Capítulo 37: Espejismos
Bella, ¿te encuentras bien?- la pregunta de Leah hizo que la mente de la joven castaña bajara de nuevo a la tierra. Otras dos semanas habían pasado desde que Edward volviera de su último viaje, y ambos sellaran una relativa reconciliación.
Relativa en el sentido de que, aunque todo este tiempo había permanecido tranquilo y ellos no habían discutido, volvía a sentir a Edward ausente y perdido en sus pensamientos. Cuándo él pensaba que ella no la miraba, o sentía que estaba solo, Bella podía vislumbrar, otra vez, el atisbo de preocupación y desasosiego en sus orbes esmeraldas.
-Perdona- murmuró ésta, meneando ligeramente la cabeza, cómo auto despertándose de un pesado e incómodo sueño.
-Tranquila- le quitó importancia Leah -¿cómo van las cosas?- interrogó con cautela; sabía que su amiga y compañera no estaba pasando por uno de sus mejores momentos.
-Bueno...- se encogió ligeramente de hombros -las cosas están más o menos en calma- escogió cuidadosamente sus palabras, antes de seguir -pero tengo una sensación rara; llámalo presentimiento si quieres, de que es algo así...-.
-Cómo una relativa calma antes de la tempestad- acabó su morena amiga la frase por ella; ésta afirmó con la cabeza y en absoluto silencio -¿Edward no te ha dicho nada?-.
-Ni palabra- suspiró frustrada -y aunque me ponga buena cara, sé que algo se cuece en su mente-.
-Tiene que pensar muchas en muchas cosas, Bella... tú misma se lo dijiste- le recordó su morena amiga -hay personas a las que les cuesta abrirse y compartir sus inquietudes; y todos no reaccionamos igual ante las situaciones- le explicó.
-¿Por qué tiene tanto miedo?- susurró su castaña amiga, con voz trémula -antes no dudaba así... desde lo de Henry está muy cambiado- Leah escuchaba con atención el desasosiego de su compañera; no podía creer que la pareja hubiese llegado a esta situación, pocas veces se había encontrado con personas tan enamoradas el uno del otro
Con un pequeño gesto, hizo que la siguiera fuera del campus, conduciéndola a un parque cercano y comprando dos cafés para poder tomarlos al aire libre. La primavera empezaba a hacerse notar, cómo era habitual en los primeros días del mes de abril. Bella siguió a su amiga con una ceja alzada, permaneciendo muda a lo largo de todo el trayecto, hasta que la hizo sentarse en uno de los bancos; al ser más del mediodía, el sol brillaba tímidamente, haciendo el ambiente un poco más caluroso.
-¿Nos vamos a saltar la última clase?- interrogó Bella, con una pequeña sonrisa.
-Caso de extrema urgencia- se excusó su amiga, sonriéndola de manera cómplice y ofreciéndole uno de los cafés -y ahora, empieza a desahogarte-.
-Cómo he dicho antes; no entiendo por qué duda tanto de mis sentimientos... ¿tan herido le dejó Jessica?-.
-Bella- llamó la atención Leah -era una persona muy importante para él, claro que Jessica le hizo mucho daño... y aunque pareciera que lo tenía superado, no era cierto... pero lo va haciendo-.
-No lo sé- exclamó ésta, frustrada -durante los primero meses de relación la cosa iba muy bien- rebatió.
-Y a eso debes añadir también que lo ocurrido con Henry no ha ayudado en absoluto- la previno -no ha sido una situación agradable para nadie, y eso también os ha pasado factura-.
-Lo sé- admitió la joven castaña; desde aquella vez que se lo encontró mientras esperaba a Edward, no se lo había vuelto a cruzar por la universidad, y por lo que le comentó un día Zack, el joven había cambiado de horario la asignatura en la que antes coincidían. Así que en ese aspecto estaba mucho más tranquila, y ese nerviosismo que se adueñaba de su cuerpo cada vez que traspasaba la puerta del campus había desaparecido -al menos en ese sentido, las aguas han vuelto a su cauce- exclamó, seguido de un pequeño suspiro.
-Gracias a dios- le dio la razón Leah -ya podéis pasar esa página-.
-Pero ese no es el problema; parece que a veces le da la razón a las palabras de Henry- masculló, enfadada y pesarosa la mismo tiempo.
-¿Qué quieres decir?- preguntó su amiga, frunciendo el ceño, señal de que no entendía nada.
-No dejaba de decir que quizá tuviera razón- se explicó -es cómo si estuviera esperando que alguien más... acorde a mi edad, aparezca y yo lo abandone...-.
-Bella- la interrumpió -eso tiene un nombre, y se llama miedo; yo no creo que dude de lo que sientes por él, sino que le aterra que un día te puedas alejar de él; toda relación es complicada, y más cuándo hay una diferencia de edad considerable-.
-Y eso me demuestra que no confía en mi; yo nunca le haría eso... si me quiere a su lado para siempre, ¿por qué no quiere casarse conmigo?-.
-Yo creo que sí que quiere; tú misma me has contado muchas veces que antes lo mencionaba con frecuencia-.
-Antes de venirnos a San Antonio- le aclaró con una mueca de pena, recordando aquellos tiempos que parecían tan lejanos.
-Pues yo, en parte, entiendo su postura; eres muy joven Bella, y es lógico que quiera que disfrutes de tu juventud- la joven castaña iba a protestar, pero Leah se lo impidió -déjame terminar- le medio ordenó, alzando la mano -ya sé que me vas a decir que yo me casé con tu edad y todo eso; es cierto que se pueden conjugar ambas cosas... pero para dar ese paso, hay que estar muy seguro; eso debéis conversarlo, pero...-.
-Antes debe superar sus miedos- terminó Bella por ella, esbozando una triste sonrisa. Su amiga le sonrió de vuelta, apretando de manera cariñosa su brazo.
-Y estoy segura de que vas a ayudarle, pero Bella, créeme que tarde o temprano todo eso pasará-.
-Ojalá- sonrió, pero no le llegó la alegría a los ojos -gracias por escucharme, Leah- le agradeció, sincera.
-No se merecen; tú me has escuchado y has estado ahí siempre que lo he necesitado- le agradeció de vuelta -y ahora vayámonos a casa... es casi la hora de comer-.
Bella miró la hora, sorprendida de que se hubiera hecho tan tarde, y se despidió de su amiga hasta el lunes. De camino a casa pensó que quizá podría proponerle a Edward que hicieran algo juntos. Su novio llevaba días sepultado debajo de una montaña de albaranes y contratos pendientes, aparte de estar un poco gruñón con su padre.
Edward había acabado por sucumbir ante una de las sugerencias de Alice, y llevaba más de dos semanas intercambiando opiniones con su padre y hermanos acerca de cambiar la dieta del ganado. Jake y Emmet habían escuchado pacientemente las explicaciones de su hermano pequeño, incluso le apoyaban, pero Jasper y su padre no las tenían todas consigo.
Bella no sabía si Edward no estaba bien de ánimos, o en verdad Carlisle no estaba para nada convencido del nuevo cambio, y eso se traducía en cansancio y agobio; de modo que su mente se puso a dar vueltas para encontrar un plan para que se relajara, ambos lo necesitaban. Ella misma necesitaba un respiro después de entregar todos los trabajos que tenía pendientes.
Según cerraba la puerta de casa, escuchó a Edward hablando por teléfono; dejando el bolso y el abrigo encima de la mesa, se encaminó hacia el estudio. Allí se encontró con la figura de su novio, pegado al teléfono y agarrándose fuertemente el puente de la nariz.
-Está bien, papá- oyó que decía -iré a ver ese rancho y la fábrica- Bella rodó interiormente los ojos... otra vez de viaje. Sabía que era su trabajo, pero por una vez no quería que su novio se marchara. Oyó que Edward se despedía y colgaba el teléfono mosqueado; su vista se posó de nuevo en la pantalla del ordenador, ya que no se había dado cuenta de la presencia de su novia.
-Hola- susurró Bella, sonriéndole de manera tenue; el saludo sacó al joven de su letargo, levantándose de inmediato para ir a su encuentro.
-Hola cariño- le dijo antes de inclinarse y besar suavemente sus labios -no te he oído entrar-.
-No quería interrumpirte- se excusó -¿cómo están todos en casa?-.
-Bien- se encogió de hombros Edward -la semana que viene tengo que viajar- rodó los ojos en señal de fastidio -mi padre todavía no está muy convencido con lo del cambio del alimento, y quiere que haga un informe y un presupuesto detallado-.
-¿Y a dónde tendrías que ir?- le preguntó, a la vez que una idea se cocía en su cabeza.
-A un granja que utiliza el pienso ecológico que dice Alice, y después a la fábrica dónde se produce- le explicó éste, sentándose de nuevo y arrastrando a su pequeña hacia sus piernas. Con un movimiento de mano, le señaló la pantalla del ordenador; en la pantalla se reflejaba una dirección, que la joven leyó despacio.
-Burlintong- leyó -¿dónde está eso?- al hacer la pregunta volvió su vista hacia Edward, que sonreía divertido al ver la mueca de su pequeña.
-En Iowa- le aclaró -tendría que coger un avión; sólo son dos horas de vuelo, y tengo que hablar con el gerente de la granja, para concretar la cita- su novia se quedó pensativa, hasta que una idea cruzó por su mente.
-¿Puedo ir contigo?- le pidió -había pensado que este fin de semana podríamos hacer algo juntos, y relajarnos un poco, y...- habló de manera torpe, retorciéndose las manos. Edward se la quedó mirando, sorprendido por esa petición.
-Perderías clase, Bella- le advirtió -incluso si los dueños pudieran recibirme mañana, o incluso el domingo, hasta el lunes no iría a la fábrica- la desilusión hizo acto de presencia en los ojos de su novia, pero inmediatamente la borró, para asentir con una pequeña sonrisa.
-Sólo sería un día, dos a lo sumo; pero lo entiendo- Edward se quedó pensando unos minutos, sumido en su silencio; Bella nunca le había acompañado, y reconocía que le hacía ilusión, pero no quería que por su culpa perdiera clases, ahora que estaba en la recta final del curso.
-Bella...- su novia negó con la cabeza, levantándose de su regazo.
-No pasa nada; voy a preparar la comida- se disculpó para después salir del estudio, rumbo a la cocina.
El joven ranchero la observó en silencio, pero cuándo su novia cerró la puerta tras de si, se frotó la cara, en un gesto molesto.
-Joder- siseó entre dientes; sabía que había metido la pata de nuevo, y aunque Bella le hubiera quitado importancia, sabía que la vuelto a herir. Resoplando enfadado, se acercó a la ventana. Desde que habían tenido esa tremenda discusión sentía que, poco a poco, estaba perdiendo a su pequeña.
No era el sólo el hecho de no haber discutido en todo este tiempo, pero había algo que no estaba bien... él mismo se daba cuenta. Puede que su mutismo fuera una de las causas, pero era una de las cosas que iba con su carácter. Siempre se guardaba para él sus problemas y preocupaciones, los demás no merecían sufrir ni preocuparse. Pero por otro lado, hace un mes se prometió así mismo que no iba a permitir que su novia volviera a sufrir.
Esbozando una media sonrisa traviesa, volvió a su mesa, cogiendo el teléfono. Después de veinte minutos de conversación, colgó el teléfono con una sonrisa satisfecha. Oía a su pequeña trastear en la cocina, y un olor delicioso llegó a sus fosas nasales; su estómago se removió inquieto, pero continuó con sus investigaciones a través de internet. Tan concentrado estaba que apenas levantó la vista de la pantalla del ordenador hasta que su pequeña regresó al estudio.
-La comida está lista- anunció; se iba a dar la vuelta, pero la voz de Edward la detuvo.
-Mira ésto, Bella- le pidió; al darse la vuelta vio una sonrisilla asomando por los labios de éste; extrañada, se acercó a su posición y de nuevo la mano de su novio hizo que se sentara en sus rodillas.
-¿Qué es ésto?- le preguntó, mirando a la pantalla sin entender nada.
-Hoteles en Burlintong- le explicó -ya que vas a venir conmigo, me gustaría que lo eligieras- los ojos de Bella se abrieron por la sorpresa, pero poco a poco apareció una inmensa sonrisa en su cara -he hablado con los de la granja, y mañana por la mañana podemos pasarnos por allí-.
-¿De verdad que puedo ir contigo?- Edward asintió complacido, viendo por fin, después de días, los ojos de su pequeña brillar alegres -¡gracias!- exclamó, antes de abrazarse a su cuello y dejar un sonoro beso en sus labios -te prometo que no te molestaré, sé que ésto es tu trabajo-.
-Tú nunca molestas, cariño- le corrigió, enmarcando su cara y acariciando sus mejillas -tienes razón, nos merecemos un descanso... y aunque tenga que trabajar, también tendremos tiempo para nosotros- Bella agradeció sus palabras besándole con ansias, gesto que el joven devolvió, acercándola un poco más a su cuerpo.
-Gracias- volvió a repetirle ésta, una vez que sus labios se separaron y juntado sus frentes -¿a qué hora nos vamos?-.
-Eso lo averiguaremos en unos minutos- le explicó Edward, entrando en la página web de American Airlines; finalmente consiguieron pasajes para esa misma noche, fijando la vuelta para el lunes por la tarde; hubieran querido quedarse más días, pero la joven sabía que no podía perder tantas clases.
-Voy a avisar a Leah; no tardes, la comida se va a enfriar- le previno su pequeña, con una sonrisa permanente en su cara; Edward la miraba complacido y feliz... serían unos días muy especiales para ellos.
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A la mañana siguiente, la pareja intentaba encontrar el camino que llevaba a la granja. Edward maldecía entre dientes, mientras su pequeña echaba una ojeada, por quinta vez, al mapa de la zona.
-Edward, te dije que era la I-198, dirección Fort Madison, y sin dejar esa carretera encontraríamos el desvío hacia la granja- repitió su novia por cuarta vez e intentando contener la risa, al ser testigo del mosqueo de su novio.
-¿No pone el kilómetro de desvío?- preguntó éste, buscando un sitio seguro para dar la vuelta.
-No- frunció el ceño su pequeña -menuda porquería de mapa; con lo que cuesta alquilar el coche, podrían incluir mejores mapas de la zona- refunfuñó.
Edward rió divertido ante el comentario de su novia. Habían desembarcado ayer en Des Moines, capital del estado de Iowa, para después conducir casi dos horas hasta llegar a Burlintong. El pueblo era pequeño, pero Bella estaba encantada con sus casas blancas y las calles antiguas. El hotel era un edificio de ladrillo color rojo, totalmente reformado. El joven hacía mucho que no veía sonreír así a su pequeña, y cada vez se convencía más de que el viaje había sido una buena idea.
Después de más de una hora dando vueltas, por fin dieron con el dichoso desvío y pudieron acceder a la granja. Al bajar del coche, Bella mirada admirada hacia todos los lados; si el rancho de Carlisle era grande, éste era inmenso. Cientos de reses pastaban tranquilamente por los prados delimitados. Se encontraban justo a la entrada de una casa enorme, más grande que la casa principal del rancho Killarney y de ladrillos color rojizo, cómo era habitual en la zona.
-Wau...- exclamó la joven asombrada, una vez que salió del coche -es enorme- Edward sonreía mientras la cogía por la cintura, pegándola a su costado.
-No está nada mal- le dio la razón, dejando un pequeño beso en su sien; justo en ese momento un hombre de unos sesenta años, seguido de un joven de edad similar a Edward se acercaron a ellos.
-Usted debe ser Edward Cullen- se dirigió hacia la pareja -soy August Wilman- Bella vio cómo estrechaban sus manos, a modo de saludo.
-Un placer conocerle; su rancho es increíble- respondió el joven Cullen.
-Gracias- el hombre esbozó una sonrisa cordial y simpática -le presento a mi hijo Ryan- el joven, moreno y tan alto cómo los hermanos Cullen, y con ojos color castaño, de adelantó un paso.
-Es un placer conocerte; hemos oído hablar maravillas del rancho Killarney- al igual que su padre, era un joven muy amable y simpático.
-Gracias por lo que me toca- respondió Edward, sonriendo -ella es Isabella, mi novia- presentó, mirando a su pequeña.
-Estamos encantados de recibirla aquí, considérense en su casa- la saludó August.
-Muchas gracias- agradeció la joven, con una tímida sonrisa.
-Bienvenida- se dirigió Ryan a ella -mi esposa lamenta no estar aquí, pero su padre no está muy bien de salud, y ha ido a visitarlo-.
-Espero que no sea nada grave- frunció ligeramente el ceño Bella.
-Achaques propios de la edad- se explicó el joven -pero afortunadamente, nada alarmante- le restó importancia.
Después de los obligados saludos y de compartir un agradable café en el amplio salón, los cuatro se encaminaron rumbo a los establos. La maquinaría para dispensar el alimento era prácticamente similar a la que tenía el rancho Killarney, y Edward no hacía más que preguntar acerca de las ventajas y desventajas del famoso pienso ecológico.
-Principalmente tiene menos grasas que el pienso convencional, lo que hace que su alimentación sea más sana- Bella, cómodamente agarrada al brazo de su novio, también prestaba atención a las explicaciones.
-De modo que para el ganado destinado al consumo también es beneficioso- meditó Edward en voz alta.
-El tanto por ciento de grasas saturadas es menor- concordó August.
-¿Eso es bueno, no?- interrogó Bella a su novio, en voz baja.
-Muy bueno- asintió éste, guiñándola un ojo -mi padre estará muy satisfecho con el informe- exclamó con una sonrisa. Prosiguieron el agradable paseo, hasta que Ryan se dirigió a ella.
-¿No te molesta el olor del ganado?- preguntó -Rachel, mi esposa, apenas pisa los establos- inquirió divertido, provocando la risa de la pareja.
-Estoy acostumbrada; mi padre fue durante algunos años el capataz de Killarney; y antes de eso tuvo su propio rancho-.
-Así que también entiende de este mundo- exclamó August. La joven se sonrojó, sonriendo de forma tímida.
-Tampoco mucho- le quitó importancia -era el trabajo de mi padre, y ahora lo es el de novio; sé que un rancho implica muchísimo trabajo, y conlleva un gran esfuerzo sacarlo adelante- contaba mientras apretaba ligeramente el brazo de su pareja.
Después de casi dos horas la visita concluyó. Se despidieron de los dueños, agradeciendo su tiempo y su amabilidad; Edward quedó en seguir en contacto para futuros negocios, ya que había visto unas reses en las que seguro, su padre estaría interesado en adquirir.
-La visita ha ido muy bien- exclamó contenta su pequeña, ya acomodados en un acogedor restaurante; dado que tenían libres casi dos días, decidieron hacer un poco de turismo por la zona -tu padre no pondrá muchas pegas en cuánto le cuentes y lea los informes-.
-Eso espero- suspiró éste, atrapando la pequeña mano de Bella y acariciando sus dedos -mi padre nunca había puesto tantas pegas a una sugerencia- le explicó -es perro viejo, y le cuesta adaptarse a los cambios- su pequeña meneó la cabeza, en desaprobación.
-Estoy segura de que en ésto te hará cambiar de opinión; es una buena idea Edward, que ayudará al rancho- el joven la miraba sonriendo -Emmet y Jake también te apoyan-.
-Tú me apoyas- la corrigió Edward -más que nadie -cualquier otra chica me hubiera mandado a la porra hace mucho- exclamó en broma; Bella rodó los ojos para sus adentros -creo que mis hermanos tienen razón... soy un poco gruñón-.
-Pero eres mi gruñón- contestó su pequeña, ganándose una sonrisa y un beso en los labios, que duró muy poco para su gusto, ya que el camarero interrumpió justo en ese instante para dejar sus platos frente a ellos.
Los días pasaron demasiado rápidos para la pareja, pero fueron inolvidables. Recorrieron la zona, descansaron, disfrutaron de su mutua compañía... era agradable de poder disfrutar el uno del otro, sin discusiones de por medio. Parecía que esos días habían borrado esa sombra de preocupación en los ojos de su novio, y esas orbes esmeraldas que tanto amaba lucían de nuevo alegres y felices.
En su visita a la fábrica, horas antes de coger el avión, y al igual que pasó el sábado en la granja, su pequeña estrellita permaneció en todo momento a su lado, haciendo incluso preguntas al gerente que los acompañó. Edward estaba sorprendido, nunca la había visto tan implicada en los asuntos que concernían al rancho, y sabía que ella lo hacía para apoyarle en este nuevo proyecto, para darle ánimos y estar a su lado.
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Al regreso de su periplo por Iowa, las cosas siguieron tranquilas; de nuevo los negocios y los estudios reclamaron casi la totalidad de atención de la pareja. Después de redactar el extenso informe, incluyendo un detallado presupuesto con las cantidades y precios a servir; una semana después Edward viajó a Hunstville, y cómo bien había predicho su pequeña, su padre se mostró sorprendido y complacido con lo que le contó.
Satisfecho y contento de que su padre y sus hermanos llegaran a un acuerdo acerca del cambio de alimentación, nada más volver a San Antonio abrazó y besó con efusividad a su novia, agradeciéndole su apoyo. Bella sonreía feliz mientras le escuchaba; esperaba que poco a poco, el joven ranchero se diera cuenta de que ella le apoyaría en todo, y que podía compartir sus preocupaciones con ella, fueran las que fueran.
Los días seguían pasando en el calendario; había veces que las semanas parecían interminables, y otras pasaban sin que apenas se diesen cuenta. Mayo había aparecido en todo su esplendor, y eso se tradujo en un constante goteo de viajes de Edward a Hunstville. Era la época del año en la que más trabajo había en los ranchos, y comprendió perfectamente a su novio, pidiéndole que estuviera tranquilo y que no se preocupara por eso.
Había fines de semana en los que ella le acompañaba, pero mayo también era un mes complicado para los universitarios. Ya habían salido las fechas de los exámenes finales, y era hora de ponerse manos a la obra con ello. De esta cuestión se quejaba una noche a Rosalie, que se puso con ella al teléfono cuándo se despidió de Esme; Edward hacía rato que había vuelto de Hunstville, y llevaba una hora profundamente dormido, preso del cansancio de los últimos días.
-En serio Rose, no sé si podré con ello- musitó frustrada.
-Tranquilízate, Bells- de seguro su cuñada estaría rodando los ojos -a todos nos pasa lo mismo el primer año de universidad; seguro que Nessie te habrá soltado el mismo sermón- indagó su cuñada, riendo levemente.
-Exactamente ha pronunciado las mismas palabras, hace dos doras- le sacó de dudas la joven castaña, con una mueca de fastidio cruzando su rostro.
-Lo hiciste maravillosamente bien en los parciales de febrero- le recordó Rosalie -apuesto a que te lo han repetido mil veces, y el primero cierto ranchero de pelo desordenado- sonrió a la mención de su novio.
-Es estupendo, me apoya en todo- le confesó, con la sonrisa bailando todavía en su rostro; su cuñada captó la ilusión en su tono de voz.
-Las cosas van mejor entre vosotros, ¿me equivoco?-.
-No te equivocas- contestó Bella de inmediato -las cosas han mejorado mucho; no siempre estamos de acuerdo en todo... per...- Rosalie interrumpió su frase.
-Cómo todos los matrimonios y parejas, Bella- le explicó con un suspiro -habéis pasado una mala época, no le des más vueltas; según nos contaste en tu última visita, todo seguía bien- la joven se había puesto al día con todas sus cuñadas en su última visita al rancho; sabían todo lo ocurrido, excepto lo que realmente sucedió con su lesión se muñeca.
-Y sigue bien- le dio la razón -no he vuelto a saber nada de Henry; y en cuánto a Edward, se va abriendo más, incluso creo que su carácter ha mejorado, ya no es tan gruñón- dijo ahogando una risa, que su cuñada no pudo reprimir.
Prosiguieron con la charla un buen rato, cambiando completamente de tema; justo en el momento en el que Rosalie le contaba la última travesura de Owen, que ya había desarrollado según su madre, el gen Cullen revoltoso, vio que tenía una llamada entrante. No reconoció el número, pero pensó que quizá pudiera ser para Edward, por asuntos laborales.
-Rose, hay otra llamada entrante; tengo que dejarte- se despidió, después de repetirle que la llamaría en cuánto pudiera, y pulsó la tecla.
-¿Diga?- preguntó con el ceño fruncido.
-Ehhh... hola; ¿es la residencia de Edward Cullen?- una voz masculina, que no conocía de nada salió del auricular.
-Es aquí- contestó ella -pero ahora mismo no se puede poner, ¿quiere que le deje algún recado?-.
-No se preocupe; soy Alec Tilerman, un antiguo compañero de Harvard- la joven hizo memoria, y al de pocos segundos dio con el nombre, ya que Edward le había hablado de su compañero de universidad -he llamado al rancho, y me han dado este número-.
-Edward me ha hablado de ti; soy Isabella, su novia- le aclaró -está durmiendo, ha llegado esta misma tarde de viaje; ¿quieres que lo despierte?-.
-No, por favor; sólo quería decirle que estoy en Dallas, y había pensado en acercarme a Hunstville para vernos- le explicó el joven.
-Podrías venir aquí, a San Antonio- le propuso ésta -estoy segura de que Edward estará contento de verte-.
-Entonces tranquila; mañana le llamaré y hablaremos; encantado de conocerte Isabella- se despidió; el joven era muy amable y simpático, tal y cómo le había contado su novio varias veces.
-Igualmente Alec, hasta pronto- se despidió ella también.
Tal y cómo Bella había predicho, a Edward le hizo mucha ilusión la llamada de su compañero de universidad, y no perdió el tiempo en invitarlo a cenar. Así que tres días después de la llamada, la joven por fin conocía al amigo de su novio. De la misma edad que Edward, no muy alto y rostro y carácter simpático. Vivía en Nueva York, y estaba de viaje de negocios por varias ciudades del estado de Texas.
Al venir un día entre semana, Edward sugirió que se acercara al apartamento para cenar y ponerse al día con sus respectivas vidas; aunque mantenían el contacto, no se veían con la frecuencia que querían.
-La cena estaba estupenda, cariño- la felicitó su novio, una vez dieron buena cuenta del postre.
-Cocinas de maravilla- se maravilló Alec.
-Gracias- exclamó, un poco sonrojada ante tanto halago -¿tomaréis café, verdad?- ambos jóvenes asintieron, de modo que fue un momento a la cocina, para volver al comedor dos minutos después, cargando una bandeja. Alec y Edward conversaban animadamente, y decidió dejarles a solas. Su novio frunció el ceño cuándo vio que se ponía a recoger la mesa.
-¿No quieres tomar café?- la joven negó con la cabeza, sonriendo.
-No me apetece mucho; además, creo que tenéis que poneros al día, así que aprovecharé y recogeré un poco por la cocina-.
-No cariño, siéntate con nosotros; yo te ayudo luego- le propuso éste, pero Bella negó de nuevo con la cabeza.
-Quédate Bella, todavía tengo que contarte los trapos sucios de tu novio en su época universitaria- le dijo Alec con voz de misterio, lo que arrancó las risas de ambos, y que las cejas de Edward se arquearan.
-No, en serio; recogeré un poco y luego vengo- por más que insistieron Bella se enfrascó en la cocina, sonriendo mientras le llegaban las risas procedentes del comedor.
Cuándo iba a regresar a por más platos, una frase que salió de la boca de Alec hizo que se detuviera en el pasillo, justo al lado de la puerta. Sabía que no estaba bien espiar conversaciones ajenas, pero no pudo evitar quedarse ahí parada.
-Bella es estupenda, Edward- oyó que le decía Alec.
-Sí que lo es- corroboró éste, sonriendo complacido.
-Y muy distinta a Jessica- añadió el joven rubio, conteniendo una mueca y ganándose un leve puñetazo en el hombro por parte de Edward -¿qué?- se frotó la zona golpeada -sabes que nunca terminé de tragarla, por muy buena que estuviera-.
-No eras el único- rodó los ojos su novio; iba a apostillar algo más, pero Alec le interrumpió.
-No te enfades, Edward; pero has tenido suerte, por encontrarla a ella- el joven volvió a sonreír, ante la nueva mención de su pequeña -reconozco que me sorprendí al conocerla, es muy joven-.
-Lo sé- le tranquilizó Edward, debido a la cara de disculpa que puso nada más decir la última frase.
-Me alegra que hayas rehecho tu vida- le felicitó su amigo -y la edad no tiene por qué ser un obstáculo, para nada-.
-Pero es complicado, a veces- Bella arrugó el ceño, escuchando muy interesada -a veces me sorprendo, y me pregunto qué hace conmigo- la mueca de Bella no se hizo esperar, pero no le dio demasiada importancia al comentario.
-Te quiere- se encogió de hombros Alec -y eso te debería bastar para darte cuenta-.
-Lo sé; te aseguro que ella ha tenido motivos más que sufiecientes para mandarme a paseo- de nuevo Bella rodó los ojos, mientras le escuchaba -a veces pienso que hubiera pasado si no la hubiera conocido...-.
-Eso no lo puedes saber, Edward -le interrumpió Alec ahora -debes olvidar el pasado, dejar de pensar en lo que pudo haber sido; podrías haberte casado con Jessica, podrías no haberte casado con ella, haber conocido a otra persona... ¿quién lo sabe?- hizo una pequeña pausa, para después continuar -sé que has superado lo de esa chica, sino no estarías con Bella- la mencionada se quedó parada, esperando la contestación de su novio.
-Superado lo tengo- contestó éste -amo a Bella, de eso no tengo dudas- la sonrisa emocionada surcó el rostro de la joven.
-Espero la invitación de boda, entonces- bromeó Alec.
-Eso todavía tardará un tiempo; ella es muy joven... y no quiero atarla a un matrimonio tan pronto- meditó Edward en voz alta; el corazón de Bella se contrajo por la pena al oír esas palabras
-¿Ella quiere casarse?- interrogó de vuelta el joven rubio. Edward afirmó con la cabeza, antes de responder, pero de nuevo Alec se adelantó -¿y tú?- la respiración se contuvo en los pulmones de la joven.
Edward suspiró, permaneciendo callado unos minutos, sopesando la respuesta -sabes que soy un hombre tradicional pasa esas cosas- le recordó; Alce hizo un gesto afirmativo -pero cómo te vuelvo a repetir, no quiero atarla tan pronto-.
-Un matrimonio no es atar a una persona, Edward- le recordó su amigo -y sé que Jessica al principio no quería casarse... pero al final aceptó- esa revelación dejó a Bella fuera de combate.
-Y ya ves cómo terminó el asunto...- esa respuesta de su novio hizo que el corazón de la joven se hiciera jirones en tan sólo unos segundo... ¿era posible que siguiera pensando que lo ocurrido con Jessica era culpa suya?... ¿en verdad Edward continuaba con eso... de que para ella era un capricho casarse con él?.
Derrotada y hundida se encerró en la cocina, sin querer seguir escuchando, y dónde sus lágrimas ya hicieron acto de presencia... jamás pensó que la sombra de Jessica iba a estar tan presente en su relación; si bien su novio no se negaba, había algo que no le dejaba seguir adelante con ello. Y no era la cuestión de querer casarse o no... el problema era que Edward seguía sin confiar y creer en sus sentimientos, y eso para ella era letal.
A lo lejos se oyeron las risas de ambos jóvenes, y supuso que habían cambiado radicalmente de tema. Se concentró en recoger a toda prisa, escondiendo su pena y sus lágrimas; lo único que quería era encerrarse y llorar, lo necesitaba. Tuvo que entretenerse en la cocina, limpiando varias veces los fogones para poder calmarse e ir a despedirse al salón aparentando tranquilidad.
-¿Has terminado, cariño?- le preguntó; su corazón se constriñó al oír ese apelativo cariñoso... pero el dolor que le habían causado sus palabras lo tiñeron de frustración y pena.
-Sí- consiguió decir, esbozando un atisbo de sonrisa -venía a despedirme, es tarde y mañana tengo clase- se excusó. Edward frunció el ceño, algo le pasaba a su pequeña estrellita, sus ojos estaban rojos y un poco hinchados.
-Es cierto, soy un desconsiderado- se disculpó Alec, haciendo un amago de levantarse -además, es tarde-.
-No, por favor- le detuvo la joven -quedaos vosotros y disfrutad-.
-¿Estás segura?- le preguntó su novio -¿Bella, te encuentras bien?-.
-Sí- susurró, con voz ahogada -sólo estoy cansada- haciendo un esfuerzo sobrehumano, se acercó a Alec, para despedirse de él -ha sido un placer conocerte-.
-Lo mismo para mi- contestó éste -le he dicho a Edward que en verano tenéis que venir a Nueva York, Melissa estará encantada de conocerte- dijo, aludiendo a su esposa.
-A mi también me gustaría; bueno chicos, que disfrutéis de la tertulia- la seca y corta despedida no dejó tranquilo al joven ranchero; pero cuándo iba a preguntarle de nuevo, Bella se dio la vuelta, desapareciendo rumbo a su habitación.
Allí, en la oscuridad, y una vez acurrucada en la cama, Bella descargó toda su frustración y rabia... todo este tiempo en el que ambos volvían a ser la enamorada pareja del rancho había sido un espejismo... y no sabía si podría recuperarse de esa nueva desilusión.
Agotada por el llanto, cayó en un pesado sueño... pero con una opresión rara y asfixiante en su pecho.
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Niñas retomo la publicación de las historias, no dejen de pasar por el blog...
saludos!!!! ;)
Pobre Bella..Gracias cariño...
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