequeña, dejarle explicarse ante situaciones cómo las del otro día... y dar gracias a quién fuera por haber puesto a Isabella Swan en su vida, porque nada ni nadie se la iba a arrebatar.

Sus dedos temblaban mientras metía la llave para abrir la puerta principal. Nada más poner un pie en su apartamento, un olor dulce llegó a sus fosas nasales; respiró una y otra vez, reconociendo la esencia de la canela y el aroma inconfundible del guiso de carne y patatas que tan bien cocinaba su novia.

-¿Bella?- la llamó con suavidad, pero no obtuvo respuesta alguna, así que soltando la maleta en el recibidor, siguió el rastro de la canela hasta la cocina. Allí se apoyó en el marco de la puerta, esbozando una sonrisa al ver a su pequeña trastear con la comida, tarareando una canción casi para ella misma.

Sus ojos vagaron a lo largo de todo el cuerpo de la joven, ataviada con unos pantalones cortos que apenas cubrían sus muslos y una camiseta de tirantes. La desordenada cola de caballo que apresaba sus cabellos dejaba a la vista la tersa piel de su cuello, viéndose más pálido por la luz de la campana extractora. Sus pies estaban descalzos, y cuándo se movían para buscar algo, lo hacían de manera silenciosa. Se quedó absorto mirándola, perdiendo la noción del tiempo... hasta que ella se dio la vuelta.

No le había oído entrar... pero allí estaba por fin, en casa después de dos largas semanas. La respiración se le atoró al verle ahí parado, mirándola cómo si fuera el más asombroso descubrimiento. Llevaba todo el día en una nube, y deseando correr a sus brazos, y eso fue lo que hizo.

-Edward...- susurró mientras sus cuerpos se juntaban; al verla avanzar hacia él, el joven ranchero pareció salir de su letargo, y ser aferró a Bella cómo si la vida le fuera en ello -estás aquí...- susurraba ella contra la piel de su cuello, volviendo a deleitarse con ese olor único que emanaba de su piel.

-Hola cariño- soltó él con un suspiro de alivio y de alegría al mismo tiempo -te he echado mucho de menos-.

-Y yo a ti- contestó ella de vuelta -lamento mucho todo lo que pasó, yo...- su novio no la dejó seguir.

-Cariño- la llamó para que le mirase; los ojos color chocolate por fin se encontraron con los suyos, y veía en ellos expectación, y a la vez temor, esperando a que hablara -si aquí hay alguien que debe pedir perdón, ese soy yo- susurró frustrado y rabioso consigo mismo -no era mi intención poner en duda lo que sientes- esbozó una sonrisa incrédula -a veces, todavía me pregunto qué viste en este ranchero gruñón, irascible e inseguro... pero es real, estás conmigo... y no puedo perderte-.

-Y no me vas a perder, Edward- le recalcó su pequeña, cogiendo su rostro con sus manos y enmarcándolo -hemos estado hablando mucho estos días acerca de lo que pasó... simplemente quiero que me prometas que nunca más te enfadarás de esa manera conmigo- suplicó, con los ojos brillantes.

-Te lo prometo- juró éste, mirándola serio -dios Bella... no sabes cómo te he echado de menos- se abrazó de nuevo a ella, pasando sus manos por su espalda, en una caricia que a la joven le supo a gloria.

-Yo también a ti, yo también...- repetía la joven una y otra vez; la cercanía de sus cuerpos y las caricias que Edward imprimía a lo largo y ancho y su espalda y su cuello estaban encendiendo un fuego que llevaba apagado muchos días. Apenas habían tenido intimidad desde que fueron a San Antonio, a conocer a sus pequeñas sobrinas... de eso casi hacía un mes, y la necesidad de sentirle eral tal, que dolía. Necesitaba sentirse querida, amada... le necesitaba con urgencia.

Deshaciendo ligeramente su abrazo, su boca se estrelló contra la de Edward de manera salvaje y furiosa, lamiendo directamente su labio inferior y adentrándose. Esperaba no haber sido demasiado brusca, pero sonrió para sus adentros cuándo su novio le devolvió el beso de la misma manera. Sus labios iniciaron un baile frenético, devorándose el uno al otro con desesperación.

-Edward...- susurraba su pequeña los pocos segundos que dejaba de besarla.

-Te necesito... te necesito ahora...- murmuró su novio, cogiéndola en brazos y dirigiéndose al dormitorio.

Sin dejar de recorrer con sus labios su cuello y su barbilla, la posó en la cama con toda la delicadeza que le fue posible; no dejó de mirar los preciosos ojos de su pequeña mientras se deshacía de su cazadora y de su camisa. Bella imitó la acción, y pronto se vio libre de su camiseta y de su sostén, lo que provocó la sonrisa malévola de su novio.

Tumbándose con suavidad encima de ella, sus labios dejaron impresos besos y caricias a lo largo de todo su cuerpo; la joven gimió con fuerza al sentir su pezón ser retorcido, estirado y levemente mordido. Sus dedos se enredaron con fuerza en los cabellos de Edward, incluso sabía que aveces le hacía daño, debido a los tirones que le propinaba, pero él parecía no darse cuenta.

Pero la lengua rebelde de su novio pronto abandonó sus pechos, y con ella dibujó un sensual y excitante camino, deteniéndose breves segundos en el pequeño ombligo de la joven.

-Ahhhh...- gimió la joven, encantada con las excitantes cosquillas que le producía esa caricia.

-Eres tan suave- murmuraba Edward contra su piel, pasando suavemente sus dedos por su pequeña cintura y bajando hacia sus caderas, llevándose consigo los pequeños pantalones que apenas dejaban nada a la imaginación. Con una lentitud interminable fue dejándola completamente desnuda, y no pudo reprimir el gemido al sentir que Edward se posicionaba entre sus piernas, mordiendo con cuidado y dulzura la cara interna de su muslo izquierdo.

-Ohhhh...- cerró los ojos, incapaz de soportar el placer que le producía de nuevo la lengua de su novio recorrer su intimidad, y el nombre del joven salió de sus labios casi en un grito cuándo sintió ese pequeño montículo de placer ser apresado -ahh...si ahí... justo ahí...- chillaba, presa de un placer que no podía aguantar.

-Sabes demasiado bien- susurraba Edward -dios Bella, me encantas...- decía contra su centro de placer, provocando que un hormigueo delicioso recorriera el cuerpo de la joven. Adoraba verla con los ojos cerrados, incapaz de estarse quieta y mordiéndose el labio para evitar, aunque fuera prácticamente imposible, que los gemidos y jadeos salieran de su garganta.

Sintió que el cuerpo de su novia se tensaba, y sabiendo que no aguantaría mucho más, en un fluido movimiento Edward se deshizo del resto de su ropa. Una vez completamente desnudo, de nuevo recorrió con besos el cuerpo de Bella, hasta que llegó a sus labios, y sin dejar de besarlos, entró suavemente en ella.

-Bella...- consiguió decir en un sonoro jadeo, sintiendo cómo sus paredes lo recibían; la joven abrió los ojos un momento, y se recreó con el espectáculo que veían sus ojos, la mandíbula de su novio, tensa y apretada, sus ojos cerrados y los labios entreabiertos, respirando entrecortadamente a la vez que se hundía en ella una y otra vez.

-Bésame, Edward...- le suplicó mientras rodeaba su cuello y lo volvía a tumbar encima de ella; en cuánto sus labios volvieron a ser uno solo, las palabras pasaron a un segundo plano, y la pareja se sumergió en ese mundo al cual sólo ellos podían llegar.

Pudieron ser segundos, minutos u horas... pero el tiempo pareció detenerse mientras ellos seguían gozando de su intimidad cómo pareja... hasta que sintió cómo las embestidas de su novio se volvían más urgentes y frenéticas, hasta que ambos prácticamente llegaron a la cumbre a la vez, en los brazos del otro. Jadeantes y sudorosos apenas se movieron; el joven se desplomó encima de su novia, y ésta acarició lentamente sus cabellos a la vez que ambos intentaban tomar aire.

Al fin Edward consiguió moverse, y después de acomodarse en el colchón atrajo a Bella a su pecho, aprisionándola de nuevo en la cárcel de sus brazos.

-¿Estas bien?- murmuró mientras le acariciaba el pelo.

-Demasiado bien- le corrigió ésta con una pequeña sonrisa, pasando las yemas de su dedos por el pecho del joven -te he echado mucho de menos- le volvió a decir.

-Yo también a ti, mi pequeña estrellita- susurró éste de vuelta -no puedo soportar que discutamos- su pequeña giró la cabeza, para encontrarse con la expresión torturada y triste de Edward.

-Todas las parejas tienen malas épocas- le explicó con cariño -pero estoy segura de que podremos con ella-.

-Juntos- afirmó éste, abrazándola más fuerte. El suspiro de la joven apenas fue perceptible para éste... la esperanza de que las cosas irían mejor se instaló en su corazón, y deseó con todas sus fuerzas que así fuera de ahora en adelante.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Cowboy de Mi Corazón.

 

      Capítulo 35:                                      Rencores del pasado

Carlisle Cullen meditaba en el silencio que le ofrecía su despacho; todavía intentaba digerir y asimilar lo que le habían contado sus hijos en el desayuno, ante las lágrimas de humillación e impotencia de Alice, a la que ya consideraba miembro de su familia por pleno derecho.

Incapaz de entenderlo, se levantó del confortable sillón de cuero, y con los brazos cruzados en torno al pecho, se acercó a una de las amplias ventanas, desde dónde se podía ver, en la lejanía, las tierras de los Denali. Frunció el ceño, pensado, buscando algo que le explicara el por qué de la actitud hostil y furiosa de Eleazar y sus hijos; negando con la cabeza, derrotado y sin encontrar explicación alguna, sus manos pasaron a su espalda, sin dejar de contemplar en ningún momento el basto paisaje texano.

A su mente vinieron imágenes de su infancia y juventud; Eleazar y él, siendo apenas unos niños, jugando con un balón que su propia madre había remendado una y otra vez, debido a los pinchazos... ellos dos escondiéndose para espiar, en la incipiente adolescencia, a la hija del capataz del Rancho Killarney en esa época... el baile anual de ganaderos, en el cuál Eleazar se pasó la noche persiguiendo a una esquiva Carmen, y él observaba divertido la escena... la sincera alegría que destilaban los ojos del matrimonio Denali el día que Meredith y él contrajeron matrimonio...

Dios... ¿dónde habían quedado esos momentos?, ¿en qué punto se torció todo?... ¿sería posible que todo viniera por esa estúpida subasta de tierras?; ¿o por el contrario todo venía por el premio que ganó su ganadería, dejando a Eleazar en el tercer puesto?. Todo eso había ocurrido hace muchísimos años, ni siquiera Jasper y Edward habían nacido todavía.

Desde entonces su amistad se volatilizó de la noche a la mañana. Carmen dejó de hablar a Meredith sin explicación alguna; incluso en una reunión de la Convención anual de ganaderos, en un intento de arreglar las cosas, Eleazar le negó el saludo, delante de todos los habitantes de Hunstville.

Estaba tan absorto en sus pensamientos que no sintió la puerta abrirse, ni esos pasos suaves y silenciosos que se acercaban a su espalda... pero una caricia en su brazo hizo que las comisuras de su boca se curvaran ligeramente hacia arriba; aunque tuviera los ojos vendados, reconocería ese tacto entre una multitud. Al darse la vuelta los ojos color avellana de Esme le mostraron la visible preocupación, reflejo de toda la incertidumbre que imperaba en la familia.

-¿En qué piensas?- le preguntó con cautela; Carlisle negó con la cabeza en silencio, pero abrió sus brazos, acercando a Esme a su cuerpo; su sólo toque le estremeció, pero a la vez hizo que respirara tranquilo y aliviado.

-¿Por qué, Esme?- musitó frustrado -¿qué les puede llevar a hacer tanto daño?- sintió cómo su fiel compañera se encogía levemente de hombros, meditando cuidadosamente las palabras.

-En verdad... no lo sé, Carlisle- expresó con visible preocupación -cuándo yo entré a trabajar aquí vuestra relación ya estaba rota y deteriorada-.

-Sigo sin entenderlo, Esme- masculló con furia contenida -podría entenderlo si sus ataques, por llamar a esta situación de alguna manera, fueran hacia mi... pero no puedo tolerar que hagan daño a mis hijos... a Alice, ¿qué culpa tiene ella?-.

-Los hijos son el reflejo de los padres, en la mayoría de los casos- suspiró Esme -por esa regla de tres, Garret y James han heredado la rabia y el odio hacia los chicos- Carlisle no dijo nada, simplemente se abrazó más a la mujer que le había devuelto la alegría, agradeciéndole en silencio muchas cosas.

Pero Esme era demasiado sabía... o simplemente conocía tanto a esta familia que sabía que algo se cocía en la cabeza de Carlisle; aunque durante el desayuno había prohibido de manera tajante a su hijo Jasper ir a ajustar cuentas con los Denali, intuía que eso lo iba a hacer él mismo.

-Vas a ir a ver a Eleazar, ¿me equivoco?- la mirada que le dirigió éste no le dejó lugar a dudas -Carlisle, por favor, no vayas...- le pidió, asustada.

-No puedo dejarlo pasar- le cortó él -han rebasado sus límites y mi paciencia; esta situación tiene que terminar- siseó; Esme notó el cambio en el tono de voz, y percibió odio y rencor en él... nada propio del hombre del que estaba profundamente enamorada. Sabía que nada de lo que dijera le iba a detener; la sangre irlandesa que corría por sus venas impregnaba en él lo que las chicas llamaban el gen troglodita Cullen... proteger a a la familia.

-¿Tendrás cuidado?- le pidió ésta, en un susurró ahogado -prométeme que las cosas no irán más allá de las palabras- le suplicó, con los ojos vidriosos.

-Lo intentaré- dijo éste, con un suspiro resignado -sabes que no es mi estilo; las cosas deben hablarse y discutirse- Esme permaneció un largo minuto en silencio, hasta que por fin asintió con un imperceptible movimiento de cabeza. Carlisle la volvió a acercar a su cuerpo, y dejó un suave y silencioso beso en sus labios; beso que Esme no dudó en profundizar, aferrándose con fuerza a sus hombros.

-Ten cuidado- le suplicó, separándose escasos milímetros de su boca, para después besar de nuevo a Carlisle.

-Te preocupas demasiado- le susurró éste de forma cómplice, intentando sonsacarle una pequeña sonrisa -volveré pronto-.

Esme observó en silencio cómo se apartaba de ella y salía del despacho. Se acercó a la ventana, y un suspiro resignado salió de sus labios mientras veía el todoterreno, con Carlisle al volante, atravesar la verja principal del rancho.

0o0o0o0o0o0

El corto trayecto que delimitaban ambas propiedades se hizo eterno para el patriarca de la familia. Hacía más de treinta años que no pisaba esas tierras, y un cúmulo de nervios y sentimientos contradictorios se adueñaban de la boca de su estómago. Siempre que Eleazar y él habían tenido que resolver alguno de sus acostumbrados problemas, solían reunirse en el despacho de Jenks.

Miró al su alrededor, todavía apoyado en la puerta del coche nada más cerrarlo; y aunque era sábado, a diferencia de su rancho, el silencio y la tranquilidad imperaban en el ambiente. Extrañado por tanta calma, se dirigió hacia la puerta de la casa principal.

Tuvo que llamar dos veces antes de Carmen abriera la puerta. La esposa de Eleazar Denali abrió los ojos debido a la sorpresa. Sabía, por boca de uno de los peones de su rancho lo que había sucedido, pero no pensó que acudiría el mismo Carlisle en persona.

-Carlisle- saludó, seria pero amable.

-Hola Carmen- le devolvió el saludo -¿cómo estás?-.

-Bien- contestó, de forma un poco más afable -enhorabuena por las pequeñas- le felicitó, en alusión a las niñas de Jake -he oído que tanto ellas cómo su madre ya están en casa-.

-Gracias- le dijo con una pequeña sonrisa -Carmen, necesito hablar con tu marido- al ver que la mujer no contestaba, insistió de nuevo -es importante-.

-Está en el establo- dijo al fin, haciendo un leve gesto con la cabeza en esa dirección. Carlisle asintió en silencio, pero cuándo estaba girando la voz de la mujer hizo que se detuviera de manera abrupta.

-¿Es cierto que Peter maltrataba a esa chica?- la pregunta pilló desprevenido a Carlisle, pero se volvió para contestarla.

-Ellos estuvieron casados... y él la maltrató, tanto psicológica cómo físicamente- hizo una pequeña pausa -tenía una orden de alejamiento- los ojos de Carmen se volvieron a abrir, debido a la sorpresa. Sus hijos conocían a Peter desde su época universitaria, pero por lo menos ellos no sabían nada de ésto.

-Dios mío...- susurró horrorizada, llevándose una mano a la boca -no tenía ni idea... Carlisle lo lamento mucho- murmuró, arrepentida -te aseguro que Eleazar no sabe nada tampoco-.

-No es tu culpa, Carmen; no te martirices- las palabras no parecían consolar a la mujer; pero ella no tenía la culpa de que su marido e hijos fueran así de crueles; bastante había hecho ella durante muchos años, y lo seguía haciendo, apaciguando los ánimos para que las cosas no pasaran a mayores.

Dirigiéndole una mirada tranquilizadora, y sin saber qué decir o hacer para aplacar el dolor de esa mujer, salió de allí en dirección a los establos.

Y efectivamente allí estaba el que fuera su amigo, apoyado en una de las vallas de seguridad, admirando y estudiando a la vez a las reses. Inspirando profundamente, se fue acercando a su altura con pasos cautelosos, carraspeando ligeramente para hacerse notar.

La cara de Eleazar no mostró ninguna emoción cuándo se dio la vuelta, y volvió a darle la espalda. El patriarca Cullen resopló frustrado, pero no desistió en su empeño y siguió caminando hacia su posición, para quedar también apoyado en la valla.

Un tenso silencio se adueñó del ambiente; Eleazar parecía ni inmutarse con su presencia, y Carlisle esperaba pacientemente a que dijera algo... hasta que por fin uno de ellos habló.

-¿Qué tripa se te ha roto, Carlisle?- preguntó de manera desdeñosa.

-Lo sabes perfectamente- le contestó, rechinando los dientes -la última ocurrencia de tus hijos ya pasa de castaño oscuro-.

-Peter es un amigo de Garret y James; y mis hijos pueden traer a sus amigos a su casa- le espetó de manera furibunda -¿o también vas a decirme a quién debo o no dejar entrar en mi casa?-.

-¿Sabías lo que pasaba?- le reclamó -¿sabías que Alice fue la esposa de Peter?; ¿sabías que la maltrató?-.

-No lo sabíamos ni Carmen ni yo- corroboró las palabras de su mujer -se conocen desde la universidad, pero al vivir en estados diferentes no llegamos a conocer a la joven con la que se había casado- le explicó.

-Pero aun ellos estando al tanto de la situación, trajeron aquí a Peter- siguió discutiendo Carlisle -tus hijos sabían todo... incluyendo lo sucedido en el matrimonio, la orden de alejamiento... y todavía con eso, lo traen aquí para que encuentre a Alice-.

Eleazar no articulaba palabra alguna... pero era cierto que sus hijos habían rebasado los límites de la decencia; pero eran sus hijos, y aquí el culpable de todo era Peter.

-Puedes ahorrarte el discurso, Carlisle- espetó de repente, cortando lo siguiente que su ex amigo iba a decir -no apruebo en absoluto lo que han hecho mis hijos, y ya se lo hecho saber a ellos-.

-No se trata sólo de eso, Eleazar- negó con la cabeza -toda esta guerra absurda tiene que terminar- éste le miró duramente, sin podre creer lo que oía.

-¿Ahora vienes a hacer las paces?- le echó en cara -¡eras mi mejor amigo, y no me apoyaste cuándo quise irme!-.

-Así que es eso...- replicó Carlisle -¿no me perdonas que diera la razón a tu padre, verdad?-.

-Yo no quería dedicarme a ésto- negó con la cabeza Eleazar -quería irme a recorrer mundo, no quería estar encerrado en un rancho... y tú te pusiste a favor de mi padre-.

-Sólo expresé mi opinión de lo que pensaba... porque tú mismo me la pediste- aclaró Carlisle -Carmen tampoco quería marcharse- le recordó. Eleazar lo miró con rencor, alejándose un par de pasos; pero no se alejó mucho, ya que se dio la vuelta, para volver a enfrentar a Carlisle.

-Desde ese día mi padre te ponía de ejemplo para todo- masculló con rabia -Carlisle ésto, Carlisle lo otro... - se burló -eras el hijo perfecto, el ganadero perfecto...- apartó su vista, sonriendo con socarronería.

-Eso no fue culpa mía- le echó en cara -si querías irte, haberlo hecho sin escuchar a nadie, y sin pedir opinión-.

-¡Mi padre me amenazó con desheredarme!- bramó furioso -sólo te pedí un poco de apoyo... y te pusiste de su parte-.

Carlisle Cullen negó con la cabeza; no iba a conseguir nada. Demasiados años de envidias y rencores para poder olvidar... pero había venido con un firme propósito, y no se iba a dar por vencido tan fácilmente.

-Sé que las cosas entre nosotros no se van a arreglar... y dejando a un lado los problemas laborales que hemos tenido- empezó a decir, haciendo alusión al asunto de la cerca y del ganado -sólo he venido a advertirte que si algún miembro de mi familia vuelve a sufrir por causa de algún Denali, no seré tan paciente-.

-¿Eso es una amenaza?- le encaró Eleazar.

-Sí, es una amenaza- recalcó la palabra con furia -deja a mi familia en paz, o te prometo que me verás realmente enfadado-.

-Ya te he dicho que no apruebo lo que han hecho mis hijos-.

-No me refiero sólo a lo ocurrido ayer; mis hijos saltan cuándo los tuyos les provocan; no los disculpo en absoluto... pero espero que tus hijos piensen y recapaciten lo que han hecho; no se puede hacer tanto daño de manera intencionada- tomó aire, meditando cuidadosamente sus palabras -vives anclado en el pasado; todo eso pasó hace más de treinta años... déjalo ya-.

Con estas dos últimas palabras, y con su cometido realizado, Carlisle Cullen se dio la vuelta para volver a casa, dejando a Eleazar sumido de nuevo en el silencio. Era una conversación pendiente desde hace muchos años, y por lo menos la conciencia del propietario del rancho Killarney quedó más o menos tranquila.

No esperaba que las cosas mejoraran entre ellos.. pero al menos deseaba que ambas familias pudieran convivir en paz, sin más peleas de por medio.

0o0o0o0o0o0

Al día siguiente toda la familia despedía a Edward y Bella, que después de casi tres semanas volvían a San Antonio. Habían sido unos días estupendos, todos reunidos y disfrutando de las nuevas integrantes de la familia... pero el brazo de Bella ya estaba prácticamente recuperado, y no podía perder más clases; eran los primeros días de marzo, y la recta final del curso ya estaba en todo su apogeo.

La familia permaneció en la entrada del rancho hasta que el volvo plateado cruzó la verja principal. Después de eso Jake y Emmet con sus respectivas familias se retiraron a sus casas, y sólo quedaron Alice y Jasper en la puerta.

La joven parecía estar bien después del encontronazo del viernes, y había estado tranquila estos dos últimos días. Por lo que les había dicho el abogado de Alice esa misma mañana, el juez había decretado prisión sin fianza al ser reincidente, por lo que hasta que se celebrara el juicio permanecería encerrado.

-¿Te da pena que se vayan?- le preguntó Jasper, pasándole un brazo por los hombros.

-Sí, un poco...- se encogió de hombros -me gusta que estemos toda la familia reunida; supongo que en ese aspecto ya soy una Cullen- objetó con una sonrisa. Jasper también rió, dejando un pequeño beso en su frente.

-Tengo que ir al establo, a ver si los chicos han reparado una de las puertas; ¿quieres venir y ver a tus amigas?- le ofreció.

-Por supuesto- exclamó contenta -les pondré un poco de música mientras estamos por allí- tuvo que contener la risa debido a la mueca que puso su novio, pero decidió no tomarle más el pelo y ambos se encaminaron hacia uno de los establos, hablando tranquilos y relajados.

Una vez allí, mientras Jasper supervisaba el arreglo hecho por los peones, Alice se adentró sin ningún problema en los pesebres, acercándose a las vacas sin pizca de miedo y pasando su mano por encima del lomo de los terneros recién nacidos. Alzó la cabeza con una sonrisa cuándo las primeras notas de piano inundaron el establo.

-Has mejorado en cuánto a tus gustos musicales- observando cómo su novio se acercaba a ella y se agachaba a su lado.

-Lo tomaré cómo un cumplido- contestó con esa sonrisa marca Cullen; algo había cambiado en los ojos de su señorita Brandon desde la noche del viernes. El mar azul de sus ojos estaba tranquilo y sosegado, y lucían con un brillo de expectación y felicidad.

-¿Te ha contado algo tu padre acerca de la visita que hizo a los Denali?- interrogó mordiéndose el labio. El joven meneó la cabeza.

-Casi nada; simplemente me dijo que había hablado con Eleazar... y que tanto él cómo Carmen se sentían mal por lo que habían hecho sus adorados hijos- masculló con rabia.

-¿Crees que por fin nos dejarán en paz?- volvió a preguntarle.

-Más les vale que nos dejen tranquilos, a toda la familia- añadió éste -pero ya los pillaré algún día- se prometió a si mismo- Alice le miró fijamente, pero su novio no le devolvía la mirada. Sabía lo que se estaba cociendo en su mente, y no le gustaba nada.

-Jazz- le llamó, pero al no recibir respuesta alguna, tomó con ambas manos el rostro del joven, haciendo que le mirara.

-Prométeme que nada de peleas- su novio iba a protestar, pero no le dejó articular palabra alguna -escúchame- le pidió, muy seria -el problema de Peter se ha acabado; por fin, después de años soy libre; no quiero más problemas, más disgustos, más peleas... -suspiró cansada -a partir de ahora, quiero vivir tranquila, disfrutar de esta nueva etapa de mi vida-.

Jasper se quedó en silencio, mirando con atención a su novia antes de levantarse y quitar con suavidad las manos de Alice de su cara.

-Aunque todo haya terminado, no quiero que te vayas de aquí- le dijo, de espaldas a ella. Su novia sonrió, poniéndose ella también de pie y acercándose de nuevo a él.

-Pero no puedo abusar más de la hospitalidad de tu padre, de toda tu familia...-.

-No abusas Alice; eres parte de esta familia- le aclaró, dándose la vuelta y tomándola por la cintura -me he acostumbrado a tenerte aquí, a dormir abrazado a tu cuerpo todas las noches- tomó aire, para después seguir -sé que durante años te has sentido muy sola, y no quiero que vuelvas a estarlo-.

-Y no lo estoy, Jazz... estoy contigo, y con eso me basta; aparte de toda tu familia- sonrió cómplice entre sus brazos -te prometo que lo pensaré... y buscaremos una solución- le guiñó un ojo.

Se besaron despacio, disfrutando de unos valiosos segundos de intimidad que toda pareja necesitaba. Las notas del piano ayudaban a que ambos se perdieran en los brazos del otro, y Alice se colgó de su cuello, acercándose más a él y profundizando el beso de manera frenética. El joven ranchero sintió un escalofrío recorrer su espalda, y una necesidad creciente se adueñó de la boca de su estómago. Con un imperceptible gesto hizo que su novia rodeara su cintura con sus piernas, y sin separarse un sólo milímetro de sus labios, caminó con ella hasta la parte trasera del establo.

En todo el trayecto las pequeñas manos de Alice se aferraban a su cuello y a su cabello; el beso hacía rato que dejó de ser suave. Era cómo si una imperiosa necesidad se hubiera apoderado de ellos, no podían despegarse el uno del otro. Ni siquiera se dio cuenta de cuándo Jasper la había tumbado encima de las alpacas de heno, con él encima suyo, besando cada parte de su rostro y cuello.

-Jasper- murmuró cuándo se dio cuenta de dónde estaban -nos pueden ver...-.

-Estamos en la parte trasera, y te recuerdo que es domingo; los peones tienen fiesta hasta mañana- le aclaró de manera juguetona, besándola de nuevo -desde que te vi por primera vez atravesar la puerta del establo- su novia sonrió, acordándose de su primera visita al rancho Killarney -no pensé en otra cosa que tumbarte aquí y hacerte mía- le reveló, para después volver a besarla.

Las palabras se perdieron, y la pareja se perdió en ese mundo paralelo del amor y del placer. Con una lentitud pasmosa los jóvenes se deshacían de la ropa del otro, y una vez que ambos quedaron desnudos, Jasper se dedicó a acariciar y besar todas y cada una de las partes del cuerpo de su novia. Besaba y lamía su boca, su cuello, el nacimientos de sus pechos, sus pezones, su plano estómago... le encantaba pasar sus labios por la piel de seda de su particular señorita Brandon, cómo él la llamaba algunas veces.

Ella por su parte, recibía gustosa esas caricias... era increíble todo lo que ese hombre le hacía sentir con unos simples besos.

-Jazz...- gemía ella sin parar, echando su cabeza hacia atrás y cerrando los ojos; sus manos se enredaban en los mechones rubios, o se deslizaban por sus brazos, por su espalda, por su pecho... los jadeos de Jasper morían en la piel de ella, cómo los besos y las caricias que depositaba a lo largo y ancho de todo su cuerpo, y que nunca se cansaría de ofrecerle.

-Dios Alice...- murmuraba contra su cuello -no sabes lo que me haces... oohhh dios- jadeó sintió las manos de su novia recorrer su bajo vientre, acechando esa parte de su anatomía que necesitaba atención de inmediato.

Apoyándose en sus codos, y con un movimiento de su pelvis, entró en ella de forma lenta y delicada; los ojos de su novia se cerraron, y el gemido de Alice fue acallado por los labios de Jasper, recogiendo con ellos todos y cada uno de los suspiros que brotaban de la garganta de su novia.

Juntos iniciaron un baile lento y delicioso, en el que los cuerpos de ambos expresaban en silencio todos y cada uno de los sentimientos que se decían día a día; las palabras y los tiernos besos cotidianos quedaban arrinconados cuándo hacían el amor de esa manera.

Cada caricia, cada movimiento... Alice atesoraba todas y cada una de esas sensaciones; sensaciones que jamás había experimentado, y que la hacían sentirse especial, sentirse amada... y así, juntos, llegaron al final de ese baile íntimo, en medio de una espiral de sensaciones.

Ninguna palabra salió de la boca de la pareja, pero seguían sobrando; acurrucada junto a su pecho, todavía desnuda y sudorosa, y con el pelo lleno de paja, Alice cerró los ojos, con una sonrisa feliz en su rostro; nada ni nadie la podría separar de ese hombre.

0o0o0o0o0o0

La rutina volvió a la vida de Edward y Bella. La joven estaba feliz de volver a reencontrarse con todos sus amigos. Quería a Leah cómo a una hermana, el mismo sentimiento que profesaba a sus alocadas y adorables cuñadas.

Tal y cómo prometió Edward, la acompañaba a la facultad y la recogía a la salida. Al principio protestó de nuevo por la idea, pero también comprendía la postura de su novio, así que decidió darle la razón y no protestar. El primer día lo pasó con una sensación rara en el estómago; no quería encontrarse con Henry, y volver a discutir. Por lo que le habían contado Leah y el resto, apenas le veían, y ya no se reunía con ellos para tomar el acostumbrado café en el receso de clases.

Cindy y Annie estaban muy enfadadas con él, al igual que su joven amiga; incluso le decían a Bella que debería haberlo denunciado por acoso la tarde en la que la situación estalló. Pero ella no quería eso; no le deseaba nada malo; lo único que esperaba es que la dejara en paz, y entendiera que jamás habría nada entre ellos.

La primera semana pasó sin altercado alguno... ni siquiera se lo encontró, por lo que estuvo relativamente tranquila... hasta el lunes.

Estaba en la entrada esperando a Edward; ya se había despedido de Leah y del resto de los chicos, y resoplaba mientras miraba el reloj. Esa mañana su novio tenía una una reunión en el centro financiero, y por el mensaje que había llegado a su teléfono móvil, estaba metido en un atasco en el centro.

Cuándo iba a sentarse en un banco, una voz la saludó por detrás suyo.

-Hola Bella- al darse la vuelta se encontró con Henry, mirándola con una mezcla de arrepentimiento y pena.

-Henry- saludó simplemente, con un pequeño movimiento de cabeza. El silencio se hizo denso e incómodo entre ellos, hasta que el joven por fin habló.

-Me alegra ver que estás recuperada-.

-Gracias- agradeció simplemente, para volver a mirar de nuevo hacia la entrada... dios... ¿dónde estaba Edward?

-Bella...- la joven rodó los ojos, volviéndose hacia Henry.

-¿Qué es lo que quieres?- le reclamó, visiblemente molesta. Éste tomó aire, sabía que la joven no se lo pondría nada fácil.

-Sólo quería disculparme por lo que pasó... y también decirte que no tienes de qué preocuparte- la expresión de Bella se relajó, aunque de manera imperceptible -no volveré a molestarte-.

-Gracias- le dijo, con una pequeña sonrisa de agradecimiento. El joven le devolvió la sonrisa, metiéndose las manos en los bolsillos.

-Dile a Edward que lo siento también... aunque no me guste, es tu decisión y tu relación... y yo no volveré a entrometerme-.

-Eso no te incumbe, Henry- contestó ella, de manera firme -agradezco de todo corazón tus disculpas... pero nada más-.

-Lo comprendo- asintió éste, sonriendo con pena -espero que todo os vaya muy bien, Bella-.

-Yo también- le respondió -espero que encuentres a alguien que te haga feliz- Henry asintió taciturno.

-Cuídate- le dijo a modo de despedida, antes de alejarse y perderse entre la multitud de estudiantes.

La joven no pudo reprimir el suspiro de alivio que salió involuntariamente de su garganta. No le deseaba nada malo, y en verdad parecía que había aprendido la lección. Sonriendo relajada, al girar la cabeza se encontró con Edward apoyado en el volvo, con los brazos cruzados en torno a su pecho. Su sonrisa se ensanchó al ver a su amor allí, y con paso apresurado salió a su encuentro.

Pero a medida que se acercaba a su posición, se percató del rictus serio que imperaba en su rostro... y de las chispas furiosas que emanaban sus ojos color esmeralda. El corazón de Bella se estremeció de manera alarmante... pero intentando mantener la calma, llegó a su altura. Pero cuándo estuvo frente a él, en vez de un saludo y del beso que siempre le daba, su voz cortante y cabreada se clavó en el centro del su alma.

-¿Qué hacías hablando con él?-.


0o0o0o0o0o0 0o0o0o0o0o0 0o0o0o0o0o0

Y Mi vida vuelve a ser MARAVILLOSA!!