martes, 14 de mayo de 2013

Cowboy de mi corazon



Capítulo 36: Negación

El tono de voz que salió de la boca de Edward hizo que el corazón y las venas se le helaran de manera súbita. Dio un paso hacia atrás, pensando en la posibilidad de que su novio pensara que Henry la estaba molestando, y que en realidad el enfado no fuera con ella.

-Edward... yo te estaba esperando, y Henr...-

-Sube al coche- la cortó del tal manera, que tardó unos mínimos segundos en reaccionar; soltando un suspiro ahogado e intentando controlar las lágrimas, hizo lo que le decía con toda la dignidad que pudo.

El denso silencio que imperó en el corto trayecto a casa se podía cortar con un cuchillo. La atmósfera que se respiraba dentro del volvo era de todo menos cómoda y confortable. Bella se mantuvo durante todo el camino con la mirada fija en la ventanilla, pero apenas se recreaba en las bulliciosas calles de San Antonio. Su cuerpo estaba tenso, ya que su espalda no estaba apoyada en el asiento, debido a la tensión que campaba a lo largo de todo su cuerpo. Sus manos iban entrelazadas en su regazo, sin saber qué hacer con ellas y apretándose fuertemente la una a la otra.

Miró a Edward varias veces de reojo; su mandíbula ligeramente alzada y apretada se había convertido en su forma habitual en los últimos tiempos; su vista fija en la calzada y en el tráfico le impedían a su novia fijarse en sus ojos... pero podía hacerse una idea de cómo lucirían. Incapaz de soportarlo más, desesperada por que le dirigiera la palabra, aunque fuera para gritar, se atrevió a pronunciar su nombre.

-Edward...- musitó en un susurro apenas imperceptible para el oído humano; al no obtener reacción alguna por parte del joven , lo intentó de nuevo -Edward, dime algo por favor, lo que sea- le suplicó.

-En casa hablaremos- el tono de voz parecía que se había suavizado, y cuándo Bella levantó la vista, ya que no quería encararlo, respiró para sus adentros al observar que la mirada que le dedicó no era la que esperaba. Los ojos verdes la miraron con suavidad, incluso se atrevería a decir que con cariño y ternura. Asintió a la vez que un suspiro de alivio salió de sus labios.

El resto del camino permanecieron sumidos de nuevo en el silencio... pero ya no era un silencio tenso e incómodo, o al menos eso le parecía a Bella. Y no pudo evitar sonreír cuándo, ya en el garaje, le tomó de la mano para salir del coche, y la atrapó con ternura contra la suya mientras subían en el ascensor.

Una vez pasaron el umbral de la puerta principal, y sin soltar su mano un sólo instante, Edward la condujo al salón, sentándose en el sofá y arrastrando con ella a su pequeña. Bella dio un gritito ahogado, ya que apenas le dio tiempo a soltar el bolso y la carpeta.

-¡Edward!- exclamó, debido a la sorpresa; iba a seguir hablando, cuándo los labios de su novio acallaron los suyos con un repentino beso.

Los brazos del joven la apresaron hacia su cuerpo, sintiendo cada una de las curvas de su pequeña fundirse con él; impactada por esa reacción que no se esperaba en absoluto, le echó los brazos al cuello, y respondió al beso de manera desesperada. Las bocas de ambos reflejaron la necesidad que tenía la pareja del uno del otro...en estas últimas semanas en el rancho, debido a trabajo y a la lesión de Bella, apenas habían disfrutado de su intimidad.

Pero Bella sabía que antes de eso había una conversación pendiente, y con toda la delicadeza que pudo rompió el beso, pero sus manos no abandonaron en ningún momento el cuello de su novio. Meditó por un largo minuto cómo sacar el tema, pero una vez más Edward se adelantó.

-Perdóname- le pidió, acompañando la palabra con una mirada de arrepentimiento; la joven abrió los ojos, debido a la sorpresa que le acusaron esas palabras -no debí hablarte en ese tono-.

-No pasa nada- intentó suavizar el asunto -Edward, Henry simplemente se estaba disculpando por lo que pasó; me ha asegurado que no volverá a molestarnos-.

Su novio escuchó con atención el relato de los hechos, y aunque permanecía con el rictus serio y tenso, no interrumpió a su pequeña. Bien es cierto que no había pasado nada, pero cuándo vio a ese imbécil al lado de su pequeña, pensando que de nuevo la podía hacer daño, le hirvió tanto la sangre que no hubiera dudado un segundo en plantarse de nuevo frente a él y propinarle otro puñetazo.

-Espero que sus palabras sean verdad; no lo quiero volver a ver cera de ti- siseó, un poco enfadado -perdóname cariño- le pidió de nuevo -no quería hablarte así- murmuró con un suspiro de frustración.

-No pasa nada, Edward- sintió que la pequeña mano de su novia acariciaba su cabello lentamente.

-Sí que pasa, Bella- le corrigió éste, frunciendo el ceño -no puedo permitir que mi carácter te haga daño- hizo una pequeña pausa -me sorprende lo bien que has reaccionado a todo ésto-.

-¿Por qué dices eso?- le reclamó su novia, frunciendo ella ahora la frente.

-Cuándo esa tarde pasó aquello- empezó a explicarle- pensarías que soy un lunático violento... y no te culparía por ello- susurró enfadado consigo mismo -pero admito que el pronto que tengo a veces me puede; pero hoy no te merecías esa contestación-.

El silencio se adueñó de nuevo de la pareja; la cabeza de Bella trabajaba de manera frenética, tratando de buscar las palabras adecuadas.

-Edward... ¿por qué no puedes ver que yo te quiero así, tal cómo eres?- le dijo ella, después de un largo minuto de silencio.

-A veces me sigue sorprendiendo que lo hagas- contestó su novio, desviando su mirada de ella. Bella rodó los ojos ante tales palabras.

-¿Por qué cuestionas una y otra vez mis sentimientos?- le reclamó, herida de nuevo; no podía creer que volvieran a tener esta conversación. Se deshizo de su agarre para levantarse y ponerse frente a él, con los brazos en jarras y mirándole enfadada -nunca pensé que fueras tan inseguro-.

-A veces no puedo evitar serlo- le devolvió éste por respuesta, poniéndose él también de pie, pero dirigiéndose a la ventana y dándole la espalda.

-No te entiendo- le dijo ella, esperando que le aclarara esas palabras -¿es por lo qué pasó con Jessica?- preguntó con cautela.

-¿Recuerdas cuándo nos la encontramos en el bar de Félix, estando con mis hermanos?- ella asintió con un leve movimiento de cabeza, ya que se había acercado hasta quedar de nuevo frente a su vista -ella me dijo que era un celoso compulsivo-.

-Bueno... un poquito celoso si eres- le dio la razón a sus palabras, con una pequeña sonrisa -tanto tus hermanos cómo tú los sois con vuestras parejas- añadió, sin saber hacía dónde iba el rumbo de esa conversación.

-Puede que me lo buscara yo mismo... - murmuró pesaroso -puede que mi carácter termine espantado y alejando de mi a las personas que más quiero- Bella se quedó pegada en el sitio, incrédula por lo que acababa de escuchar.

-¿Me estás diciendo que tu carácter provocó que Jessica buscara consuelo en brazos ajenos?- susurró, atónita y cabreada a la vez -Edward, mírame por favor...- le pidió -tú la querías... y por muchas diferencias que tuvierais, no justifica lo que hizo... de ninguna manera- expresó de manera tajante.

El joven permaneció en silencio, pero no levantaba la vista del suelo; Bella nunca lo había visto así, tan vulnerable; sus ojos reflejaban un temor que la joven no entendía en absoluto. Había oído muchas veces decir a su padre que toda persona tenía un lado vulnerable, aunque tuviera una fachada o un corazón de hierro... y Edward Cullen no era una excepción. Jamás imaginó que ese duro ranchero, al que conoció hace casi dos años, tuviera tanto miedo e inseguridad.

Intentó buscar las palabras correctas, para no herirle más... pero a la vez la rabia que bullía en su interior le reclamaba que le echara en cara el por qué no confiaba en ella. Desde que habían llegado a San Antonio, su relación pendía de un hilo... y había ocasiones en que ese hilo estaba a punto de romperse.

-Edward- habló por fin, tomando una profunda respiración para poder calmarse -los problemas de una pareja no se resuelven buscando consuelo en brazos ajenos- recitó lo más tranquila que pudo -ella no te quería lo suficiente si te hizo eso; pero ella es tu pasado... ahora estás conmigo... y te quiero- bajó la voz ante esas últimas palabras -conmigo no tienes nada que temer; te quiero y te acepto cómo eres... con todas tus cualidades y defectos-.

-Eso mismo me decía ella...- musitó cabizbajo.

Ya estaba igual que en otras ocasiones; no la estaba escuchando... ¿por qué le costaba tanto confiar en sus sentimientos?.

-¿Crees que ésto?- hizo un movimiento con la mano, señalando a ambos -¿es un capricho de una niñita de veinte años?- le reclamó, ya sin preocuparse de maquillar el tono enfadado -¿crees que estoy contigo para pasar el rato?- él la miró intentando explicarse, pero no le dejó pronunciar palabra alguna -te lo dije una vez, Edward... yo no soy Jessica... y sigues dudando acerca de mis sentimientos... sigues teniendo miedo-.

-¡Tengo miedo a perderte!- bramó el joven, haciendo que la joven palideciera -¡tengo miedo de que conozcas a alguien más acorde a tu edad!, ¡tengo miedo a todo lo que se cuece aquí dentro!- se golpeó el pecho, a la altura del corazón -claro que tengo miedo... porque no puedo imaginar el vivir sin ti- dijo en voz baja.

Las lágrimas ya rodaban por la mejillas de la joven sin controlo alguno, porque no encontraba la manera de hacerle entender que no tenía que imaginarse eso... ella estaría siempre a su lado... ¿en qué momento había tornado la situación?; recordó con nostalgia los primeros meses de su relación, dónde ella estaba hecha un mar de dudas e inseguridades... pero si hay algo que ella jamás cuestionó, fueron sus sentimientos, ni los de su novio.

-Entonces no pienses en algo que no sabes si va a ocurrir- contestó ella, frustrada y dolida, muy dolida -intento demostrártelo día a día... pero toda esa confianza necesita una base... y esa base pasa por que te creas de una vez mis sentimientos-.

-Bella... perdóname- en ningún momento quiso chillarla de esa manera; en verdad que no sabía cómo acertar... menudo día llevaba, no hacía más que meter la pata, y hacer sufrir a su pequeña. Quiso coger una de sus manos, pero Bella negó con la cabeza, dando un pequeño paso hacia atrás. El corazón de Edward se contrajo de dolor ante ese gesto... pero la había vuelto a cagar, literalmente hablando.

-No tengo nada que perdonarte, Edward- habló la joven, con lentitud y ahogando un sollozo; Edward nunca la había visto así de herida y enfadada con él -sólo tienes que dejar atrás esos ridículos miedos... y es algo que sólo tú puedes hacer-.

-Bella...- susurró, pero la joven le volvió a cortar.

-Necesitas pensar, Edward; y yo también lo necesito- los ojos del joven se abrieron desorbitados, y su novia entendió lo que estaba pasando por su cabeza -no es lo que te estás imaginando; simplemente voy a irme unos días a casa de Leah-.

-Bella, no- le pidió, de manera desesperada -por favor...- la muchacha iba a replicar... pero cuándo miró en los ojos de Edward, el temor que vio reflejado en éstos; a ella misma se le partía el corazón con las palabras que había dicho -pasado mañana me voy de viaje... y...- la voz de su novio se quebró; ella tampoco quería separarse de él, y había olvidado por completo el dichoso viaje. Quedándose en silencio unos minutos, que al joven le parecieron horas, decidió finalmente que no tenía ningún sentido el irse a cada de Leah.

-Está bien...- suspiro, cansada y derrotada; los ojos de su novio se iluminaron débilmente -pero necesito tiempo para pensar... y tú también- Edward asintió derrotado a la petición de su pequeña.

En completo silencio, la joven le dirigió una sonrisa que no llegó a sus ojos, para después darse la vuelta y encerrarse en su habitación. Desde esa posición, el joven pudo oír su llanto salir de manera incontrolada, eso que ella había estado guardando durante toda la discusión.

Si había algo que Edward no soportaba, eran las lágrimas de su novia, y más si él era el causante; maldiciendo para sus adentros, pegó un puñetazo a la pared, de un acto de desesperación. Pero respetaría su petición, y le daría su espacio... no le quedaba otro remedio.

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El mes de marzo de aquel año se convirtió en un mes que tanto Bella cómo Edward borrarían del calendario sin titubear. Los dos días que precedieron a la pelea fueron tensos y tristes, sobre todo muy tristes. El joven intentó por todos los medios hablar con ella, pero cada vez que se dirigía a su novia sacando el tema a colación, los ojos de Bella le hacían desistir.

Derrotado y hundido, se despidió de su pequeña de manera precavida, pero respiró esperanzado y aliviado al ver cómo ella correspondió a su abrazo, aferrándose a él con ansia.

-Cuídate mucho, y dale un beso a Jasper y a tu padre de mi parte- le dijo ella, con la cara pegada en el hueco de su cuello. Edward se reuniría con ellos en Detroit. Además se iba por más de una semana; diez días que a la joven se le harían interminables.

-Se lo daré de tu parte; y tu también debes cuidarte- le contestó su novio de vuelta, estrechándola entre sus brazos. Ella ronroneó de manera imperceptible, disfrutando de esa cercanía.

-Te quiero- le dijo ella, levantando sus ojos y mirándole de manera tímida. Edward sonrió, y con precaución se acercó a su pequeña, dejando un suave y tierno beso en sus labios; beso que Bella no dudó en corresponder.

-Te amo- susurró contra sus labios, provocando de nuevo la pequeña sonrisa de su novia -hasta la vuelta- Bella se quedó estática en su sitio, mirando en silencio cómo tomaba la maleta y salía por la puerta... en verdad iban a ser unos largos días.

La rutina de la joven durante el tiempo que Edward estuvo fuera se tradujo en clases, estudios y trabajos pendientes de entregar; y aunque se sumergió de lleno en esa estresante rutina, también le dio tiempo para meditar y reflexionar acerca de lo ocurrido. Por las noches, sintiendo un vacío en la cama, el tema la desveló de manera incontrolable.

Había hablado con Leah, o mejor dicho, su morena amiga le había sonsacado qué le pasaba, a raíz de la cara de la joven al día siguiente de la pelea. Incluso una noche, después de cenar e incapaz de controlar las lágrimas, terminó por llamar a Rosalie, contándole su penosa vida amorosa, omitiendo el incidente en el que salió lesionada, por supuesto.

Rose prometió que no comentaría nada, ni a su marido y al resto de la familia... pero no pudo evitar soltar un par de maldiciones contra el más pequeño de su cuñados. Tanto ella cómo Leah terminaron dándole el mismo consejo, y ese no era otro que el tiempo le demostraría a Edward que ella le quería de verdad... y que debían poner claras las cosas. Su cuñada incluso le preguntó si estaban pensando en darse un tiempo, cosa que Bella negó categóricamente. La mayoría, por no decir, la totalidad de las parejas pasaban por épocas mejores y peores, y se podían resolver sin llegar a la necesidad de una separación. Si Edward tenía un miedo espantoso a perderla, ella tampoco se quedaba atrás; no podía imaginarse sola de nuevo, y ese sentimiento le provocaba un estremecimiento de la cabeza a los pies.

Pero la suerte se alió en contra de la pareja, ya que al finalizar el viaje a Detroit, su suegro insistió en visitar unas granjas situadas en Chicago; de modo que el viaje se alargaba cuatro días más.

La pareja había hablado a diario por teléfono; los primeros días Edward esperaba con la respiración contenida para oír una sola palabra de Bella... pero a pesar de esos comienzos de conversaciones, la cosas iban fluyendo bien, y el joven colgaba el teléfono con una sonrisa de oreja, y con unas ganas tremendas de abrazar a su novia.

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Edward saltó del taxi en cuánto le hubo pagado al conductor; mientras éste sacaba las maletas del maletero, echó una mirada expectante a la entrada del bloque de apartamentos, subiendo hasta toparse con una de las ventanas que pertenecían a su piso.

Las dos semanas que llevaba sin ver a su pequeña se habían convertido en una tortura para él; si de normal le costaba horrores separarse de ella, por las circunstancias en las que se tuvo que ir le provocaron una amarga sensación.

Su padre y su hermano le notaron un poco distante y muy callado, pero no quiso mencionarles el tema, ya que se ganaría una buena reprimenda por hacer llorar y sufrir a su pequeña... y con razón. Cuándo Bella sugirió que ella se iba a casa de Leah unos días, sintió cómo la desesperación y el pánico se apoderaban de cada uno de sus huesos... el sólo pensar que podía perderla le aterraba de manera alarmante.

Pero estos días también le habían servido para reflexionar; sabía que debía controlar sus celos. Pero era algo que le costaría mucho tener a ralla; desde que, por culpa de ese impresentable, su estrellita salió lastimada, era cómo si una fuerza sobrenatural se hubiera apoderado de él, una fuerza que le hacía cuidarla y protegerla en exceso. Pero por otro lado, y a pesar de que su novia le había dicho, en incontables ocasiones que se casaría con él sin dudarlo... se sentía culpable, por así decirlo.

Él era el primero que no quería perderla... pero tampoco quería robarle su vida y su juventud... y no le extrañaría que ella un día lo mandara a la porra, debido a su carácter. Así que después de varios días de lamentaciones, y de pensar en ello, cómo Bella le había dicho, llegó de nuevo a su casa con una determinación: no volver a hacer sufrir a su pequeña, dejarle explicarse ante situaciones cómo las del otro día... y dar gracias a quién fuera por haber puesto a Isabella Swan en su vida, porque nada ni nadie se la iba a arrebatar.

Sus dedos temblaban mientras metía la llave para abrir la puerta principal. Nada más poner un pie en su apartamento, un olor dulce llegó a sus fosas nasales; respiró una y otra vez, reconociendo la esencia de la canela y el aroma inconfundible del guiso de carne y patatas que tan bien cocinaba su novia.

-¿Bella?- la llamó con suavidad, pero no obtuvo respuesta alguna, así que soltando la maleta en el recibidor, siguió el rastro de la canela hasta la cocina. Allí se apoyó en el marco de la puerta, esbozando una sonrisa al ver a su pequeña trastear con la comida, tarareando una canción casi para ella misma.

Sus ojos vagaron a lo largo de todo el cuerpo de la joven, ataviada con unos pantalones cortos que apenas cubrían sus muslos y una camiseta de tirantes. La desordenada cola de caballo que apresaba sus cabellos dejaba a la vista la tersa piel de su cuello, viéndose más pálido por la luz de la campana extractora. Sus pies estaban descalzos, y cuándo se movían para buscar algo, lo hacían de manera silenciosa. Se quedó absorto mirándola, perdiendo la noción del tiempo... hasta que ella se dio la vuelta.

No le había oído entrar... pero allí estaba por fin, en casa después de dos largas semanas. La respiración se le atoró al verle ahí parado, mirándola cómo si fuera el más asombroso descubrimiento. Llevaba todo el día en una nube, y deseando correr a sus brazos, y eso fue lo que hizo.

-Edward...- susurró mientras sus cuerpos se juntaban; al verla avanzar hacia él, el joven ranchero pareció salir de su letargo, y ser aferró a Bella cómo si la vida le fuera en ello -estás aquí...- susurraba ella contra la piel de su cuello, volviendo a deleitarse con ese olor único que emanaba de su piel.

-Hola cariño- soltó él con un suspiro de alivio y de alegría al mismo tiempo -te he echado mucho de menos-.

-Y yo a ti- contestó ella de vuelta -lamento mucho todo lo que pasó, yo...- su novio no la dejó seguir.

-Cariño- la llamó para que le mirase; los ojos color chocolate por fin se encontraron con los suyos, y veía en ellos expectación, y a la vez temor, esperando a que hablara -si aquí hay alguien que debe pedir perdón, ese soy yo- susurró frustrado y rabioso consigo mismo -no era mi intención poner en duda lo que sientes- esbozó una sonrisa incrédula -a veces, todavía me pregunto qué viste en este ranchero gruñón, irascible e inseguro... pero es real, estás conmigo... y no puedo perderte-.

-Y no me vas a perder, Edward- le recalcó su pequeña, cogiendo su rostro con sus manos y enmarcándolo -hemos estado hablando mucho estos días acerca de lo que pasó... simplemente quiero que me prometas que nunca más te enfadarás de esa manera conmigo- suplicó, con los ojos brillantes.

-Te lo prometo- juró éste, mirándola serio -dios Bella... no sabes cómo te he echado de menos- se abrazó de nuevo a ella, pasando sus manos por su espalda, en una caricia que a la joven le supo a gloria.

-Yo también a ti, yo también...- repetía la joven una y otra vez; la cercanía de sus cuerpos y las caricias que Edward imprimía a lo largo y ancho y su espalda y su cuello estaban encendiendo un fuego que llevaba apagado muchos días. Apenas habían tenido intimidad desde que fueron a San Antonio, a conocer a sus pequeñas sobrinas... de eso casi hacía un mes, y la necesidad de sentirle eral tal, que dolía. Necesitaba sentirse querida, amada... le necesitaba con urgencia.

Deshaciendo ligeramente su abrazo, su boca se estrelló contra la de Edward de manera salvaje y furiosa, lamiendo directamente su labio inferior y adentrándose. Esperaba no haber sido demasiado brusca, pero sonrió para sus adentros cuándo su novio le devolvió el beso de la misma manera. Sus labios iniciaron un baile frenético, devorándose el uno al otro con desesperación.

-Edward...- susurraba su pequeña los pocos segundos que dejaba de besarla.

-Te necesito... te necesito ahora...- murmuró su novio, cogiéndola en brazos y dirigiéndose al dormitorio.

Sin dejar de recorrer con sus labios su cuello y su barbilla, la posó en la cama con toda la delicadeza que le fue posible; no dejó de mirar los preciosos ojos de su pequeña mientras se deshacía de su cazadora y de su camisa. Bella imitó la acción, y pronto se vio libre de su camiseta y de su sostén, lo que provocó la sonrisa malévola de su novio.

Tumbándose con suavidad encima de ella, sus labios dejaron impresos besos y caricias a lo largo de todo su cuerpo; la joven gimió con fuerza al sentir su pezón ser retorcido, estirado y levemente mordido. Sus dedos se enredaron con fuerza en los cabellos de Edward, incluso sabía que aveces le hacía daño, debido a los tirones que le propinaba, pero él parecía no darse cuenta.

Pero la lengua rebelde de su novio pronto abandonó sus pechos, y con ella dibujó un sensual y excitante camino, deteniéndose breves segundos en el pequeño ombligo de la joven.

-Ahhhh...- gimió la joven, encantada con las excitantes cosquillas que le producía esa caricia.

-Eres tan suave- murmuraba Edward contra su piel, pasando suavemente sus dedos por su pequeña cintura y bajando hacia sus caderas, llevándose consigo los pequeños pantalones que apenas dejaban nada a la imaginación. Con una lentitud interminable fue dejándola completamente desnuda, y no pudo reprimir el gemido al sentir que Edward se posicionaba entre sus piernas, mordiendo con cuidado y dulzura la cara interna de su muslo izquierdo.

-Ohhhh...- cerró los ojos, incapaz de soportar el placer que le producía de nuevo la lengua de su novio recorrer su intimidad, y el nombre del joven salió de sus labios casi en un grito cuándo sintió ese pequeño montículo de placer ser apresado -ahh...si ahí... justo ahí...- chillaba, presa de un placer que no podía aguantar.

-Sabes demasiado bien- susurraba Edward -dios Bella, me encantas...- decía contra su centro de placer, provocando que un hormigueo delicioso recorriera el cuerpo de la joven. Adoraba verla con los ojos cerrados, incapaz de estarse quieta y mordiéndose el labio para evitar, aunque fuera prácticamente imposible, que los gemidos y jadeos salieran de su garganta.

Sintió que el cuerpo de su novia se tensaba, y sabiendo que no aguantaría mucho más, en un fluido movimiento Edward se deshizo del resto de su ropa. Una vez completamente desnudo, de nuevo recorrió con besos el cuerpo de Bella, hasta que llegó a sus labios, y sin dejar de besarlos, entró suavemente en ella.

-Bella...- consiguió decir en un sonoro jadeo, sintiendo cómo sus paredes lo recibían; la joven abrió los ojos un momento, y se recreó con el espectáculo que veían sus ojos, la mandíbula de su novio, tensa y apretada, sus ojos cerrados y los labios entreabiertos, respirando entrecortadamente a la vez que se hundía en ella una y otra vez.

-Bésame, Edward...- le suplicó mientras rodeaba su cuello y lo volvía a tumbar encima de ella; en cuánto sus labios volvieron a ser uno solo, las palabras pasaron a un segundo plano, y la pareja se sumergió en ese mundo al cual sólo ellos podían llegar.

Pudieron ser segundos, minutos u horas... pero el tiempo pareció detenerse mientras ellos seguían gozando de su intimidad cómo pareja... hasta que sintió cómo las embestidas de su novio se volvían más urgentes y frenéticas, hasta que ambos prácticamente llegaron a la cumbre a la vez, en los brazos del otro. Jadeantes y sudorosos apenas se movieron; el joven se desplomó encima de su novia, y ésta acarició lentamente sus cabellos a la vez que ambos intentaban tomar aire.

Al fin Edward consiguió moverse, y después de acomodarse en el colchón atrajo a Bella a su pecho, aprisionándola de nuevo en la cárcel de sus brazos.

-¿Estas bien?- murmuró mientras le acariciaba el pelo.

-Demasiado bien- le corrigió ésta con una pequeña sonrisa, pasando las yemas de su dedos por el pecho del joven -te he echado mucho de menos- le volvió a decir.

-Yo también a ti, mi pequeña estrellita- susurró éste de vuelta -no puedo soportar que discutamos- su pequeña giró la cabeza, para encontrarse con la expresión torturada y triste de Edward.

-Todas las parejas tienen malas épocas- le explicó con cariño -pero estoy segura de que podremos con ella-.

-Juntos- afirmó éste, abrazándola más fuerte. El suspiro de la joven apenas fue perceptible para éste... la esperanza de que las cosas irían mejor se instaló en su corazón, y deseó con todas sus fuerzas que así fuera de ahora en adelante.

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