Capítulo 35: Rencores del pasado
Carlisle Cullen meditaba en el silencio que le ofrecía su despacho; todavía intentaba digerir y asimilar lo que le habían contado sus hijos en el desayuno, ante las lágrimas de humillación e impotencia de Alice, a la que ya consideraba miembro de su familia por pleno derecho.
Incapaz de entenderlo, se levantó del confortable sillón de cuero, y con los brazos cruzados en torno al pecho, se acercó a una de las amplias ventanas, desde dónde se podía ver, en la lejanía, las tierras de los Denali. Frunció el ceño, pensado, buscando algo que le explicara el por qué de la actitud hostil y furiosa de Eleazar y sus hijos; negando con la cabeza, derrotado y sin encontrar explicación alguna, sus manos pasaron a su espalda, sin dejar de contemplar en ningún momento el basto paisaje texano.
A su mente vinieron imágenes de su infancia y juventud; Eleazar y él, siendo apenas unos niños, jugando con un balón que su propia madre había remendado una y otra vez, debido a los pinchazos... ellos dos escondiéndose para espiar, en la incipiente adolescencia, a la hija del capataz del Rancho Killarney en esa época... el baile anual de ganaderos, en el cuál Eleazar se pasó la noche persiguiendo a una esquiva Carmen, y él observaba divertido la escena... la sincera alegría que destilaban los ojos del matrimonio Denali el día que Meredith y él contrajeron matrimonio...
Dios... ¿dónde habían quedado esos momentos?, ¿en qué punto se torció todo?... ¿sería posible que todo viniera por esa estúpida subasta de tierras?; ¿o por el contrario todo venía por el premio que ganó su ganadería, dejando a Eleazar en el tercer puesto?. Todo eso había ocurrido hace muchísimos años, ni siquiera Jasper y Edward habían nacido todavía.
Desde entonces su amistad se volatilizó de la noche a la mañana. Carmen dejó de hablar a Meredith sin explicación alguna; incluso en una reunión de la Convención anual de ganaderos, en un intento de arreglar las cosas, Eleazar le negó el saludo, delante de todos los habitantes de Hunstville.
Estaba tan absorto en sus pensamientos que no sintió la puerta abrirse, ni esos pasos suaves y silenciosos que se acercaban a su espalda... pero una caricia en su brazo hizo que las comisuras de su boca se curvaran ligeramente hacia arriba; aunque tuviera los ojos vendados, reconocería ese tacto entre una multitud. Al darse la vuelta los ojos color avellana de Esme le mostraron la visible preocupación, reflejo de toda la incertidumbre que imperaba en la familia.
-¿En qué piensas?- le preguntó con cautela; Carlisle negó con la cabeza en silencio, pero abrió sus brazos, acercando a Esme a su cuerpo; su sólo toque le estremeció, pero a la vez hizo que respirara tranquilo y aliviado.
-¿Por qué, Esme?- musitó frustrado -¿qué les puede llevar a hacer tanto daño?- sintió cómo su fiel compañera se encogía levemente de hombros, meditando cuidadosamente las palabras.
-En verdad... no lo sé, Carlisle- expresó con visible preocupación -cuándo yo entré a trabajar aquí vuestra relación ya estaba rota y deteriorada-.
-Sigo sin entenderlo, Esme- masculló con furia contenida -podría entenderlo si sus ataques, por llamar a esta situación de alguna manera, fueran hacia mi... pero no puedo tolerar que hagan daño a mis hijos... a Alice, ¿qué culpa tiene ella?-.
-Los hijos son el reflejo de los padres, en la mayoría de los casos- suspiró Esme -por esa regla de tres, Garret y James han heredado la rabia y el odio hacia los chicos- Carlisle no dijo nada, simplemente se abrazó más a la mujer que le había devuelto la alegría, agradeciéndole en silencio muchas cosas.
Pero Esme era demasiado sabía... o simplemente conocía tanto a esta familia que sabía que algo se cocía en la cabeza de Carlisle; aunque durante el desayuno había prohibido de manera tajante a su hijo Jasper ir a ajustar cuentas con los Denali, intuía que eso lo iba a hacer él mismo.
-Vas a ir a ver a Eleazar, ¿me equivoco?- la mirada que le dirigió éste no le dejó lugar a dudas -Carlisle, por favor, no vayas...- le pidió, asustada.
-No puedo dejarlo pasar- le cortó él -han rebasado sus límites y mi paciencia; esta situación tiene que terminar- siseó; Esme notó el cambio en el tono de voz, y percibió odio y rencor en él... nada propio del hombre del que estaba profundamente enamorada. Sabía que nada de lo que dijera le iba a detener; la sangre irlandesa que corría por sus venas impregnaba en él lo que las chicas llamaban el gen troglodita Cullen... proteger a a la familia.
-¿Tendrás cuidado?- le pidió ésta, en un susurró ahogado -prométeme que las cosas no irán más allá de las palabras- le suplicó, con los ojos vidriosos.
-Lo intentaré- dijo éste, con un suspiro resignado -sabes que no es mi estilo; las cosas deben hablarse y discutirse- Esme permaneció un largo minuto en silencio, hasta que por fin asintió con un imperceptible movimiento de cabeza. Carlisle la volvió a acercar a su cuerpo, y dejó un suave y silencioso beso en sus labios; beso que Esme no dudó en profundizar, aferrándose con fuerza a sus hombros.
-Ten cuidado- le suplicó, separándose escasos milímetros de su boca, para después besar de nuevo a Carlisle.
-Te preocupas demasiado- le susurró éste de forma cómplice, intentando sonsacarle una pequeña sonrisa -volveré pronto-.
Esme observó en silencio cómo se apartaba de ella y salía del despacho. Se acercó a la ventana, y un suspiro resignado salió de sus labios mientras veía el todoterreno, con Carlisle al volante, atravesar la verja principal del rancho.
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El corto trayecto que delimitaban ambas propiedades se hizo eterno para el patriarca de la familia. Hacía más de treinta años que no pisaba esas tierras, y un cúmulo de nervios y sentimientos contradictorios se adueñaban de la boca de su estómago. Siempre que Eleazar y él habían tenido que resolver alguno de sus acostumbrados problemas, solían reunirse en el despacho de Jenks.
Miró al su alrededor, todavía apoyado en la puerta del coche nada más cerrarlo; y aunque era sábado, a diferencia de su rancho, el silencio y la tranquilidad imperaban en el ambiente. Extrañado por tanta calma, se dirigió hacia la puerta de la casa principal.
Tuvo que llamar dos veces antes de Carmen abriera la puerta. La esposa de Eleazar Denali abrió los ojos debido a la sorpresa. Sabía, por boca de uno de los peones de su rancho lo que había sucedido, pero no pensó que acudiría el mismo Carlisle en persona.
-Carlisle- saludó, seria pero amable.
-Hola Carmen- le devolvió el saludo -¿cómo estás?-.
-Bien- contestó, de forma un poco más afable -enhorabuena por las pequeñas- le felicitó, en alusión a las niñas de Jake -he oído que tanto ellas cómo su madre ya están en casa-.
-Gracias- le dijo con una pequeña sonrisa -Carmen, necesito hablar con tu marido- al ver que la mujer no contestaba, insistió de nuevo -es importante-.
-Está en el establo- dijo al fin, haciendo un leve gesto con la cabeza en esa dirección. Carlisle asintió en silencio, pero cuándo estaba girando la voz de la mujer hizo que se detuviera de manera abrupta.
-¿Es cierto que Peter maltrataba a esa chica?- la pregunta pilló desprevenido a Carlisle, pero se volvió para contestarla.
-Ellos estuvieron casados... y él la maltrató, tanto psicológica cómo físicamente- hizo una pequeña pausa -tenía una orden de alejamiento- los ojos de Carmen se volvieron a abrir, debido a la sorpresa. Sus hijos conocían a Peter desde su época universitaria, pero por lo menos ellos no sabían nada de ésto.
-Dios mío...- susurró horrorizada, llevándose una mano a la boca -no tenía ni idea... Carlisle lo lamento mucho- murmuró, arrepentida -te aseguro que Eleazar no sabe nada tampoco-.
-No es tu culpa, Carmen; no te martirices- las palabras no parecían consolar a la mujer; pero ella no tenía la culpa de que su marido e hijos fueran así de crueles; bastante había hecho ella durante muchos años, y lo seguía haciendo, apaciguando los ánimos para que las cosas no pasaran a mayores.
Dirigiéndole una mirada tranquilizadora, y sin saber qué decir o hacer para aplacar el dolor de esa mujer, salió de allí en dirección a los establos.
Y efectivamente allí estaba el que fuera su amigo, apoyado en una de las vallas de seguridad, admirando y estudiando a la vez a las reses. Inspirando profundamente, se fue acercando a su altura con pasos cautelosos, carraspeando ligeramente para hacerse notar.
La cara de Eleazar no mostró ninguna emoción cuándo se dio la vuelta, y volvió a darle la espalda. El patriarca Cullen resopló frustrado, pero no desistió en su empeño y siguió caminando hacia su posición, para quedar también apoyado en la valla.
Un tenso silencio se adueñó del ambiente; Eleazar parecía ni inmutarse con su presencia, y Carlisle esperaba pacientemente a que dijera algo... hasta que por fin uno de ellos habló.
-¿Qué tripa se te ha roto, Carlisle?- preguntó de manera desdeñosa.
-Lo sabes perfectamente- le contestó, rechinando los dientes -la última ocurrencia de tus hijos ya pasa de castaño oscuro-.
-Peter es un amigo de Garret y James; y mis hijos pueden traer a sus amigos a su casa- le espetó de manera furibunda -¿o también vas a decirme a quién debo o no dejar entrar en mi casa?-.
-¿Sabías lo que pasaba?- le reclamó -¿sabías que Alice fue la esposa de Peter?; ¿sabías que la maltrató?-.
-No lo sabíamos ni Carmen ni yo- corroboró las palabras de su mujer -se conocen desde la universidad, pero al vivir en estados diferentes no llegamos a conocer a la joven con la que se había casado- le explicó.
-Pero aun ellos estando al tanto de la situación, trajeron aquí a Peter- siguió discutiendo Carlisle -tus hijos sabían todo... incluyendo lo sucedido en el matrimonio, la orden de alejamiento... y todavía con eso, lo traen aquí para que encuentre a Alice-.
Eleazar no articulaba palabra alguna... pero era cierto que sus hijos habían rebasado los límites de la decencia; pero eran sus hijos, y aquí el culpable de todo era Peter.
-Puedes ahorrarte el discurso, Carlisle- espetó de repente, cortando lo siguiente que su ex amigo iba a decir -no apruebo en absoluto lo que han hecho mis hijos, y ya se lo hecho saber a ellos-.
-No se trata sólo de eso, Eleazar- negó con la cabeza -toda esta guerra absurda tiene que terminar- éste le miró duramente, sin podre creer lo que oía.
-¿Ahora vienes a hacer las paces?- le echó en cara -¡eras mi mejor amigo, y no me apoyaste cuándo quise irme!-.
-Así que es eso...- replicó Carlisle -¿no me perdonas que diera la razón a tu padre, verdad?-.
-Yo no quería dedicarme a ésto- negó con la cabeza Eleazar -quería irme a recorrer mundo, no quería estar encerrado en un rancho... y tú te pusiste a favor de mi padre-.
-Sólo expresé mi opinión de lo que pensaba... porque tú mismo me la pediste- aclaró Carlisle -Carmen tampoco quería marcharse- le recordó. Eleazar lo miró con rencor, alejándose un par de pasos; pero no se alejó mucho, ya que se dio la vuelta, para volver a enfrentar a Carlisle.
-Desde ese día mi padre te ponía de ejemplo para todo- masculló con rabia -Carlisle ésto, Carlisle lo otro... - se burló -eras el hijo perfecto, el ganadero perfecto...- apartó su vista, sonriendo con socarronería.
-Eso no fue culpa mía- le echó en cara -si querías irte, haberlo hecho sin escuchar a nadie, y sin pedir opinión-.
-¡Mi padre me amenazó con desheredarme!- bramó furioso -sólo te pedí un poco de apoyo... y te pusiste de su parte-.
Carlisle Cullen negó con la cabeza; no iba a conseguir nada. Demasiados años de envidias y rencores para poder olvidar... pero había venido con un firme propósito, y no se iba a dar por vencido tan fácilmente.
-Sé que las cosas entre nosotros no se van a arreglar... y dejando a un lado los problemas laborales que hemos tenido- empezó a decir, haciendo alusión al asunto de la cerca y del ganado -sólo he venido a advertirte que si algún miembro de mi familia vuelve a sufrir por causa de algún Denali, no seré tan paciente-.
-¿Eso es una amenaza?- le encaró Eleazar.
-Sí, es una amenaza- recalcó la palabra con furia -deja a mi familia en paz, o te prometo que me verás realmente enfadado-.
-Ya te he dicho que no apruebo lo que han hecho mis hijos-.
-No me refiero sólo a lo ocurrido ayer; mis hijos saltan cuándo los tuyos les provocan; no los disculpo en absoluto... pero espero que tus hijos piensen y recapaciten lo que han hecho; no se puede hacer tanto daño de manera intencionada- tomó aire, meditando cuidadosamente sus palabras -vives anclado en el pasado; todo eso pasó hace más de treinta años... déjalo ya-.
Con estas dos últimas palabras, y con su cometido realizado, Carlisle Cullen se dio la vuelta para volver a casa, dejando a Eleazar sumido de nuevo en el silencio. Era una conversación pendiente desde hace muchos años, y por lo menos la conciencia del propietario del rancho Killarney quedó más o menos tranquila.
No esperaba que las cosas mejoraran entre ellos.. pero al menos deseaba que ambas familias pudieran convivir en paz, sin más peleas de por medio.
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Al día siguiente toda la familia despedía a Edward y Bella, que después de casi tres semanas volvían a San Antonio. Habían sido unos días estupendos, todos reunidos y disfrutando de las nuevas integrantes de la familia... pero el brazo de Bella ya estaba prácticamente recuperado, y no podía perder más clases; eran los primeros días de marzo, y la recta final del curso ya estaba en todo su apogeo.
La familia permaneció en la entrada del rancho hasta que el volvo plateado cruzó la verja principal. Después de eso Jake y Emmet con sus respectivas familias se retiraron a sus casas, y sólo quedaron Alice y Jasper en la puerta.
La joven parecía estar bien después del encontronazo del viernes, y había estado tranquila estos dos últimos días. Por lo que les había dicho el abogado de Alice esa misma mañana, el juez había decretado prisión sin fianza al ser reincidente, por lo que hasta que se celebrara el juicio permanecería encerrado.
-¿Te da pena que se vayan?- le preguntó Jasper, pasándole un brazo por los hombros.
-Sí, un poco...- se encogió de hombros -me gusta que estemos toda la familia reunida; supongo que en ese aspecto ya soy una Cullen- objetó con una sonrisa. Jasper también rió, dejando un pequeño beso en su frente.
-Tengo que ir al establo, a ver si los chicos han reparado una de las puertas; ¿quieres venir y ver a tus amigas?- le ofreció.
-Por supuesto- exclamó contenta -les pondré un poco de música mientras estamos por allí- tuvo que contener la risa debido a la mueca que puso su novio, pero decidió no tomarle más el pelo y ambos se encaminaron hacia uno de los establos, hablando tranquilos y relajados.
Una vez allí, mientras Jasper supervisaba el arreglo hecho por los peones, Alice se adentró sin ningún problema en los pesebres, acercándose a las vacas sin pizca de miedo y pasando su mano por encima del lomo de los terneros recién nacidos. Alzó la cabeza con una sonrisa cuándo las primeras notas de piano inundaron el establo.
-Has mejorado en cuánto a tus gustos musicales- observando cómo su novio se acercaba a ella y se agachaba a su lado.
-Lo tomaré cómo un cumplido- contestó con esa sonrisa marca Cullen; algo había cambiado en los ojos de su señorita Brandon desde la noche del viernes. El mar azul de sus ojos estaba tranquilo y sosegado, y lucían con un brillo de expectación y felicidad.
-¿Te ha contado algo tu padre acerca de la visita que hizo a los Denali?- interrogó mordiéndose el labio. El joven meneó la cabeza.
-Casi nada; simplemente me dijo que había hablado con Eleazar... y que tanto él cómo Carmen se sentían mal por lo que habían hecho sus adorados hijos- masculló con rabia.
-¿Crees que por fin nos dejarán en paz?- volvió a preguntarle.
-Más les vale que nos dejen tranquilos, a toda la familia- añadió éste -pero ya los pillaré algún día- se prometió a si mismo- Alice le miró fijamente, pero su novio no le devolvía la mirada. Sabía lo que se estaba cociendo en su mente, y no le gustaba nada.
-Jazz- le llamó, pero al no recibir respuesta alguna, tomó con ambas manos el rostro del joven, haciendo que le mirara.
-Prométeme que nada de peleas- su novio iba a protestar, pero no le dejó articular palabra alguna -escúchame- le pidió, muy seria -el problema de Peter se ha acabado; por fin, después de años soy libre; no quiero más problemas, más disgustos, más peleas... -suspiró cansada -a partir de ahora, quiero vivir tranquila, disfrutar de esta nueva etapa de mi vida-.
Jasper se quedó en silencio, mirando con atención a su novia antes de levantarse y quitar con suavidad las manos de Alice de su cara.
-Aunque todo haya terminado, no quiero que te vayas de aquí- le dijo, de espaldas a ella. Su novia sonrió, poniéndose ella también de pie y acercándose de nuevo a él.
-Pero no puedo abusar más de la hospitalidad de tu padre, de toda tu familia...-.
-No abusas Alice; eres parte de esta familia- le aclaró, dándose la vuelta y tomándola por la cintura -me he acostumbrado a tenerte aquí, a dormir abrazado a tu cuerpo todas las noches- tomó aire, para después seguir -sé que durante años te has sentido muy sola, y no quiero que vuelvas a estarlo-.
-Y no lo estoy, Jazz... estoy contigo, y con eso me basta; aparte de toda tu familia- sonrió cómplice entre sus brazos -te prometo que lo pensaré... y buscaremos una solución- le guiñó un ojo.
Se besaron despacio, disfrutando de unos valiosos segundos de intimidad que toda pareja necesitaba. Las notas del piano ayudaban a que ambos se perdieran en los brazos del otro, y Alice se colgó de su cuello, acercándose más a él y profundizando el beso de manera frenética. El joven ranchero sintió un escalofrío recorrer su espalda, y una necesidad creciente se adueñó de la boca de su estómago. Con un imperceptible gesto hizo que su novia rodeara su cintura con sus piernas, y sin separarse un sólo milímetro de sus labios, caminó con ella hasta la parte trasera del establo.
En todo el trayecto las pequeñas manos de Alice se aferraban a su cuello y a su cabello; el beso hacía rato que dejó de ser suave. Era cómo si una imperiosa necesidad se hubiera apoderado de ellos, no podían despegarse el uno del otro. Ni siquiera se dio cuenta de cuándo Jasper la había tumbado encima de las alpacas de heno, con él encima suyo, besando cada parte de su rostro y cuello.
-Jasper- murmuró cuándo se dio cuenta de dónde estaban -nos pueden ver...-.
-Estamos en la parte trasera, y te recuerdo que es domingo; los peones tienen fiesta hasta mañana- le aclaró de manera juguetona, besándola de nuevo -desde que te vi por primera vez atravesar la puerta del establo- su novia sonrió, acordándose de su primera visita al rancho Killarney -no pensé en otra cosa que tumbarte aquí y hacerte mía- le reveló, para después volver a besarla.
Las palabras se perdieron, y la pareja se perdió en ese mundo paralelo del amor y del placer. Con una lentitud pasmosa los jóvenes se deshacían de la ropa del otro, y una vez que ambos quedaron desnudos, Jasper se dedicó a acariciar y besar todas y cada una de las partes del cuerpo de su novia. Besaba y lamía su boca, su cuello, el nacimientos de sus pechos, sus pezones, su plano estómago... le encantaba pasar sus labios por la piel de seda de su particular señorita Brandon, cómo él la llamaba algunas veces.
Ella por su parte, recibía gustosa esas caricias... era increíble todo lo que ese hombre le hacía sentir con unos simples besos.
-Jazz...- gemía ella sin parar, echando su cabeza hacia atrás y cerrando los ojos; sus manos se enredaban en los mechones rubios, o se deslizaban por sus brazos, por su espalda, por su pecho... los jadeos de Jasper morían en la piel de ella, cómo los besos y las caricias que depositaba a lo largo y ancho de todo su cuerpo, y que nunca se cansaría de ofrecerle.
-Dios Alice...- murmuraba contra su cuello -no sabes lo que me haces... oohhh dios- jadeó sintió las manos de su novia recorrer su bajo vientre, acechando esa parte de su anatomía que necesitaba atención de inmediato.
Apoyándose en sus codos, y con un movimiento de su pelvis, entró en ella de forma lenta y delicada; los ojos de su novia se cerraron, y el gemido de Alice fue acallado por los labios de Jasper, recogiendo con ellos todos y cada uno de los suspiros que brotaban de la garganta de su novia.
Juntos iniciaron un baile lento y delicioso, en el que los cuerpos de ambos expresaban en silencio todos y cada uno de los sentimientos que se decían día a día; las palabras y los tiernos besos cotidianos quedaban arrinconados cuándo hacían el amor de esa manera.
Cada caricia, cada movimiento... Alice atesoraba todas y cada una de esas sensaciones; sensaciones que jamás había experimentado, y que la hacían sentirse especial, sentirse amada... y así, juntos, llegaron al final de ese baile íntimo, en medio de una espiral de sensaciones.
Ninguna palabra salió de la boca de la pareja, pero seguían sobrando; acurrucada junto a su pecho, todavía desnuda y sudorosa, y con el pelo lleno de paja, Alice cerró los ojos, con una sonrisa feliz en su rostro; nada ni nadie la podría separar de ese hombre.
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La rutina volvió a la vida de Edward y Bella. La joven estaba feliz de volver a reencontrarse con todos sus amigos. Quería a Leah cómo a una hermana, el mismo sentimiento que profesaba a sus alocadas y adorables cuñadas.
Tal y cómo prometió Edward, la acompañaba a la facultad y la recogía a la salida. Al principio protestó de nuevo por la idea, pero también comprendía la postura de su novio, así que decidió darle la razón y no protestar. El primer día lo pasó con una sensación rara en el estómago; no quería encontrarse con Henry, y volver a discutir. Por lo que le habían contado Leah y el resto, apenas le veían, y ya no se reunía con ellos para tomar el acostumbrado café en el receso de clases.
Cindy y Annie estaban muy enfadadas con él, al igual que su joven amiga; incluso le decían a Bella que debería haberlo denunciado por acoso la tarde en la que la situación estalló. Pero ella no quería eso; no le deseaba nada malo; lo único que esperaba es que la dejara en paz, y entendiera que jamás habría nada entre ellos.
La primera semana pasó sin altercado alguno... ni siquiera se lo encontró, por lo que estuvo relativamente tranquila... hasta el lunes.
Estaba en la entrada esperando a Edward; ya se había despedido de Leah y del resto de los chicos, y resoplaba mientras miraba el reloj. Esa mañana su novio tenía una una reunión en el centro financiero, y por el mensaje que había llegado a su teléfono móvil, estaba metido en un atasco en el centro.
Cuándo iba a sentarse en un banco, una voz la saludó por detrás suyo.
-Hola Bella- al darse la vuelta se encontró con Henry, mirándola con una mezcla de arrepentimiento y pena.
-Henry- saludó simplemente, con un pequeño movimiento de cabeza. El silencio se hizo denso e incómodo entre ellos, hasta que el joven por fin habló.
-Me alegra ver que estás recuperada-.
-Gracias- agradeció simplemente, para volver a mirar de nuevo hacia la entrada... dios... ¿dónde estaba Edward?
-Bella...- la joven rodó los ojos, volviéndose hacia Henry.
-¿Qué es lo que quieres?- le reclamó, visiblemente molesta. Éste tomó aire, sabía que la joven no se lo pondría nada fácil.
-Sólo quería disculparme por lo que pasó... y también decirte que no tienes de qué preocuparte- la expresión de Bella se relajó, aunque de manera imperceptible -no volveré a molestarte-.
-Gracias- le dijo, con una pequeña sonrisa de agradecimiento. El joven le devolvió la sonrisa, metiéndose las manos en los bolsillos.
-Dile a Edward que lo siento también... aunque no me guste, es tu decisión y tu relación... y yo no volveré a entrometerme-.
-Eso no te incumbe, Henry- contestó ella, de manera firme -agradezco de todo corazón tus disculpas... pero nada más-.
-Lo comprendo- asintió éste, sonriendo con pena -espero que todo os vaya muy bien, Bella-.
-Yo también- le respondió -espero que encuentres a alguien que te haga feliz- Henry asintió taciturno.
-Cuídate- le dijo a modo de despedida, antes de alejarse y perderse entre la multitud de estudiantes.
La joven no pudo reprimir el suspiro de alivio que salió involuntariamente de su garganta. No le deseaba nada malo, y en verdad parecía que había aprendido la lección. Sonriendo relajada, al girar la cabeza se encontró con Edward apoyado en el volvo, con los brazos cruzados en torno a su pecho. Su sonrisa se ensanchó al ver a su amor allí, y con paso apresurado salió a su encuentro.
Pero a medida que se acercaba a su posición, se percató del rictus serio que imperaba en su rostro... y de las chispas furiosas que emanaban sus ojos color esmeralda. El corazón de Bella se estremeció de manera alarmante... pero intentando mantener la calma, llegó a su altura. Pero cuándo estuvo frente a él, en vez de un saludo y del beso que siempre le daba, su voz cortante y cabreada se clavó en el centro del su alma.
-¿Qué hacías hablando con él?-.
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Y Mi vida vuelve a ser MARAVILLOSA!!